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CARENCIA DE IDIOCIA

CARENCIA DE IDIOCIA

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Oyendo las declaraciones de algunos líderes políticos del colorín parlamentario y extraparlamentario, escuchando a sindicalistos y atendiendo sofismas de “cajeros”, llegamos a la conclusión de que todos ellos nos consideran idiotas, con un grado de atrofia mental que preocupa en los gabinetes psiquiátricos del mundo mundial.

De no ser esto cierto, es decir, si los líderes políticos, sindicales y financieros, sospecharan que somos personas con inteligencia normal, sensibles al insulto, excitables con la mentira, rebeldes al abuso, agresivos contra el cinismo, bien memoriados, difíciles de manipular, indignados con privilegios inmerecidos, hastiados de holgazanes, intransigentes con los electoreros y levantiscos ante las injusticias, actuarían de manera diferente a como lo hacen.

Pero no. Nada de eso saben, o lo saben pero no se lo creen, o creen saberlo sin conocerlo, que todo es probable. Ello explica la existencia de ciertas intenciones de voto a partidos de esta partitocracia absolutista, donde quienes guisan en el figón político, también se comen los platos que preparan, permitiendo a los manducadores de mentiras que recojan las migajas que caen al suelo.

Hoy más que nunca es obligado ver con ojos sin cataratas electorales, escuchar sin audífonos manipulados, leer sin miopía política y activar la memoria, para ir a las urnas mirando hacia atrás sin ira, pero con las ideas claras sobre quienes pueden ayudarnos a ganar el futuro que merecemos.

Y quienes no encuentren en los carteles electorales los líderes que anhelan ni el partido de su complacencia, más vale que sigan los pasos del Ensayo sobre la lucidez de Saramago y acudan a las urnas con la papeleta en blanco, antes que acomodarse en el error de votar por inercia a un partido que no merece su voto domiciliado, parafraseando el pensamiento del presidente Roosevelt sobre el dictador Somoza: «ya sé que son unos hijos de puta, pero son mis hijo de puta».

¡ POR QUÉ NO TE CALLAS, PILAR !

¡ POR QUÉ NO TE CALLAS, PILAR !

Supongo que en el entorno de la infanta doña María del Pilar Alfonsa Juana Victoria Luisa Ignacia de Todos los Santos de Borbón y Borbón, alguien sensato la habrá mandado callar con la misma decisión que su hermano ordenó callar  al señor Chávez, y ella misma conmina al silencio a los súbditos de su hermano.

No es postura inteligente poner las cosas peor de lo que están, ni el sentido común recomienda meterse en gallinero ajeno, porque las salpicaduras de excrementos pueden llegar hasta las paredes de la Zarzuela, bastante enlodadas ya con los polvos esparcidos sobre la moqueta por el vasallo.

Oír a reales personas como esta infanta que “nadie es culpable hasta que los jueces lo digan, con lo cual, a callar”, hace tanto daño a los oídos como el cuenteo de billetes negros en la oscuridad de corruptos despachos, aunque los jueces no puedan acreditar el reparto de los cómplices.

Conviene advertir a esta señora que más importante es el delito moral de Urdangarín que la absolución penal del sobrinísimo, si ésta llegara a producirse, debido a las fisuras que tiene la ley para que se filtren por ellas los ladrones de guantes blanco y consortes de sangre azul.

Al hermano Juan corresponde ahora enmendar la plana a Juana porque la Edad Media queda lejos; la idiocia de los ciudadanos ha menguada; la credibilidad del pueblo a los disparates, nula; y sus palabras, dañinas para la renqueante monarquía.

No, duquesa, no. Los medios de comunicación no tienen culpa de nada, por mucho que usted se empeñe en matar al mensajero. Dirija la vista a su sobrilítico y véalo correr azarosamente por las calles de Washington como un vulgar ratero que huye de la policía, tras robarle la muleta a un minusválido y caramelos a los huérfanos, disfrazado con la humanitaria careta de Nóos.

Sepa querida hermana real que tampoco hay polémica alguna sobre el caso, como usted dice, porque para que haya polémica tiene que haber controversia, es decir, opiniones contrapuestas, y en este caso hasta las piedras del desierto anacorético de Judea claman justicia divina en vísperas de la dolorosa cuaresma que le espera a su sobrino.