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GUERRAS

GUERRAS

Sin dinero, patrias, dioses, héroes, condecoraciones y marchas militares, no habría guerras ni matanzas, pues cualquiera de estos elementos es capaz de llevar al matadero a miles de ciudadanos en su nombre, no pudiendo evitarlo la sinrazón de los seres racionales, ni las inhumanas leyes que contribuyen a ello.

Podemos eliminar la música militar que no pudo levantar a Georges Brassens. También es fácil suprimir las condecoraciones que lucen en el pecho los matarifes y desterrar a los héroes borrando las listas de sus heroicidades. Incluso podríamos extraditar el dinero implantado de nuevo el comercio de trueque de las sociedades primitivas. Pero no podremos acabar con patrias y dioses, porque patrioteros y fundamentalistas religiosos nos lo impiden con el cetme en una mano y libros sagrados en la otra.

Sucede que la inmoralidad se hermana con la mortalidad para hacer de la vida una quimera inalcanzable en los campos de batalla, donde la locura colectiva cierra el paso a la razón, haciendo racionales a los seres vivos irracionales.

Cuando el odio nubla la razón y la codicia pervierte el sentimiento, viene la soberbia a enturbiar la retina que ve en el objetivo del arma un ser humano a través del visor, antes que los gatillos enloquezcan en trepidar funesto y una mano negra apriete el botón del exterminio.

Las guerras ordenadas desde los despachos blindados son pretextos que ocultan intereses espurios tras inexistentes razones que buscan hacer patrimonio propio con los bienes ajenos, expropiando a los débiles aquello que les pertenece.

Las guerras son nubes de humo coloreado de rojo por la sangre vertida sin justificación alguna, aunque los matarifes hablen de guerras pacíficas, inevitables exterminios y daños colaterales, para explicar la muerte de seres humanos, porque lo más parecido a una guerra perdida, lo más triste, es una guerra ganada.

INVESTIGADORES ARRINCONADOS

INVESTIGADORES ARRINCONADOS

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Corren malos tiempos para los investigadores porque los recortes presupuestarios en I+D+I han llevado los estudios sobre ciencia, tecnología y sociedad a los sótanos de los ministerios de Economía y Hacienda, donde han quedado arrinconados junto a los jóvenes científicos que se dejaban las pestañas luchando por el Desarrollo del país, a base de Inventar e Innovar en nuevas tecnologías, medicamentos, comunicación y otras áreas que iban a mejorar el futuro del país.

La importante reducción presupuestaria se debe a que las inversiones pretenden asegurar rentabilidad económica, algo que no garantiza la inversión en I+D+I, ya que el dinero entregado genera “simplemente” conocimiento, sin que los recaudadores se den cuenta que invertir en investigación, desarrollo e innovación fortalece las empresas, favorece la competitividad, mejora la calidad de vida, acrecienta la salud, protege el medio ambiente, moderniza las tecnologías, alarga la vida, aumenta el bienestar y avala el progreso.

Es decir, los recortes en I+D+I tendrán consecuencias negativas para toda la ciudadanía, pero quienes sufren en carne propia las reducciones son los jóvenes cerebros que se alimentan con café con leche para no restar tiempo a su trabajo. Jóvenes con envidiables currículos profesionales que irán a la papelera o serán aprovechados por otros países que se beneficiarán de la inversión que hemos hecho en  su formación.

Genios en almoneda que no podrán hacer posible su talento, ni desarrollar su estado de gracia intelectual en beneficio de la comunidad. Perseverantes defraudados,  amantes de la verdad, buscadores de lo desconocido, peritos en renuncias, curtidos en el sacrificio, héroes anónimos y expertos en el trabajo silencioso e ignorado de los laboratorios, donde sus batas blancas son iluminadas por cerebros privilegiados que terminará pudriéndose en el olvido.

HÉROES Y ASESINOS

HÉROES Y ASESINOS

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Al héroe y al cobarde no los separa el filo de una navaja, pero al héroe y al asesino los distingue el jefe que da la orden de matanza. Si el patrón tiene medallas en la pechera, el asesino se convierte en héroe por obra y gracia de la ley; pero si ordena la muerte alguien desprovisto de condecoraciones, el matarife es condenado por asesino.

Tal es el caso del exótico príncipe Enrique, nietísimo de su graciosa majestad Isabel II, que puede ser declarado héroe nacional de guerra por matar a un talibán en Afganistán, lugar donde se encuentra madurando este joven bebedor y juerguista, que se niega a llevar fotos de mamá Diana en la cartera militar.

La heroicidad de “Big H” ha consistido en disparar contra el afgano varios misiles desde un helicóptero Apache, cuando el talibán corría a campo abierto por la zona de Helmand, mientras el hijo de Carlos patrullaba con un grupo de amigos por aquellos parajes.

Acto heroico sin precedentes en la historia militar inglesa, en la que el heredero a la corona ha dado al pueblo un ejemplo de valentía, jugándose la vida mientras liquidaba una pulga a cañonazos para hacerse merecedor de condecoraciones y honores por parte de su abuela.

Lo que está en juego no es el asesinato, ni la “heroicidad” en acto de guerra, protagonizada por este miembro de la Familia Real, sino la legitimidad establecida legalmente y aceptada socialmente, que autoriza a rendir honores a quien mata en nombre de grandes palabras usadas como calderilla por los administradores de la paz. Los mismos que fabrican armas y las venden a quienes ponen en las dianas de sus mortíferas pantallas, antes de apretar el botón rojo de la consola, sin riesgo alguno para el matarife.