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DESEMPLEO Y SUBSISTENCIA

DESEMPLEO Y SUBSISTENCIA

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Hay quienes dicen que el paro genera delincuencia, cuando en realidad lo que aumenta la criminalidad es la necesidad de subsistencia, por mucho que los provocadores de la crisis se empeñen en llamar delito a la obligación vital de comer, exigida por el instinto natural de supervivencia.

Es el hambre, la explotación laboral, los humillantes salarios, la usura bancaria, el despido libre, la estafa financiera, el abuso especulativo, la impunidad de los estafadores, los recortes vitales y la pérdida de derechos fundamentales, lo que ha convertido el delito en justificación de redención delictiva.

Los códigos legales se han convertido en armas arrojadizas contra la miseria que lleva al hurto de alimentos o robo de dinero para adquirirlos, inundando las calles de personas desfavorecidas que deambulan por los contenedores de basura, en busca de algún desperdicio con que engañar el hambre que atenaza su honradez.

Es el engaño masivo de las participaciones preferentes lo que lleva a la rebeldía social de los damnificados por las trampas urdidas en despachos especulativos, aprovechando vilmente la ignorancia y confianza de los clientes en sus consejeros bancarios.

Son las leyes trasnochadas, descompensadas e injustas las que llevan a los ciudadanos desahuciados a rebelarse contra ellas, ante la sordera política y la indiferencia de los depredadores, que comparten con ellos mantel en los banquetes.

Es la obligación legal impositiva de mantener embriones indeseados en los vientres, lo que mueve a la rebelión de la sociedad ante la infeliz vida que espera a padres y descendientes con mutilaciones mentales.

Pero los explotadores del hambre han de tener cuidado porque la desesperación de los ciudadanos que no tienen nada que perder, puede llegar a transformar los suicidios en homicidios, llevándose con ellos a mejor vida a los responsables de su tragedia.

LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

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Los nazis decidieron situar a 45 km de Cracovia el mayor campo de concentración y exterminio de cuantos construyeron en Europa, estigmatizando así la nación polaca como espacio singular de irracional barbarie, poco después de invadirla en 1939, al comenzar la Segunda Matanza Mundial.

El 20 de mayo del siguiente año, abrió Auschwitz sus puertas a los condenados por capricho xenofóbico, diferencias ideológicas o pertenecer a razas impuras, prohibiendo la entrada a la justicia, desterrando la libertad y encerrando en celdas de castigo los derechos humanos más elementales.

En Auschwitz fueron gaseados en negras naves de ignominia, más de dos millones de seres humanos, la mayoría de ellos judíos allí deportados, junto a otros prisioneros de guerra y disidentes, a los que se sumaron quinientos mil muertos más, fruto del hambre, las enfermedades, el frío y las torturas.

El cinismo de los matarifes les llevó a poner en el frontispicio de entrada a los diferentes campos del “complejo residencial” de Auschwitz un rótulo escrito por las SS, que daba la malvenida a todos los condenados con la frase: “Arbeit macht frei”, es decir, “El trabajo os hará libres”, que traducido a su lenguaje decía: “De aquí no saldréis vivos”.

Y así sucedió para todos internos que durmieron hacinados es sus barracones, antes de pasar a los hornos crematorios para destilar humo funerario en las páginas más negras de la historia de la humanidad, hasta que el ejército soviético liberó a los condenados que allí quedaban el 27 de enero de 1945, fecha de la esperanza y del fin de la barbarie, que permanecerá siempre en nuestro recuerdo, como propuso la Unesco declarando este símbolo del holocausto como Patrimonio de la Humanidad en 1979.

QUINTO MUNDO

QUINTO MUNDO

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Gobiernos, instituciones políticas, religiones, asociaciones obreras, centros educativos, entidades financieras, agrupaciones vecinales, bomberos, vecinos, repartidores de pizzas y mi perra Kala, tienen claro qué son, quiénes son y dónde están los cuatro primeros mundos, pero nada saben sobre el paradero del quinto mundo, aunque pasen a su lado cada día.

Encontramos al primer mundo asentado en países con elevados estándares de vida, diluyéndose el segundo mundo socialista en las páginas de la historia junto a los países emergentes, para dar paso al tercero mundo en la banda periférica del subdesarrollo, el analfabetismo y el hambre, diferenciándose del cuarto mundo en que éste añade un espacio de marginalidad y desprecio, donde la desprotección, el riesgo social y la quiebra sanitaria hacen una gran morgue en los países que lo integran, como Zambia, Haití, Sudán o Etiopía.

Pero, ¿dónde se encuentra el quinto mundo? ¿qué parámetros lo definen? ¿cómo identificarlo? ¿cuáles son sus señas de identidad? ¿qué personas habitan ese territorio? Pues sabed que el quinto mundo – como el reino de Dios – se encuentra entre nosotros, ocupando un amplio espacio de marginalidad, pobreza y mendicidad, inmerso en el primer mundo que se protege de él aislándolo en guetos alambrados de invisible y muda miseria, porque el Gran Hermano impide sus gritos de protesta con mordazas, cauteriza sus cuerdas vocales y encadena sus manos para que no empuñe los garrotes.

Forman el quinto mundo ancianos desamparados, jóvenes desprotegidos, familias desamparadas, personas sin hogar, parados a la intemperie, enfermos abandonados, madres desesperadas, trabajadores explotados, inmigrantes despreciados y viudas enlagrimadas,  constituyendo una mayoría absoluta que vive anestesiada y sin respuesta, ignorando que la unión de todos derribaría las tapias del gueto social en el que sobremueren.

El quinto mundo es vecino del primero en el espacio, pero viven tan alejados sus corazones que a los privilegiados no les llegan los latidos de los desfavorecidos. Forman dos razas sociales distintas con intereses opuestos, pues mientras una de ellas aspira a multiplicar su patrimonio sin esfuerzo y a corto plazo, la otra sólo pretende subsistir con mendrugos de pan, aspirinas, cartillas de racionamiento y palilleros escolares en tinteros de porcelana.

GENTE POBRE Y POBRE GENTE

GENTE POBRE Y POBRE GENTE

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No es igual “gente pobre” y “pobre gente”, porque estas dos expresiones agrupan seres humanos diferentes, aunque el diccionario no los distinga y la gramática se empeñe en igualarlos.

La gente pobre se alimenta con una sardina y la pobre gente no se sacia en los banquetes.

La gente pobre camina descalza y la pobre gente pierde el tiempo en las zapaterías.

La gente pobre bosteza de hambre y la pobre gente lo hace de aburrimiento.

La gente pobre convive en hermandad y la pobre gente deshermana la convivencia.

La gente pobre lucha por la justicia y la pobre gente escapa de ella por las rendijas.

La gente pobre se divierte en fiestas populares y la pobre gente se aburre en los salones.

La gente pobre es andariega de mochila y la pobre gente sedentaria de poltrona.

La gente pobre es solidaria en la miseria y la pobre gente es miserablemente insolidaria.

La gente pobre comparte platos de lentejas y la pobre gente los cambia por su alma.

La gente pobre se consuela con abrazos y la pobre gente se abraza desconsolada al dinero.

La gente pobre comparte su pajar y la pobre gente prohíbe la entrada al peregrino.

La gente pobre barre la miseria moral y la pobre gente la esconde bajo las alfombras.

La gente pobre grita espantando las pieles de corderos donde se esconde la pobre gente.

La gente pobre mata la lombriz del hambre con mendrugos y la pobre gente con godivas.

No es pobre gente la gente pobre, aunque la pobre gente se empeñe en fabricar gente pobre explotando su pobreza.

INMIGRANITIS

INMIGRANITIS

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El duro comentario pronunciado por unas personas al pasar junto a varios hombres de raza negra que vendían en la calle sus productos, me ha confirmado que la inmigranitis es una enfermedad crónica propia de quienes padecen xenofobia, caracterizada por una inflamación persistente de la glándula insolidaria, productora de aversión enfermiza al inmigrante, cuando éste ofrece sudor y lágrimas al país de acogida.

Si el inmigrante viene a tomar el sol, dejar propinas, meter goles, llenar hoteles y consumir, es bien recibido, sin importar el color de su piel. Pero si se hacina en pisos, busca alimento en los contenedores, hace trabajos despreciables, es explotado y mendiga por las calles, entonces hay que dejarlo agonizar a las puertas de los hospitales.

Si el inmigrante exhibe tarjetas platino, juega al fútbol y toma piña colada en la cubierta de los barcos, es venerado por los súbditos nativos que les abren las puertas; pero si trabaja veinticinco horas al día realizando tareas que desprecian los aborígenes y cobra cantidades simbólicas para engañar el hambre, entonces se les mira con desprecio.

Si el inmigrante viene acompañado por un séquito de servidores y deja sin existencias lujosas tiendas, se le aplaude al salir de las galerías comerciales; pero si consigue un puesto de trabajo con papeles y gana el mismo salario que el nativo, hay que expulsarlo del territorio porque quita puestos de trabajo y arruina las divisas del país de acogida.

Si el inmigrante pasea en coches de lujo, se enriquece con dudosos negocios, blanquea bolsas negras de basura con billetes de color púrpura, entonces merece un asiento en los banquetes oficiales; pero si huele mal, va descalzo y lleva ropa ajada de empresa en empresa buscando trabajo, se convierte en intruso indeseable.

El dinero no necesita pasaporte para viajar, ni hay frontera que se oponga su paso, venga de donde venga. En cambio, el hambre muchas veces no llega siquiera a la frontera porque termina entre las algas del océano capturada en arrecifes para alimentar a los depredadores marinos o en comisarías policiales fronterizas o en centros de acogida donde el respeto brilla por su ausencia.

HAMBRUNA Y HARTURA

HAMBRUNA Y HARTURA

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Nunca fueron buenos los extremos ni admisibles las posiciones radicalmente opuestas en el ámbito existencial, pero ese antagonismo se hace detestable cuando toma cuerpo en la justicia social, y abominable si afectan al reparto de riqueza, porque en ambos casos revienta la conciencia ciudadana, destierra la solidaridad y espanta los más elementales principios éticos y morales que deben regir la sociedad.

Bastaría tomar algunos deciles situados en la parte superior derecha de la campana social gaussiana y pasarlos a la parte inferior izquierda de la misma, para que los golpes del badajo anunciaran felices repiques solidarios en vez de tristes campanadas funerarias, como sucede hoy en todas las espadañas de nuestra geografía económica.

Los ciudadanos que pasan el tiempo discutiendo sobre la calidad del chocolate, mientras sus vecinos se comen los puños de hambre, merecen ser desposeídos de sus bienes. Una sociedad que tolera impasible la convivencia del hambre y la hartura en sus calles, es una sociedad enferma que debe ser llevada a la hoguera por su herejía social.

La hartura de bienestar lleva asociado el despilfarro que abre jirones de impotencia y rebeldía en quienes buscan restos de alimentos en los estercoleros con el dolor a cuestas, la enfermedad en el cuerpo, el hambre en el estómago y la desesperación en el alma, condenando esta sociedad occidental defensora de la civilización cristiana que profesan los mandatarios y siervos de todos los países cristianizados.

Paradoja doctrinal exhibida con cínica ostentación por los favorecidos que unen al desprecio y condena de los empobrecidos, la contradicción de golpearse el pecho en los templos con la mano izquierda mientras con la derecha abofetean la miseria, protegidos por el Dios que predican quienes roban la comida al hambriento, desnudan al vestido, infectan al sano, cierran los grifos al sediento y condenan al inocente.

APRECIO DE LO AUSENTE

APRECIO DE LO AUSENTE

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El aprecio de lo ausente y el desprecio a lo presente es una actitud humana universal muy generalizada, que afecta al comportamiento de ciertas personas en todas las latitudes, sin distinción de edad, sexo, cultura, riqueza o poder.

Estos seres aprecian la salud cuando la enfermedad llama a la puerta, por pequeña que sea la dolencia que los postra, aumentando proporcionalmente el aprecio al bienestar perdido cuanto mayor sea el malestar que afecta su salud.

Valoran la importancia del aire cuando éste les falta y su ausencia ahoga los pulmones, pero no lo tienen en cuenta en ninguna de las treinta mil inspiraciones que hacen cada día para sobrevivir gracias a él.

Tienen en cuenta el agua cuando la sed les reseca la lengua y la ausencia de manantiales predice la tragedia, pero hacen rutina inapreciable abrir el grifo doméstico para beber el líquido elemento ante la más leve llamada de la sed.

El cotidiano plato de comida en la mesa, pasa desapercibido para ellos por la usanza, y cobra su verdadera dimensión de subsistencia cuando les falta el pan de cada día y el hambre lleva sus pasos a los contenedores de basura y comedores sociales.

Sus quejas por las dificultades inherentes al trabajo diario, se transforman en lágrimas de impotencia y dolor en la cola del paro cuando el mercado laboral les cierra sus puertas y las ofertas de trabajo son quimeras sin futuro.

La costumbre al cariño familiar, a la palabra amable, al consejo oportuno, a la compañía diaria, a la lealtad incondicional y a la ayuda generosa, comienzan a valorarlo con devoción frustrada y fervoroso anhelo, a la vuelta del cementerio cuando abandonan entre los muertos a la persona amada.

Tenedlo en cuenta amigos, porque tras la despedida final de nada sirve salir con Marcel Proust de la mano en busca del tiempo perdido, ni se encuentra consuelo en el arrepentimiento por no haber hecho en la vida todo aquello que hubiera contribuido a la felicidad del difunto.