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EUGENIO VARELA

EUGENIO VARELA

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Varela

Conocía las ilustraciones de Eugenio Varela en la revista Blanco y Negro a mi paso por diferentes hemerotecas del país, sin poner atención en el autor, hasta que me encontré con su obra en una exposición, donde pude valorar en justa medida el mérito de este ilustrador, al que admiro y respeto aún más, tras contemplar la muestra monográfica que ABC ha presentado.

Sorprende saber que un ilustrador gráfico de revista periodística, haya inspirado a pintores de la talla de Juan Gris o Pablo Picasso, siendo Varela el mayor impulsor de las corrientes modernistas que dominaron el continente europeo durante las primeras décadas del pasado siglo.

Maestro entre guerras y paisano de Alberti, que vino al mundo en el Puerto de Santa María en 1868, treinta y cuatro años antes que el poeta de la mar, partiendo ambos a la capital del reino, hasta morir Eugenio en 1955 en Cercedilla, después de mostrar su arte como dibujante, pintor, ilustrador, diseñador, decorador y cuantas facetas del arte se pusieron delante de él.

Tan polifacético, ignorado y olvidado artista, publicó alrededor de mil quinientos trabajos, presentando su primer dibujo en Blanco y Negro, el 1 de abril de 1899, plantando cara al dominante modernismo catalán, capitaneado por Rusiñol, Gaudí y a los creadores del Art Nouveau o los círculos vieneses, tan influyentes en aquella época, incluyendo a su inspirador Alfons Mucha.

Hallazgo expositivo que se ha incorporado al archivo de la memoria, para no olvidar nunca a quien supo unir arte con artesanía, armonizando en sus obras vertientes hasta entonces separadas, consiguiendo hacer obras de exquisito corte artístico en la ilustración gráfica.

DE MONSTRUO A SÍMBOLO

DE MONSTRUO A SÍMBOLO

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La torre que hoy es símbolo de la capital francesa fue inicialmente monstruo de hierro despreciado y criticado por artistas y ciudadanos de ambos lados ribereños del Sena, que deseaban ver concluida la Exposición Universal de París de 1889, para desmontar aquel entramado de hierros y mandar las piezas a un desguace lejos de la ciudad, por inútil e inservible.

La torree fue rechazada un año antes por los barceloneses, argumentando que desentonaba estéticamente con el templo de la Sagrada Familia que Gaudí ya dirigía en la ciudad condal, cogiendo Gustave Eiffel los planos bajo el brazo camino de París para vender su producto a los regidores de L’hôtel de ville situado en la Place de Grève.

El empeño contra viento y marea del ministro de Comercio y Comisario General de la Exposición, Éduard Lockroy, hizo posible que el proyecto del ingeniero dijonais se hiciera realidad por encima de los abucheos que durante la construcción recibió el actual emblema parisino, consagrado como tal y librado del estercolero por los servicios prestados durante la Primera Guerra Mundial, cuando la antena situada en lo más alto del ingenio metálico sirvió para interceptar las comunicaciones de los alemanes, colaborando con ello a ganar la guerra.

Es bueno, pues, recordar que fue un día como hoy de 1887 cuando se iniciaron las obras de cimentación del esqueleto férreo visitado actualmente por ocho millones de personas cada año, muchas de las cuales toman el ascensor para contemplar la capital gabacha desde los 300 metros de altura que tiene la tour Eiffel.