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¿TEST DE INTELIGENCIA?, NO GRACIAS

¿TEST DE INTELIGENCIA?, NO GRACIAS

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En oposición a la actitud mantenida por las empresas en la selección de empleados, aplicándoles un test de inteligencia para eliminar a los intelectualmente débiles, yo opongo el grito de ¡tontos, dentro!, porque la experiencia acumulada en mi larga vida docente me autoriza a ello.

Hablan los psicólogos de tan diversas clases de inteligencias que mi inteligencia no alcanza a comprender los diferentes tipos que pregonan. Pero menos aún alcanzo a comprender que pueda medirse el coeficiente intelectual con un puntómetro tan perfecto que ¡da cifras numéricas! sobre dicha medida. ¡Dios, qué precisión!

El psicólogo nizardo Alfred Binet aportó a la psicometría el primer test de predicción del rendimiento escolar en 1905, rechazando el método biométrico aplicado por Galton. Los resultados obtenidos con su escala métrica le llevaron a reconocer su fracaso en el intento de medición cuantitativa de la inteligencia, negando su utilidad para clasificar a los jóvenes estudiantes y a cualquier otra persona.

Pero a los americanos del norte no les llegó la noticia y en 1913 aplicaron el test de Binet a los emigrantes que aspiraban a entrar en el país, llegando a la conclusión de que 8 de cada diez no debían pasar la frontera. Igual hizo el gobierno boliviano en las escuelas de Potosí llegando a la misma estadística de tontuna reinante entre los niños.

Por otro lado, en 1994 los profesores Herrnstein y Murray publicaron el libro “The Bell Curve”, mostrando una correlación entre el C.I. y el nivel socioeconómico, concluyendo que los negros y los pobres eran más tontos que los blancos y los ricos por herencia genética, es decir que no le merece la pena al Estado gastarse el dinero en instruirlos, aconsejando fumigar intelectualmente, – disculpen la licencia -, a los negros pobres.

Mis años cultivando la inteligencia de los jóvenes y educándolos, contradicen todas las mediciones y rechazan plenamente la exclusión de los clasificados por los test como menos listos, sobre todo si las pruebas se utilizan para discriminar a ciudadanos de otra raza o a los económicamente más débiles.

A la veneración por los tests clasificatorios y discriminatorios, opongo la capacidad de trabajo, el dominio de la voluntad, el tesón por conseguir objetivos, la honradez mental, el equilibrio emocional, las habilidades sociales, las destrezas comunicativas, la experiencia lúcida y el buen sentido que coordina las todos los elementos determinantes del éxito intelectual.