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INMIGRANITIS

INMIGRANITIS

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El duro comentario pronunciado por unas personas al pasar junto a varios hombres de raza negra que vendían en la calle sus productos, me ha confirmado que la inmigranitis es una enfermedad crónica propia de quienes padecen xenofobia, caracterizada por una inflamación persistente de la glándula insolidaria, productora de aversión enfermiza al inmigrante, cuando éste ofrece sudor y lágrimas al país de acogida.

Si el inmigrante viene a tomar el sol, dejar propinas, meter goles, llenar hoteles y consumir, es bien recibido, sin importar el color de su piel. Pero si se hacina en pisos, busca alimento en los contenedores, hace trabajos despreciables, es explotado y mendiga por las calles, entonces hay que dejarlo agonizar a las puertas de los hospitales.

Si el inmigrante exhibe tarjetas platino, juega al fútbol y toma piña colada en la cubierta de los barcos, es venerado por los súbditos nativos que les abren las puertas; pero si trabaja veinticinco horas al día realizando tareas que desprecian los aborígenes y cobra cantidades simbólicas para engañar el hambre, entonces se les mira con desprecio.

Si el inmigrante viene acompañado por un séquito de servidores y deja sin existencias lujosas tiendas, se le aplaude al salir de las galerías comerciales; pero si consigue un puesto de trabajo con papeles y gana el mismo salario que el nativo, hay que expulsarlo del territorio porque quita puestos de trabajo y arruina las divisas del país de acogida.

Si el inmigrante pasea en coches de lujo, se enriquece con dudosos negocios, blanquea bolsas negras de basura con billetes de color púrpura, entonces merece un asiento en los banquetes oficiales; pero si huele mal, va descalzo y lleva ropa ajada de empresa en empresa buscando trabajo, se convierte en intruso indeseable.

El dinero no necesita pasaporte para viajar, ni hay frontera que se oponga su paso, venga de donde venga. En cambio, el hambre muchas veces no llega siquiera a la frontera porque termina entre las algas del océano capturada en arrecifes para alimentar a los depredadores marinos o en comisarías policiales fronterizas o en centros de acogida donde el respeto brilla por su ausencia.

¡ SILENCIO, SE JUEGA !

¡ SILENCIO, SE JUEGA !

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La maldad de la bomba neutrónica consiste en mantener los edificios intactos en su sitio, mientras pasa la guadaña por los cuerpos humanos, segando a neutronazo limpio células animales a diestro y siniestro, dejando las calles y plazas libres de todo semoviente durante las 48 horas que dura la radiación ionizante aniquiladora.

Bien, pues ese mismo efecto consigue el fútbol, aunque sus consecuencias no vayan tan lejos y se queden en tres o cuatro infartos, algunos gritos descompuestos, un par de bengalas desaprensivas y miles de discusiones intrascendentes entre los aficionados de uno y otro bando, lo que facilita la disgregación y el despiste colectivo.

Lenin hablaba de un alienante opio teísta que contaminaba el pensamiento, al que Unamuno opuso el ateísta viciador de sangre; pero pocos  han puesto la atención en el opio balompedista, tan utilizado en épocas no muy lejanas para alejar malos deseos de libertad, justicia y democracia.

Los singulares periodistos deportivos y las jóvenes periodistas deportivas que nos deleitan con sus inteligentísimas crónicas y acertadísimos comentarios, han agotado ya el repertorio de calificativos para definir partidos de fútbol como el de ayer, porque ya no vale eso del partido del año, de la década o del siglo. Alguien lo ha llamado del milenio, a un paso ya del Cron y el Eón.

Tres veces he ido a un campo de fútbol. La primera en Madrid a ver las últimas patadas de Di Stéfano a un balón en el Bernabéu, acompañado de entrañables amigos del Infanta. La segunda visita la hice al Helmántico aplaudiendo el ascenso del Salamanca a primera división con la pasividad del Betis, sin prestar mucha atención al partido porque mientras los equipos se besaban, nosotros dábamos cuenta de un cordero asado que llevó el dueño de un restaurante. La tercera y última vez fue en Bruselas con varios compañeros, a ver como España ganaba a Bélgica en el estadio de Heysel.

Eso es todo. Pero intentaré esta mañana ver el resumen del Barça – Real Madrid de ayer, porque quiero decir algunas tonterías de profano a los buenos amigos que me disputarán esta tarde sobre el tapete verde la dominguera partida de mus.

POCIÓN MÁGICA

POCIÓN MÁGICA

Quien esta página escribe no es especialmente aficionado a ver en una pradera urbana a veintidós jóvenes en pantalón corto corriendo detrás de una bola de aire, pugnando entre ellos por introducirla en un marco rectangular defendido por un arquero. Pero si el espectáculo promete interés y recreo, me acomodo con mi hijo y amigos delante de la pantalla, como hice ayer noche, para disfrutar del espectáculo, concluyendo que el vencedor de la contienda futbolística hizo trampas, porque jugó con ventaja.

La diferencia entre los jugadores del Barça y el resto de los futbolistas del mundo es que éstos necesitan tomar crematísticos estímulos externos para ganar los partidos que disputan, y Guardiólix y sus chicos van sobrados de un excitante más poderoso, porque todos ellos se cayeron de pequeños en la marmita de la Masiátrix, quedando saturados de una poción mágica que les durará para toda su vida deportiva y personal.

Pócima con cualidades despertaderas de valores desconocidos en los distintos adversarios que les disputan la victoria, por mucha que sea la fama de éstos. Potingue elaborado por druidas que habitan desde 1979 en una antigua residencia payesa construida en 1702, que infunde a los alevines un espíritu desconocido en todas las latitudes, complementario y más importante que las tácticas futboleras, estrategias de ataque, pizarras explicativas y talones en blanco.

El brebaje del que se intoxicaron de niños les hace invencibles no porque toquen el balón con maestría envidiable para el resto de los mortales, lo cual es verdad. Tampoco influye demasiado en su capacidad para hacerlo girar en el aire a su antojo. Ni interviene en la habilidad que tienen para enviarse el esférico unos a otros con precisión de tiralíneas. No. El secreto del bebedizo no afecta a tales destrezas externas, ni fortalece los músculos, ni aumenta la resistencia física de los intoxicados.

Lo que este bebistrajo le infunde es una disciplina personal y deportiva inquebrantable. Una lealtad a sus principios deportivos tácticos inviolable. Un amor al oficio que les hace convertir la competitividad en divertimento. Una visible amistad interna que les lleva a sacrificarse en la cancha por el compañero. Un muro de solidaridad infranqueable para los adversarios. Un espíritu de sacrificio envidiado por los trapenses de Venta de Baños. Una sincera humildad franciscana. Y una generosidad deportiva sin límites, para homenajear a sus aficionados.

Este es el secreto que ha empujado a los catalanoespañoles a la cumbre del fútbol mundial, mientras otros empresarios de este deporte buscan la solución en talones bancarios, carentes de valores que contrarresten el milagro de la cuna azulgrana, porque en los bancos y el merchandising no se encuentra el antídoto a la pócima mágica que inyectan a los aprendices en la Masía.