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PRESAGIO DE MIRADAS

PRESAGIO DE MIRADAS

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¿Qué nos hace mirar de frente a alguien antes de invitarle a recorrer juntos la vida? ¿Qué vemos cuando miramos de reojo a otra persona antes de contemplarla detenidamente por segunda vez? ¿Qué nos llama la atención de un ser semejante antes de tener el primer encuentro con él? ¿Qué sucede después?

En los tres primeros segundos del encuentro, sorprenden los ojos, el gesto, la sonrisa, el peinado y la ropa. Luego su voz, el estilo y la finura. Pero más allá del minuto, todo ello pasa a segundo plano cediendo el espacio a bondades que llevan a la felicidad, porque lo esencial solo es visible con ojos del corazón, como anticipó Exupéry.

Comienza entonces a seducir la seguridad en las convicciones compartidas, la voluntad de hacer juntos lo imposible, el deseo de volar por encima de rumores, el impulso de arriesgar ante lo imprevisible y la certeza del tropiezo cuando se toma la decisión de caminar al lado de alguien, porque solo se trastabilla el que avanza.

Más tarde, sin pretenderlo, llegan de puntillas las confidencias a media voz en rincones apartados de tabernas solitarias, testificando el vino la vulnerable declaración de sentimientos, temores, afanes, debilidades, ilusiones y proyectos, iluminando las pupilas de forma inesperada en el reflejo de las miradas, habilitando el deseo.

Estando aquí, poco tarda en llegar el primer beso furtivo rozando inadvertidamente los labios, la caricia perdida en un descuido, el sonrojo aterciopelado en las mejillas, la risa nerviosa sin justificación aparente, el sacudimiento interno percibido y la complicidad, presagio del encuentro definitivo.

Preludios de amor que concluyen en vocaciones de pertenencia mutua con intención duradera, aunque la eternidad pretendida concluya antes de que la parca determine la partida de quien fue en el comienzo sorpresa desprevenida, fortuito encuentro, transversal futuro y redención que alteró inesperadamente el ritmo de la sangre, provocando extrasístoles desconocidos hasta sobrepasar la frontera de la piel.

ME DUELE PARÍS

ME DUELE PARÍS

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Leo con estupor lo sucedido ayer en París y el corazón no me responde. Veo las imágenes mortuorias en la televisión y se me nubla la vista. Oigo el grito de ¡Alá es grande! y se me endurecen los tímpanos hasta la sordera. Pongo la mano sobre el Corán y encallecen las yemas de los dedos.

Me duele el centenar de víctimas inocentes que ha dejado un reguero de sangre en las calles parisinas, abierto por vesánicos disparos de quienes gritan hasta enronquecer la grandeza de Alá desde su pequeñez mental, convencidos en la venturosa felicidad que les espera en inexistentes paraísos.

Me duele el peregrinaje de miles de personas que deambulan sonámbulas, sin futuro ni paradero, de frontera en frontera y de campo de refugiados en campo de refugiados, con los hijos en brazos, huyendo de matanzas provocadas por los señores de la guerra desde sus despachos, impasibles al dolor ajeno.

Me duelen las sonrisas del trío de las Azores y su frialdad reconociendo que con sus cínicos polvos provocaron lodos de sangre que ahora se expanden como plaga bíblica, sin que a los palacios donde habitan les llegue el barrizal sangriento de la venganza terrorista amamantada en el estado islámico

Me duele la impotencia del Estado ante los atentados terroristas, porque siempre habrá un alienado dispuesto a salpicar las pareces con sangre ajena, sembrando el pánico en una población sin culpa de la pena que impone la barbarie de mentes abducidas por doctrinas manipuladas.

Me duele la impunidad de quienes aprietan los botones mentales de ciudadanos ignorantes y predican violencia contraria al mandato islámico de paz, pues no en vano el Profeta Muhammad reiteró el mensaje de Dios cuando dijo: «Ustedes no entrarán al Paraíso hasta que crean, y no creerán hasta que se amen unos a otros”.

PAÍS DE ARENA

PAÍS DE ARENA

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El desarrollo de los pueblos depende del temperamento, personalidad y carácter distintivos de los ciudadanos que forman la colectividad nacional, es decir, que el futuro de un país está subordinado a la idiosincrasia de los sujetos que conviven intramuros de sus fronteras, según las hipótesis del marginalista Cournot.

Dicho esto, el porvenir que nos espera a los españoles es el que nos corresponde, – bueno o malo -, sin permitirnos albergar otras expectativas de aquellas que nos esperan, porque arrastramos desde hace siglos unos rasgos específicos distintivos de otros pueblos vecinos y lejanos, convirtiéndonos en seres peculiares de la piel de toro.

Parafraseando al presocrático Empédocles, me atrevo a simplificar diciendo que la materia prima constituyente de la raza hispana está formada por la combinación de elementos preconizadores de nuestra razón de ser, con el fatalismo otorgado por la envidia, el quijotismo, la soberbia, el cotilleo y la picaresca, como atributos básicos conformadores.

A pesar de ello, la creatividad, laboriosidad, solidaridad, sinceridad y generosidad, nos permitirían producir brotes verdes con facilidad, si no fuera porque los fraudulentos dirigentes políticos, sociales y financieros han convertido el suelo patrio en país de arena seca sin esperanza en inmediatos verdores a corto y medio plazo, porque los esquilmadores se han llevado a sus jardines particulares la tierra vegetal necesaria para que en ella aparezcan brotes verdes imposibles de florecer sobre la arena.

PESADILLA SUBSAHARIANA

PESADILLA SUBSAHARIANA

LLEGADA CAYUCO A TENERIFE

Soñaban al sur del Sahara con tierras de promisión que alejaran sus estómagos de la hambruna, y con esa intención comenzaron a rodar miseria arriba hacia el imposible milagro, hacinados en trenes, carretas y autobuses, con el alma seca por soles desérticos y a la intemperie, bajo el siniestro vuelo de las aves carroñeras que acechaban, en espera de nutrirse con los muertos abandonados en el camino.

Desnutridos, agotados y somnolientos, cruzaron desiertos, vadearon ríos, se cobijaron en cuevas y comieron reptiles con hierbas de guarnición, hasta llegar a la frontera de la opulencia donde fueron desgarrados sus cuerpos en concertinas desafinadas y arrinconados como apestados en habitaciones con ventanas enrejadas donde el sueño redentor de la indigencia se convirtió en negra pesadilla de luto mortecino.

Su delito: nacer en el sur. Su ambición: sobrevivir. Su pecado: la ingenuidad. Su error: confiar en otros hombres. Su esperanza: comer algo cada día. Su destino: la pobreza. Su realidad: el fracaso en la redención de la injusta condenación a la hambruna, en un mundo con alimento sobrado para todos.

Con el alma astillada por la frustración tras el desmedido esfuerzo, son obligados a regresar frustrados a la choza de la que partieron junto a la desahuciada familia, certificando los verdugos la entrega de los descarriados, mientras en los foros del norte siguen los especuladores sin alma, discutiendo sobre la calidad del chocolate.

MÁS ALLÁ DE LA VEJEZ

MÁS ALLÁ DE LA VEJEZ

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En la antesala del gran viaje, cuando se abandona la vejez, la madurez queda atrás, la juventud es imposible anhelo y la infancia un recuerdo olvidado, es buen momento para dar un paso hacia delante y recoger los frutos que la experiencia ha dejado en el fardel de la vida y compartirlos con quienes van de camino hacia la estación término.

Pasada la vejez conviene hacer reparto de bienes y advertir de lo que espera, porque la sabiduría acumulada no está en libros ni manuales, sino en páginas de vida que cada cual debe ir leyendo mientras pasa por renglones de años con la esperanza en vilo, porque nunca se sabe el destino que el azar tiene reservado.

Un querido amigo que ya ha pasado la frontera de la vejez, me confesaba el otro día que en la sala de espera donde se encuentra ya no preocupa el dinero, ni la opinión ajena, ni el miedo al error, ni el descanso de la libido, ni la persistencia del insomnio, ni el cansancio crónico, ni la torpeza de los gestos, ni las novedades tecnológicas, ni la memoria perdida, ni las modas, el dolor, la sordera, el reúma o la muerte. No, ni siquiera perturba la muerte inevitable que espera inquieta.

Preocupa la invalidez postrada, la dependencia de otras manos que laven, ayuden, guíen, levanten, acuesten, alimenten y acaricien. Molesta la subordinación a deseos ajenos. Aflige el sometimiento obligado a otras voluntades. Desazona la ingratitud de quienes todo los recibieron de uno y nada devuelven ni agradecen. Turba la soledad, conmueve el abandono y entristece saber que se está en el peor momento de la vida.

INMIGRANITIS

INMIGRANITIS

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El duro comentario pronunciado por unas personas al pasar junto a varios hombres de raza negra que vendían en la calle sus productos, me ha confirmado que la inmigranitis es una enfermedad crónica propia de quienes padecen xenofobia, caracterizada por una inflamación persistente de la glándula insolidaria, productora de aversión enfermiza al inmigrante, cuando éste ofrece sudor y lágrimas al país de acogida.

Si el inmigrante viene a tomar el sol, dejar propinas, meter goles, llenar hoteles y consumir, es bien recibido, sin importar el color de su piel. Pero si se hacina en pisos, busca alimento en los contenedores, hace trabajos despreciables, es explotado y mendiga por las calles, entonces hay que dejarlo agonizar a las puertas de los hospitales.

Si el inmigrante exhibe tarjetas platino, juega al fútbol y toma piña colada en la cubierta de los barcos, es venerado por los súbditos nativos que les abren las puertas; pero si trabaja veinticinco horas al día realizando tareas que desprecian los aborígenes y cobra cantidades simbólicas para engañar el hambre, entonces se les mira con desprecio.

Si el inmigrante viene acompañado por un séquito de servidores y deja sin existencias lujosas tiendas, se le aplaude al salir de las galerías comerciales; pero si consigue un puesto de trabajo con papeles y gana el mismo salario que el nativo, hay que expulsarlo del territorio porque quita puestos de trabajo y arruina las divisas del país de acogida.

Si el inmigrante pasea en coches de lujo, se enriquece con dudosos negocios, blanquea bolsas negras de basura con billetes de color púrpura, entonces merece un asiento en los banquetes oficiales; pero si huele mal, va descalzo y lleva ropa ajada de empresa en empresa buscando trabajo, se convierte en intruso indeseable.

El dinero no necesita pasaporte para viajar, ni hay frontera que se oponga su paso, venga de donde venga. En cambio, el hambre muchas veces no llega siquiera a la frontera porque termina entre las algas del océano capturada en arrecifes para alimentar a los depredadores marinos o en comisarías policiales fronterizas o en centros de acogida donde el respeto brilla por su ausencia.