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VERONA TRAJO AL FELÓN

VERONA TRAJO AL FELÓN

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En 1822 se reunieron en la ciudad italiana de Verona los representantes de países santíficamente aliados en alianza: Francia, Rusia, Inglaterra, Prusia y Austria, para preservar sus coronas tras las guerras napoleónicas y la defenestración del emperador francés, con grave daño para España y los españoles.

El Tratado de Verona establecía que los gobiernos representativos no eran propios de las monarquías, que la libertad de expresión perjudicaba a los monarcas y que la religión era la fuerza capaz de conseguir la obediencia de los vasallos a sus reyes, por lo que Luis XVIII decidió auxiliar a su sobrino Fernando «Felón», invadiendo España con cien mil guerreros libertadores, santificados y bendecidos en iglesias francesas.

En tal Congreso acordaron los salvadores universales restaurar el absolutismo en España en la persona del felonazo Fernando VII, cercado políticamente por Rafael del Riego, enviando a la piel de toro Cien Mil Hijos de San Luis el 7 de abril de 1823, que se pasearon por España desde Creus a Tarifa y desde Gata a Finisterre, instaurando en el país la azarosa y malhadada Década Ominosa.

De esa forma, consiguieron las naciones congresistas que nadie tocara sus coronas, garantizando el orden europeo que a ellas les interesaba, alejando a los incómodos liberales de tronos propios y vecinos, para que los ciudadanos se dejaran en paz de peticiones viciosas como exigir libertad, justicia, igualdad y otras zarandajas, tan molestas para el absolutismo que impusieron.

HIPOCRESÍA LEGALIZADA

HIPOCRESÍA LEGALIZADA

esclavitud

Es costumbre de gobiernos y parlamentos legalizar la hipocresía, es decir, hacer lo contrario a lo legislado por ellos mismos, con objeto de lavar públicamente su imagen, haciendo ver que se realiza algo diferente a lo que realmente se hace, con un cinismo propio de raza degenerada.

Esto sucedió con la abolición de la esclavitud en España, – es decir, en la España peninsular, claro – porque en la de ultramar se mantuvo el esclavismo, dejando patente la doble moral de los gobernantes españoles regentados por la corrupta María Cristina de Borbón, que prohibió tener esclavos en la península para contentar a Europa, permitiendo a los ricos españoles cubanos tener cuantos esclavos quisieran en la isla caribeña.

Los amigos de la viuda de Fernando VII el Felón y mamá de la ninfómana Isabel II, se dedicaban al tráfico de esclavos obteniendo en tal comercio extraordinarios beneficios que debían mantenerse, para que el negocio de los parientes y amigos siguiera viento en popa a toda vela, engordando sus arcones y huchas con ducados ennegrecidos con la piel de los esclavos, mientras los países europeos miraban para la ley peninsular, porque sus prismáticos políticos no llegaban a las colonias allende los mares.

En ese detestable tráfico de esclavos, forjaron inmensas fortunas los políticos, nobles, militares y gobernadores de la época, sin que los gobiernos conservadores movieran un dedo para evitar tales desmanes, porque a muchos de ellos les tocaba directamente en sus particulares bolsillos.

Recordemos, por ejemplo, que el conservador, misericordioso y restaurador Cánovas del Castillo, llegó a decir en un momento de lucidez, que las personas de raza negra eran perezosas, salvajes e inclinadas a actuar mal, por lo que era obligado conducirlas con autoridad y firmeza si se quería obtener algo de ellas.

FLORIDA POR PASCUA FLORIDA

FLORIDA POR PASCUA FLORIDA

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La presencia masiva de hispanos en Florida, obliga a recordar que esta península americana fue española hasta que dejó de serlo a golpes, empujones, juegos diplomáticos, promesas olvidadas y contratos incumplidos de los actuales propietarios del terreno.

Cuando Juan Ponce de León descubrió el lunes de Pascua Florida del año 1513 la península americana, no tuvo otra opción que declararla territorio español y bautizarla con el nombre de Florida, por la pascua, sin saber que dejaría de ser española a cambio de un puñado de pesos que nunca llegarían a las arcas de los herederos hispanos.

Esto sucedió en 1819, cuando el cofre del Estado español estaba pleno de telarañas y el rey felón campaba impunemente por la península ibérica, dando oportunidad de empujar a los Estados Unidos sobre la sureña península hispana, hasta hacerla americana por cinco millones de monedas virtuales.

Virtuales, porque los pesos nunca fueron pagados por los deudores alegando que serían utilizados para indemnizar a los damnificados por los abusos y daños causados por los españoles a los americanos que ocupaban el territorio que ya les pertenecía, cediéndonos como premio de consolación algunos territorios americanos, que también acabarían en manos yanquis.

De nada sirvieron las advertencias del representante español en Washington, Luis de Onís, sobre las intenciones americanas, porque fue obligado a firmar con el secretario de Estado americano John Quincy Adams el tratado Adams-Onís por el que España perdía los 170.000 km2 de la península más florida del nuevo continente, con todos los floridanos dentro.

LA LLEGADA DEL FELÓN

LA LLEGADA DEL FELÓN

Unknown

La historia cambia mucho según quien nos la cuente, pero en el caso del rey nacido en El Escorial el 14 de octubre de 1784, es unánime el calificativo de felón que le atribuyen todos los historiadores, porque las felonías realizadas por Fernando VII le hacen acreedor de tan merecido sobrenombre.

Personaje de nefasta memoria, que puso a los españoles bajo la suela de su bota, clavando espuelas de absolutismo en la carne dolorida de los ciudadanos, mientras convertía España en un cortijo privado y al pueblo en rebaño custodiado por sus mastines.

Ocupó el trono amotinándose en Aranjuez contra su padre Carlos IV, disfrazando el derrocamiento de abdicación, y terminó su reinado metiendo a los españoles en la primera Guerra Carlista, al sentar a su hija Isabel en el trono tras promulgar la Pragmática Sanción.

En medio de todo ello: traiciones al pueblo, derogación de la Constitución de Cádiz, abusos reales, absolutismo desmedido, eliminación de libertades, miserables venganzas, ruina económica y persecución a demócratas, apoyado por una pandilla de caciques aduladores que sólo buscaban su propio beneficio al lado del monarca.

Entre el sexenio absolutista y la década ominosa, el teniente coronel Riego abrió las puertas al Trienio Liberal, apoyado cínicamente por el felón con la mano derecha, mientras por la izquierda conspiraba para restablecer el absolutismo, hasta lograrlo en 1923 con ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis.

Fue don Fernando VII baldón histórico, oprobio del pueblo español y borbón antecesor de nuestro monarca don Juan Carlos I, rey de España por la gracia del general Franco, que vino al mundo con el nombre de Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, dos veces Borbón para que no hubiera dudas de su procedencia.

¡MUERA LA PEPA!

¡MUERA LA PEPA!

Eso, ¡muera la pepa!, ¡que muera!, y que muera ya de una vez. Pero no la Pepa constitucional que vitoreaban clandestinamente los liberales dos años después de votada la Carta Magna el 19 de marzo de 1812, para evitar que el abyecto felón del Fernando les cortara el gañote y arrojará a los pies de los Hijos de San Luis.

No, esa no. Esa que resucite hoy en España al cumplir los 200 años de su nacimiento, para orientar el camino de su hija póstuma nacida en 1978, que va por la piel de toro más perdida que Belén Esteban en una biblioteca.

¡Muera la pepa!, ¡pues claro! Pero la pepa del abuso y el desorden. La pepa que gobierna en los consejos de administración y en los despachos oficiales. La pepa del despilfarro, el descontrol y la impunidad. La pepa por la que trepan los indeseables sin escrúpulos, los que ascienden pisando a los demás como si fueran peldaños.

Esa pepa que no hace pupa al Papa. La pepa que baila con especuladores, que tima a jubilados, que explota a los subempleados, que amarga la vida a los parados y se sienta en la mesa a papear con pregoneros de la catástrofe.

Muera la pepa del bullanguero jolgorio institucional, del sonoro desbarajuste ministerial, de la preocupante incomprensión judicial, del aceitoso despotismo social, de la negra porra policial, del premeditado engaño contractual, de la frecuente manipulación colegial, de la indeseable reforma laboral, del calculado silencio episcopal y del excesivo abuso patronal.

Que muera la pepa, para que la Pepa pueda vivir.

GABACHOS

GABACHOS

Ni es oro todo aquello que reluce en el chovinismo francés, ni su paranoia narcisista es epidémica, ni el patrioterismo visceral afecta a los cuerdos, ni la mitomanía irracional está generalizada, ni todos los franceses son gabachos, aunque a muchos les cueste creerlo.

Al decir gabachos no tengo en la memoria a quienes sufren paperas y tumefacciones en la glándula tiroides, sino a los franceses que nos invadieron hace años con la anuencia, beneplácito y aplauso del gran felón, y a tiro limpio trataron de mantener el dominio sobre una finca que no les pertenecía.

Al decir gabachos no me refiero a las personas nacidas en algún pueblo de la falda francesa de los Pirineos, vecina a la nuestra, sino a los despreciables vecinos que impunemente desvalijan los camiones españoles con verduras que pasan por su territorio camino del norte.

Al decir gabachos no quiero identificar a los franceses despectivamente con los gringos, sino a los que fueron “amables” con los exiliados republicanos que huían de nuestra guerra incivil, “recogiéndolos” en campos de concentración para que no se dispersaran por el país.

Al decir gabachos no pretendo hablar de los franceses que habitan en la ribera francesa del río Gabas, y sí del grupo de indeseables que han difundido por el mundo la macabra insinuación de dopaje de nuestro querido Rafa Nadal, simplemente por dejarles sin trofeos en las estanterías.

Al decir gabachos no pongo la atención en el occitano “gavach”, montañés negro, que procedía en el siglo XVI de la región septentrional del país vecino y hablaba muy mal francés, sino a los gabachos que han hablado siempre mal de nosotros, creyéndose ombligos del mundo.

Al decir gabachos no me refiero a los buches de las aves ni al bocio tan frecuente entre los montañeses septentrionales franceses, sino a los que padecen desde hace siglos envidia crónica de sus vecinos del sur, difundiendo con desprecio que África comienza en los Pirineos.

Pero que nadie se alarme. La pretendida ofensa pública a Rafa Nadal – que a todos ha pretendido ofendernos -, tiene su origen en la desneuronización que han sufrido algunos moñigotes de carne y hueso por fusión de los axones de tantas bofetadas hispanas recibidas.

Durante muchos años he convivido día a día y codo a codo con profesores franceses, y puedo asegurar que no encontré gabacho alguno entre ellos. Pero también sé que esta subespecie prolifera como hongos otoñales entre los descerebrados que abundan en las cadenas televisivas, por mucho que engolen la voz, estiren el cuello y quieran contagiarnos a los demás su frustración con estornudos semejantes al salivazo que han arrojado impunemente contra Nadal.