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Etiqueta: experto

ASESORES

ASESORES

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El asesoramiento en la gestión pública que debería ser excepcional, pasajero y ocasional, se ha transformado en algo rutinario, estable y fijo, debido al clientelismo, al nepotismo, al amiguismo y a la incompetencia de muchos políticos sin escrúpulos, que ocupan puestos de responsabilidad en la Administración, para los que no están capacitados.

El único oficio para el que no se necesita experiencia, ni conocimientos, ni exámenes previos, pruebas selectivas o demostración de aptitudes para el trabajo, es la profesión política. A los incompetentes les basta con afiliarse a un partido, digerir píldoras indigeribles, tener habilidades miméticas y camaleónicas, hacer genuflexiones, ocultar verdades, engañar burdamente, lucir con descaro cara de cemento armado y carecer de mínima ética para  el servicio público.

Considerar que ciudadanos mediocres, intelectualmente débiles y contaminados moralmente, están capacitados para gestionar vidas ajenas, sin otro mérito que ir con el carnet del partido entre los dientes, es tanto como declarar que todos podemos ser cirujanos con un bisturí en la mano.

Estos polítiqueros necesitan parches sor desvergüenza para aliviar su ignorancia, contratando a miles de asesores que se sumen con él al mamoneo. Es decir, si un político es experto en el área que se le encomienda, no necesita asesores que le asesoren porque se asesora a sí mismo con sus conocimientos y experiencia; pero si desconoce el área que se va a poner entre sus manos no puede ser nombrado para ese cargo, por lo que tampoco necesita asesores. O sea, ¡asesores al paro!

ESCRIBIDORES Y PSEUDOINTELECTUALES

ESCRIBIDORES Y PSEUDOINTELECTUALES

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No puede llamarse escritor a todo aquel que escribe, aunque muchos se autoproclamen escritores, sin serlo. Bien es verdad que el diccionario se empeña en decir lo contrario, estableciendo que todo ser humano que escriba, es escritor, lo haga bien o mal. Pero también es cierto que permite llamar a los malos escritores, escribidores. Pero ¿cómo debemos llamar a los buenos escritores? Nadie lo sabe.

Ante tal indefinición, resulta que todos los ciudadanos que no sean analfabetos, son escritores. ¿Os explicáis ahora por qué en los manifiestos, adhesiones, proclamas, denuncias y peticiones, aparecen tantas firmas de escritores que no pasan de ser escribidores?

Tal ambigüedad abre de par en par las puertas a copistas, escribientes, redactores, amanuenses y prosistas. Todos ellos escritores, aunque no lo sean. Por eso, para distinguir los escribidores de los otros, – pendientes de definir -, hemos optado por una solución de emergencia anticipando un adjetivo apocopado para definirlos diciendo que fulano de tal es un “buen escritor”, para distinguirlo de los escribidores. Éstos no saben jugar con las palabras para hacer con ellas obras de arte literarias que deleiten a quienes se acerquen a sus escritos. Hoy escribe todo el mundo y todos se llaman con razón – aunque les falte toda -, escritores.

Algo parecido ocurre con los intelectuales. Hay pseudointelectuales en España como para detener un tren de alta velocidad cuando galopa desbocado por los carriles de las vías férreas. Si a los falsos intelectuales les diera por jugar al corro de la patata se les quedaría pequeño el ecuador terrestre. Afortunadamente, en este ámbito se ha reservado el término sabio a los tres o cuatro que lo merecen, aunque al paso que vamos no tardarán en proliferar lumbreras de pacotilla aparentando tener el más alto grado de conocimiento, aunque en realidad sus saberes no pasen de erudiciones vulgares, al alcance de cualquier mortal. Todos ellos se colarán entre las fisuras que han dejado en los renglones del diccionario los habitantes de la casa que para ellos diseñó don Miguel Aguado, en la calle Felipe IV de Madrid. Leyendo lo que en él se dice, resulta que las listas de intelectuales que por ahí circulan son ciertas, porque todas las personas incluidas en ellas se dedican preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras. En este caso, la solución a tomar para distinguir unos de otros, es parecida a la de los escritores. Por eso, en determinados momentos cuando hablamos de intelectuales, añadimos la cualidad de veracidad a la persona concreta a quien nos referimos, diciendo que es un intelectual “de verdad”, para superar equívocos que nos lleven a incluir en ese grupo a todos los que se cuelan de rondón en él.

¿Y qué decir de los expertos? ¡Madre mía! Si éstos volaran no llegaría la radiación solar a la Tierra. Han proliferado como los procariotas, por bipartición, repartiéndose entre ellos los beneficios de las ondas  hertzianas y la radiación catódica, generando abundante desinformación, que termina normalmente con una manipulación de datos, cifras, hechos, realidades y fechas, que sólo complace a los simpatizantes  homínidos que los escuchan, miran y leen embaucados por su beocia.

Finalmente, están los opinadores. Sí. Detrás de cada español hay un perito en fútbol, economía, urbanismo, educación, medicina, alfombras orientales o punto de cruz, aunque no sepan enhebrar la aguja, ni dar una puntada. Cogiendo el rábano por las hojas y aprovechando que el río está revuelto, aquí todo el mundo quiere ser pescador.

Sin entender muy bien eso de la capacidad humana de opinión, ¡hale!, a opinar. De lo que sea. Basta darse una vuelta por bares, peluquerías, tertulias radiofónicas, blogs, mentideros y verdulerías, para comprobar esto. Todos a opinar, incluso de lo que no saben.

Esta es mi opinión, y la paradoja con que vivo a diario mis contradicciones, en una sociedad infestada de escribidores, pseudointelectuales e inexperientados, que comenzarán a aparecer en listas de listos durante la campaña electoral que se avecina.