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Etiqueta: evaluación

A MI COLEGA MARINA

A MI COLEGA MARINA

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Tengo para mí, que al colega José Antonio Marina, filósofo titulado universitario y pedagogo por nombramiento propio, se le ha ido la pinza a fuerza de filosofar sobre la educación, porque no caben mayores desatinos en tan corto espacio de tiempo, como los disparates verbales que este profesor de Secundaria ha lanzado contra sus colegas, tras perder el buen sentido que tuvo en otros tiempos cuando apostaba por una «movilización educativa», que implicara a toda la sociedad en mejorar la educación.

Al comenzar su discurso sobre el modelo de evaluación del profesorado defendido por él, pensé equivocadamente que se trataba de una calentura ocasional y pasajera. Pero luego, este jubilado profesor de Secundaria ha seguido martilleando con lo mismo, mereciendo ya unas palabras al respecto por parte de quien ha dedicado muchos años a la evaluación educativa con cuatro libros en su haber sobre el tema, varios artículos, un proyecto de cinco volúmenes dedicados a la Autoevaluación Institucional y su tesis en Didáctica.

La vieja idea de someter a evaluación la práctica docente es tan buena, como lo sería la de evaluar a los jueces, médicos, funcionarios, políticos, clérigos y cualquier gremio profesional que considerarse pueda. El problema es que Marina se desliza por un tobogán provocador, imprudente y desacertado, al que respondemos con esfuerzo en cinco puntos, porque la respuesta a su proyecto merecería un replicario interminable.

  1. En nuestro país, que es el suyo, estamos lejos de contar con gabinetes profesionalizados en evaluación educativa, lo que significa poner el enjuiciamiento sobre los profesores en manos de aficionados y oportunistas, con el daño que esto ocasionaría a los evaluados, al propio sistema y a la sociedad.
  2. Oírle decir al señor Marina que los buenos profesores no pueden cobrar igual que los malos, significa que este filósofo tiene claro quienes son unos y otros, algo difícil de adivinar dadas las características de los procesos educativos, la falta de una carrera docente, la desigualdad de recursos, la diversidad de centros y la heterogeneidad de alumnos.
  3. Detrás del proyecto de Marina se esconde el paradigma cuantitativo de la evaluación, sancionador y excluyente, tan alejado del modelo cualitativo y formativo que debe tener la evaluación educativa, integradora, criterial, contextualizada, negociada, científica, ética y participativa.
  4. El management, la valoración, el examen sancionador o la auditoria no son aplicables en la evaluación educativa de la práctica docente, inspirada en la detección de las deficiencias para superarlas, corregirlas y mejorarlas, pero nunca para sancionar ni excluir al docente que incumple su oficio, porque bastante tiene con intentar aprenderlo mediante ensayo y error, por falta de formación inicial.
  5. Referente a la propuesta cicatera, dislocada, insolente y obscena del señor Marina, pidiendo que los «buenos» profesores denuncien a los «malos» y fomenten la exclusión de estos del sistema, proponemos que esto se extienda al resto de profesiones, viéndonos obligados a pedir su eliminación, por incompetencia, como responsable de elaborar el Libro Blanco de la Función Docente que le ha encargado el abogado, IX barón de Claret, reconocido especialista mundial en temas educativos.

Aprovechando la amistad y confianza que el ministro tiene con este profesor de Filosofía, le recomendamos que dedique sus esfuerzos a conseguir que la asignatura de Filosofía recupere su puesto en el currículo escolar, porque necesitamos mentes jóvenes bien estructuradas.

SESIONES DE CLASE

SESIONES DE CLASE

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Recién comenzado el curso académico, recuerdo las sesiones de clase compartidas durante más de tres décadas con jóvenes esperanzados por alcanzar la vida que esperaba, pero desganados por el tedio de la tarima y aburridos ante la rutinaria tarea que recomenzaba tras el descanso estival descubridor del “verano del 42”, inolvidable refugio donde todos estuvimos amparados algún día.

En las sesiones de clase se ejecuta el plan previsto horas antes, con actividades escolares de motivación, aprendizaje y evaluación, acordes con la metodología adecuada para desarrollar cada objeto de aprendizaje, utilizando materiales de apoyo en un tiempo prefijado de antemano.

El sentido profesional avisa al profesor en qué momento debe introducir el chascarrillo que provoque la sonrisa, el comentario que relaje la tensión intelectual y la broma que divierta a todos. Porque las clases tienen que ser divertidas y relajadas, para introducir en ellas menos temor y más humor, de forma que los alumnos se lo pasen bien mientras incorporan aprendizajes en su estructura cognitiva.

A lo largo del tiempo ha cambiado el perfil de profesor, el modelo de alumno, la metodología, las interrelaciones, las actitudes y el tratamiento personal, hasta el punto que todo lo vivido por mi generación tiene escaso parecido con la realidad actual. No porque la clase en sí misma sea otra cosa, no. Las sesiones de clase mantienen un duende, una emoción, un encanto, un riesgo y una seducción, a la que es difícil substraerse.

Son la quintaesencia de la profesión docente, donde es preciso darlo todo, hasta lo que no se tiene, porque el periodo de clase representa el momento de máxima tensión intelectual en la tarea escolar, siendo a la vez la actividad más estimulante y satisfactoria de cuantas comparten docentes y discentes, representando el mayor reto al que enfrentan juntos, aunque algunas veces domine la indiferencia, el desinterés y el bostezo.

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

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Contra viento sociales,  tempestades parlamentarias, mareas de profesores, desplantes de alumnos, pañueladas de padres, empujones de periodistas, barricadas de sindicatos, y quejas de costureras, churreros y aguaderas, el menistro Wert multiplica gratuitamente la crispación en un país muy crispado por los recortes, proponiendo una ley innecesaria, inoportuna e inadecuada, aprovechando que él se encuentra fuera del sistema educativo y no va a sufrir las consecuencias de su norma.

La mínima calificación obtenida por el menistro Wert en el barómetro del CIS con una nota de 1,76, permite asegurar que si el pilarista José Ignacio fuera alumno de Secundaria sería desviado hacia profesiones laborales alejadas de la Universidad y no podría estudiar la carrera de Derecho que cursó al abandonar el pilarismo.

Si Wert fuera estudiante, no pasaría ninguna de las selecciones que él mismo exige superar a los alumnos de 8, 11, 15 y 17 años, porque la puntuación de 1,76 que ha obtenido en el  examen social de los ciudadanos, no permite otra opción.

Si Wert fuera estudiante, carecería de amigos en el colegio porque no querrían jugar con él los compañeros en el recreo, le harían poco caso los profesores y los padres no le invitarían a fiestas de cumpleaños de sus colegas.

Si Wert fuera estudiante, iría solo a las manifestaciones convocadas por él mismo a favor de su ley, siendo despreciado por esquirol, disuelto con gases lacrimógenos por policías-padres y abucheado por los peatones.

Si Wert fuera estudiante, sus progenitores se avergonzarían del 1,76 obtenido por su hijo en la reválida ciudadana que él ha rescatado del pozo negro antieducativo con la propuesta de una evaluación sancionadora, selectiva y segregadora.

Si Wert fuera estudiante, no querría ser itinerado a los trece años hacia caminos profesionales que siendo adolescente rechazó y pediría las oportunidades de futuro que ahora niega a los jóvenes que sufrirán en las aulas su ley educativa, inspirada en fueros españoles y palomas espirituales.