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RELIGIOSIDAD LAICA

RELIGIOSIDAD LAICA

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Verano, crisis...

Viendo a toda España en fiestas estos días con motivo de santos patrones y Madres de Dios que van desde San Roque a la Virgen de la Asunción, pasando por todos los santos y vírgenes imaginables, uno piensa si tanta festividad es fruto de la fe, para honrar a la Iglesia y glorificar de los festejados, o se trata simplemente de un milenario pretexto para el jolgorio laico, disfrazado con halos santorales y coronas virginales.

Ante tantas procesiones, bailes de imágenes, festejos laicos, alcohol destilado, tentaciones de la carne y beatíficas genuflexiones en altares, calles, iglesias y ermitas, la razón pasa por un túnel con dos salidas, sin saber a cual dirigirse, pues la religiosidad que justifica las jornadas festivas no cristaliza en compromiso evangélico una vez que el santoral pasa en el calendario.

Duda el sentido común del observador si es devoción y cumplimiento doctrinal o pretexto de piadoso breviario lo que podría ser fundativos, yantavales, turigorcias, comarciales o la rústica vinalia romana anticipadora de la buena cosecha cepera, pues en tierra hispana no hay campanario sin su vino, extendiéndose la algarabía como mancha etanólica por todo el territorio, porque hay espadañas litúrgicas en cada esquina de un país catoliquísimo como España.

Devoción y fiesta callejera unidos, hacen posible la religiosidad laica de esta tierra de María Santísima, donde la mayoría de creyentes no se han quitado el traje de la primera comunión ni madurado su fe y los bautizados olvidan que fueron nombrados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la pila bautismal.

PALOMAS

PALOMAS

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Dicen que las palomas, como todas las aves, descienden de reptiles que desarrollaron plumas en sus escamas para sobrevolarnos, llevando la contradicción en sus alas al ser símbolo de paz y Santo Espíritu, al tiempo que causan singulares daños al patrimonio artístico de las ciudades, poniendo en guerra a la población contra los excrementos que repartes indiscriminadamente por doquier.

La familia columbidae, esta formada por palomas “bobas” que han emigrado desde el caribe a los rancios páramos esteparios; “celebianas”, que han abandonado Indonesia y andan ahora entre las páginas de las hojas parroquiales abanderando celibatos, continencias y purezas carnales trasnochadas; “tamborileras”, pluriempleadas en manifestaciones de charanga y pandereta, que han huido del Sahara a las pancartas episcopales; y “azules”, propias de selvas tropicales que han dejado los cursos de agua natural para estancarse en las pilas bautismales.

El carácter ácido de los excrementos que las palomas depositan donde se les antoja, perjudica el mobiliario público, obstruye los canalones, deteriora las fachadas, ensucia  ropa, calles y balcones, destruye la piedra arenisca, produce goteras en los tejados y cierra las puertas al buen entendimiento entre sus defensores y detractores.

Por si esto fuera poco, las inocentes palomitas urbanas, transmiten enfermedades como la coriza, cuyo síntoma principal es la aparición de una coraza contra el sentido común que las hace impermeables a toda queja y los nidos donde se reúne la familia columbidae son fuente inagotable de ácaros, piojos, pulgas y garrapatas, por lo que en algunos países, está prohibido alimentarlas.

Para defenderse, las palomas excretan dulces imágenes crepusculares sobre las mentes dormidas, que se alimentan ingenuamente de ficciones que nada tienen que ver con la realidad, mientras ellas se arrullan y cortejan tras la cúpula en vuelo de ostentación, batiendo las alas con un aplauso que sólo emociona a los aturdidos por el apareamiento.

HOY TOCA ASUNCIÓN

HOY TOCA ASUNCIÓN

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No debemos confundir ascensión con asunción, porque la primera se refiere a la subida de Jesucristo al cielo en presencia de sus discípulos después de tranquilizarles anunciándoles el envío del Espíritu Santo, y la asunción que hoy toca celebrar conmemora la subida de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo. Ahí queda esa verdad indiscutible.

La Asunción fue proclamada dogma de la Iglesia Católica por Pío XII el 1 de noviembre de 1950, convirtiendo una creencia tradicional en verdad incuestionable, que no puede dudarse, ni replicarse, ni exigirse prueba de veracidad o test de fiabilidad, establecida por la Iglesia con un sentido práctico, cuya enseñanza forma parte del más puro adoctrinamiento.

Se trata, pues, de una verdad revelada por Dios que la Iglesia impone a sus fieles en ejercicio de su autoridad y magisterio, exigiéndoles adhesión ciega por mucho que la razón se niegue a aceptarla ni exista prueba alguna de ello, porque nadie ha encontrado el cielo ni el cuerpo de la Virgen en dos mil años de búsqueda infructuosa.

El recurso de dogmatizar las creencias ha sido utilizado por la Iglesia a lo largo de su historia para suprimir cualquier duda doctrinal en los creyentes sobre sus propuestas teologales, zanjando de un plumazo problemas de fe ante la incertidumbre popular sobre principios religiosos de capital importancia para sostener la creencia del pueblo de Dios.

Esta situación provoca que cada día sea mayor el rechazo intelectual a una religión dogmática, basada en incomprensibles verdades absolutas impuestas por la Iglesia, como la que hoy paraliza el país para celebrar que el cuerpo de María se encuentre en paradero desconocido después de dos mil catorce años, sin que los miembros de la Asociación Memoria Católica hayan dado con su tumba, ni Paco Lobatón sepa donde está, en caso de encontrarse viva.

CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO

El Padre Astete me enseñó por boca del cura Esteban que si me portaba bien tendría como premio el cielo, y si era malo sería castigado con el infierno. Premio y castigo eternos, es decir, para siempre. Bueno, no; más que para siempre porque la eternidad era más que siempre.

Lo que nunca se me aclaró fue el lugar concreto donde estaban el cielo y el infierno, pues eso de que uno estaba “arriba” y otro “abajo” no me convencía mucho, o sea, nada. Tampoco se me dijo cómo podía hablar con los que allí estaban, ni el lugar intermedio donde pasaría mi alma una temporada, hasta que purgara en el fuego purgatorio la pena venial merecida por los pecados menores cometidos.

Todo ello tras pasar por el juicio final, claro, en el que Dios Todopoderoso perdonaría o condenaría mi alma, que siendo única y estando dentro de mí, nunca supe dónde estaba, aunque imaginaba de andaría por el cerebro, el hígado o el corazón, porque si fallaba uno de estos órganos, me iba directamente al tribunal celestial.

Eran tiempos de temer y creer, o si se prefiere, había que creer porque la increencia llevaba al suplicio terrenal y a la eternidad infernal. En el primer caso, cuando el párroco se negaba a firmar el “certificado de buena conducta”; y en el segundo, por decisión de nuestro Padre celestial, pues el Hijo y el Santo Espíritu poco tenían que ver en esto, aunque fueran la misma cosa, sin serlo. Es decir, los tres eran dioses, que se transformaban en personas para hacerse un sólo Dios verdadero. Está claro, ¿no?

Pasando el tiempo, he comprendido finalmente qué es eso del cielo y el infierno, dónde se encuentran y cómo pueden evitarse, al descubrir el paradero de ambos en la propia vida humana terrenal, como tendré ocasión de comentaros otro día, sin pretender dogmatizar mi opinión ni hacer de mi creencia patrón universal.

ARGUMENTOS PARA LA FE

ARGUMENTOS PARA LA FE

No fueron las “las cinco vías de Santo Tomás”, ni las historias contadas por los evangelistas, ni las decisiones conciliares, ni tampoco las catequesis infantiles, los argumentos que convencieron a muchos creyentes de los dogmas y la doctrina católica, sino el fuego eterno del  infierno aderezado con la felicidad perpetua del cielo, junto al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, los ángeles y los familiares muertos que allí esperaban.

Seis siglos de Inquisición hicieron el trabajo sucio de la fe llevando al redil del buen pastor las incrédulas, desobedientes y rebeldes ovejas que iban por la senda del vicio, decretando los capelos impositivas páginas contra herejes, insumisos, brujas, homosexuales y paganos, que ardían en hogueras públicas presididas por la autoridad eclesiástica.

Los argumentos empleados por inquisidores para convencer incrédulos, obtener reconversiones a la fe y autoinculpaciones de pecadores, eran muy variados en sus “razones”, pues iban desde los collares de púas hasta péndulos rompehuesos, pasando por torniquetes estrujadedos, planchas aplastacabezas y sillas con pinchos.

A tan persuasivos métodos se añadían las garras de hierro para desgarrar la carne, agujas que penetraban lunares, tenazas al rojo vivo, camas que se estiraban hasta descoyuntar piernas y brazos, fuego en los pies y toneles llenos de excrementos donde sumergían a los indeseables.

Los herejes, homosexuales y putas tenían reservada la “pera” que dilataba las bocas de los blasfemos, el ano de los sodomitas y la vulva de las amantes de satanás, hasta desgarrar fauces, anos y vaginas, mientras que las adúlteras eran mejor tratadas pues los verdugos se conformaban con triturarles las tetas y pezones con unas pinzas, para que confesaran o se convirtieran a la fe.

 Sencillos métodos empleados por sayones para conseguir que el torturado dijera lo que el martirizador quería oírle decir, si deseaba salir del sótano inquisitorial con la bendición apostólica en el cuerpo destrozado, el rosario en una mano y el cielo en la otra.

CREDO, ANTICREDO Y TU CREDO

CREDO, ANTICREDO Y TU CREDO

El actual credo católico, como síntesis de fe, es una oración que contiene los principios esenciales de dicha la religión. Encontramos su origen en el Credo Niceo Constantinopolitano, fruto de los concilios ecuménicos de Nicea (325) y Constantinopla(381), donde se concretaron las respuestas de la Iglesia al Arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo. Un segundo credo es el de los apóstoles, y ambos son la base de las tres principales doctrinas cristianas: católica, protestante y ortodoxa.

El credo católico exige creer en un solo Dios, que además es Padre y con sus inimaginables poderes ha creado el cielo, la tierra, todo lo que puede verse y hasta lo que no puede ser visto por el ojo humano. Este Padre tiene un hijo llamado Jesucristo que también es Dios, y no fue creado, sino engendrado por el Padre con su misma naturaleza. Vino del cielo para salvarnos, encarnándose en María, la mujer de un carpintero, por obra de un Espíritu Santo, haciéndose hombre. Este Hijo fue crucificado, muerto, sepultado, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, hasta que venga a juzgar a los que estén vivos y a los que hayan muerto. Los católicos también creen que el Espíritu Santo es Dios, que da la vida y que procede del Padre y del Hijo, mereciendo la misma adoración y gloria que ellos. Creen, finalmente, en la Iglesia, claro, que consideran única, santa, católica y apostólica. Confiesan también creer en un solo bautismo para el perdón de los pecados y esperan la resurrección carnal de los muertos y la vida eterna después de la muerte….

Todo esto sería increíble para una mente adulta que no hubiera sido colonizada doctrinalmente en la infancia, anulando una libertad de pensamiento para muchos ya inalcanzable.

También Buda tenía su credo, aunque aparentemente parezca un anticredo por su razonable invitación a la descreencia, recomendando creer solamente en lo vivido y experimentado, sin atender a los cuentos que durmieron a León Felipe:

– No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos.

– No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo crean.

– No creáis en nada porque así lo hayan creído los sabios de otras épocas.

– No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os lo inspira.

– No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras, sólo porque ellas lo digan.

– No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano.

– Creed únicamente en lo que vosotros mismos hayáis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen del discernimiento y a la voz de la conciencia.

Por último, recordemos que todos tenemos un credo, bien sea propio, prestado, adquirido o impuesto, pero creencias y descreencias nos acompañan, aunque muchos no le hayan dado forma escrita en un folio o en una pantalla, como este bloguero hizo meses atrás en la página “Algo de mí”.