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CARTA A PAPÁ NOEL

CARTA A PAPÁ NOEL

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Querido receptor de sueños imposibles:

Sin esperanza alguna de ver cumplidos mis sinceros deseos, te escribo para consolar la desesperanza, sabiendo que esta carta irá mañana a la papelera del olvido, y la realidad seguirá inmóvil, en su sitio, alimentando la pobreza de quienes no serán rescatados de la miseria por la magia navideña.

Voy a pedirte que compartas esta noche la mesa con indigentes, marginados y emigrantes, allí donde estos se encuentren, que alivies su nostálgica soledad, que consueles el alejamiento, enjugues sus lágrimas y les traigas promesa de una vida digna y fraternal en la tierra de acogida, junto a noticias de próximos encuentros familiares.

Te pido que no detengas renos y trineos en las casas de los estafadores, corruptos, defraudadores, falsarios y explotadores, ni en aquellas puertas cuyos dinteles estén marcados por la codicia, el abuso y la insolidaridad.

Te pido que la honestidad política nos redima de los estercoleros, que nos traigas regidores inteligentes, generosos, honrados y prudentes, ocupados por el interés común, más allá de intereses personales y beneficios partidistas.

Te pido que promuevas la solidaridad de los multimillonarios con la pobreza, el arrepentimiento de los defraudadores y la cárcel perpetua para los especuladores de la miseria, los usureros de guante blanco y los financieros sin escrúpulos.

Te pido que los hipotéticos brotes verdes se transformen pronto en reales bosques floridos, que la libertad no sea una quimera inalcanzable, que los débiles tenga la mayor defensa y la igualdad de oportunidades se haga realidad social.

Te pido el destierro social para los trileros políticos, los electoreros de carnaval, los embaucadores de pacotilla, los charlatanes de feria y cuantos van por la vida quitándole caramelos a los huérfanos, muletas a los cojos y pastillas a los enfermos.

Te pido, en fin, que por un día nos hechices con tu magia, contagiándonos un estado de delirio que nos permita soñar ilusionados con vivir en un país próspero, esforzado, solidario, culto y honrado, que algunos sinvergüenzas se empeñan en profanarlo con sus fechorías, trapicheos y ambiciones personales.

A VECES NO AMANECE EL DÍA

A VECES NO AMANECE EL DÍA

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Sucede algunas veces que las tinieblas ensombrecen la vida sin previo aviso, secando los manantiales donde saciamos la sed cotidiana en fraternal mesa compartida, cuando algún comensal decide no acudir al banquete amoroso, como le ha sucedido a José, dejándonos el corazón tan roto como el suyo por un despreciable golpe de sangre que se lo ha llevado, abandonando la esperanza a la intemperie.

En días como estos, un aire gris amordaza los ruiseñores y circunda la cúpula nocturna del velatorio con un rosario inútil de cuentas errantes, hermanando el dolor y los recuerdos con puntadas de lágrima en la patena misericordiosa del amor, mientras los helechos bordean contornos del corazón, poniendo laureles en el pecho herido y sin latidos, al tiempo que el estiércol despliega prematuramente sus brazos de esparto sobre el difunto.

Son días en que muerte entenebrece la luz y huyen los geranios de las macetas a los regatos abandonados que discurren por las paredes fisuradas de las criptas, sin más oficio que llevar manojos de recuerdos de un lugar a otro.

Se humilla el breviario en el cítrico vacío de las rendijas funerarias y un certero manotazo hace rodar a los ángeles por el suelo, impidiendo creer otra verdad imposible porque la certeza prohíbe revertir el catecismo, cuando la redención carece de argumentos y la despedida total es firme certidumbre.

En días como estos, quisiéramos presentir la redención soñada y retomar el camino de la fe, pero la enorme espalda de la muerte cierra el paso a toda credulidad.

CAÑÓN DE LA ESPERANZA

CAÑÓN DE LA ESPERANZA

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Un amigo, que compartió conmigo sinsabores de orfandad y ahora degustamos juntos en la distancia las mieles de la amistad, me dice que lleva sobre los hombros del alma el cañón de la esperanza, siempre dispuesto a lanzar obuses contra todo aquello que pretenda limitar su felicidad.

Amante de la vida, optimista, viajero, enamorado y pacense catalán, lleva su paisanaje hasta los límites de la razón, el buen sentido y la solidaridad, que sus vecinos han olvidado en páginas de la historia alejadas de la realidad vivida por el país hermano, donde habita y comparte buen yantar y mejor libar con amigos del juvenil colpicio.

Cañón de la esperanza que defiende a cañonazo limpio, sabiendo que esa artillería le protege de cualquier ataque a la buenaventura que merece, tras pasar una vida luchando contra el infortunio y esquivando las piedras que la vida puso en su camino, desde aquella malhadada jornada en que la parca hizo presa en su corazón infantil.

Cañón de la esperanza que ofrece a quienes lo necesitan, con la donación que otorga el espíritu generoso de su sonrisa, la bondad acogedora de sus palabras, el estímulo del ánimo que transmite y el deseo de bienestar hacia los que con él se cruzan en la red virtual, pidiéndoles que se cuiden y guarden de la desgracia.

VIVIR ESPERANZADOS

VIVIR ESPERANZADOS

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Vivir esperanzados es el mejor antídoto contra el desánimo y el mayor argumento para mantener la lucha por los valores eternos en el pedregoso camino de la vida, confiando en la derrota de todo aquello que nos perturba, enoja y decepciona, porque la certidumbre en la victoria mantendrá encendida la llave de la esperanza, contra toda desesperanza, incluso más allá de la muerte.

Para ello, ha de valernos la ceguera que tiene la esperanza al no ver el peligro que acecha. Debemos usar la temeridad que impulsa su atrevida inconsciencia. Emplear la fortaleza que activa su atrevimiento. Servirnos del valor que otorga la sinrazón de sus razones. Alentarnos con el ánimo que alimenta la ilusión. Confiar en la fe que siempre le acompaña. Y esgrimir el espíritu de lucha que invade a quien no pierde la esperanza.

Todo ello aderezado con paciencia infinita que garantiza su perduración en el alma de los esperanzados para que alcancen lo deseado, de la misma forma que espera el grano de trigo hacerse pan en la mesa, el agua mantiene el anhelo de la sed y la fruta la fecundación del polen cada primavera.

Sólo la esperanza cierra las puertas al pasado, abriendo de par en par las ventanas al futuro, pues no cabe esperanza en lo que ya fue, sino en lo que está por venir, haciendo de la virtud promesa de resurrección cada mañana, igual que la noche más negra es desterrada del horizonte por la luz del amanecer.

EL DOLOR NOS DESTIERRA

EL DOLOR NOS DESTIERRA

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A la deportación política de disidentes, la expatriación laboral de emigrantes y exilio social de marginados, se añade un destierro interior que incapacita para toda respuesta y separa del entorno a quien lo sufre, llevándole al confinamiento anímico en la más profunda soledad, aunque el amor y compañía de las personas queridas consuelen, porque el dolor tiene reservado el derecho de admisión y no puede compartirse.

No hay extradición posible del dolor cuando viene de frente y por derecho a clavarse en el alma; cuando asoma el desamor, azota el abandono, defrauda la amistad, visita la parca o acosa la decepción. Tampoco hay redención para el dolor que flota sobre la inclemente contaminación de la sangre, el crecimiento enloquecido de las células, las atrofias irreversibles de médulas, el castigo de las trisomías  y todas las desviaciones insalubres sin respuesta para la algología.

El dolor condena al destierro cuando se enquista en el alma o en el cuerpo, haciendo girones la esperanza y desgarrando toda posibilidad de retorno a la paz interior, que pretenden reponer las consoladoras caricias y reconfortantes estímulos de las personas que nos aman, cuidan y protegen.

La convocatoria del dolor aisla el sufrimiento, segrega la congoja, aleja la esperanza, ampara la desilusión, impermeabiliza el pesimismo, quebranta el ánimo, exilia del exterior y provoca aflicción del espíritu, pero su abandono impulsa nuestro crecimiento interior cubriendo espacios de la vida desconocidos mientras el dolor estuvo ausente.

Cuando el tiempo o el bisturí cicatrizan el suplicio, se recuperan estímulos vitales perdidos durante el tormento. Aprendemos a engrandecer las pequeñas cosas de la vida. Tenemos en cuenta lo que antes no percibíamos. Estimamos el valor de los gestos cotidianos. Y descubrimos la eternidad del amor cotidiano.

DÍA MUNDIAL DE LA ESPERANZA

DÍA MUNDIAL DE LA ESPERANZA

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En el Día Mundial contra el Cáncer, hablo de esperanza de vida, olvidando la inevitable muerte que nos espera a todos, incluidos los afectados por el cáncer del cáncer, porque todos tenemos una cita inevitable con la dueña de la vida, mereciendo esta dama negra el desprecio por seducirnos a todos con su desencanto.

Dolorosa sentencia impuesta por el destino cuando traspasamos el umbral de la vida en el vientre materno, al formarse un embrión con características morfológicas de la especie humana. En ese instante ya queda rubricada nuestra condena, sin que hayamos hecho mérito alguno para merecerla ni tengamos posibilidad de indulto, aunque la envidiable fe de los creyentes les lleve a la inmortalidad en paraísos de felicidad perpetua.

Sea como fuere, hagamos de este día del cáncer la jornada mundial de la esperanza, llevando nuestra voluntad más allá de la detestable enfermedad neoplásica que multiplica las células de forma anormal e incontrolada, y extirpemos los tumores sociales malignos que se han extendido como una mancha de aceite, pintando de negro la esperanza.

Alejemos a quienes piden la muerte de los ancianos para ahorrar gasto sanitario. Recortemos el poder a los que recortan la investigación científica que podría librarnos del cáncer. Aparquemos en el desierto a los que convierten la vida en un infierno anticipado. Borremos del mapa social la insolidaridad y ocupémonos en ganar la vida, auténtica batalla que merece la victoria, porque el cáncer no es más que una de las múltiples causas por la cual abandonamos la existencia.

Conquistemos, pues, la vida sabiendo que la muerte es invencible, tomándonos cada mañana un vaso que contenga dos chorritos de generosidad, tres gotas de altruismo, cuatro pellizcos de honradez, cinco cucharadas de empatía y seis cazos de solidaridad.

LA FUERZA DEL MIEDO

LA FUERZA DEL MIEDO

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El miedo no es más que una perturbación angustiosa del estado de ánimo de cada cual, a la que se llega cuando nos acecha un riesgo o un daño que puede ser real o imaginario. Sentimos miedo por el recelo o aprensión que tenemos a que nos suceda lo contrario que deseamos.

De esta forma, el miedo mutila la esperanza, oscurece la voluntad, anula la razón, nubla el pensamiento, incapacita para la acción, genera resignación y anula la rebeldía. Esto lo saben bien quienes explotan el miedo colectivo en su propio beneficio, haciendo de la injusticia nuestra condenación.

El miedo es el gran nubarrón que oscurece las iniciativas. El responsable de que hagamos lo contrario a lo que nos dicta la conciencia.  La palabra que habla por nosotros obligándonos a decir lo contrario de lo que pensamos. El miedo es, en definitiva, quien nos lleva a los dioses, somete nuestros deseos a la voluntad ajena y justifica la obediencia debida.

Es fácil concluir, pues, que el miedo al castigo nos condena al silencio. El miedo a la muerte nos amarga la vida. El miedo a movernos nos lleva a la parálisis. El miedo a protestar nos reduce a la impotencia. El miedo a recordar la historia nos produce amnesia. El miedo a caminar en las manifestaciones nos produce cojera. El miedo a coger las riendas nos deja mancos. El miedo a pedir justicia nos hace mudos. El miedo a escuchar la voz de los sin voz nos vuelve sordos. El miedo a ver la realidad nos deja ciegos.

Y así, cojos, mancos, mudos, ciegos y sordos, vamos con nuestro miedo a cuestas por la vida mientras los beneficiarios del temor colectivo se hacen dueños de nuestras vidas, manteniéndonos escondidos tras los visillos de las ventanas domésticas, sin atrevernos a salir a la calle, esperando con resignación de corderos la llegada del ángel exterminador que nos lleve al matadero.