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Etiqueta: espadañas

MECEDORA VOZ DE MADRE

MECEDORA VOZ DE MADRE

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Habla la madre con voz templada por la madurez de los años, dejándose llevar juventud abajo desde la pasión primera a la serenidad de un amor pleno de certidumbre en íntimo maridaje perpetuo, sin firmar pliego alguno ni sellar requerimientos formales o protocolos congelados en las carpetas.

Palabras menudas con flecos de volantes blancos como vestido de novia y pétalos de azahar volando desde las almenas juveniles al otoño pedregoso de vida, que pretende enronquecer su garganta sin conseguirlo, porque la voz esperanzada de la madre no se deja amedrentar por el aviso taciturno de las agujas del reloj, fortalecida por el amor que golpea las penas sobre el yunque de la vida.

Escrupulosos velos del misterio son rasgados con sus palabras a ritmo del badajo en las espadañas rurales, donde los pajares asistieron un día el encuentro furtivo de dos almas gemelas que más tarde se perpetuarían en la cuna infantil con susurros de amor y placenteras nanas enlagrimadas de felicidad por el beso de los labios que solo enmudecieron al silbo de los pañales.

Voz de miel, adormecedora del llanto en las noches de insomnio, cuando el marfil pugnaba por blanquear el perfil de una boca balbuceante que ignoraba el diccionario, suspendiendo la incredulidad con hilos de felicidad compartida en las alcobas, donde las palabras maternales sustentaban pilares de conformidad, sin pedir nada a cambio.

Años después continúa hablando lentamente para evitar que las palabras tropiecen entre ellas y se lastimen en el aire antes de llegar a su destino viento arriba, donde solo alcanzan los susurros entrecortados, quedando él mirándola, reenamorado de su voz callada, recogida y oracionera, como diluvio de bondad adormecedora del alma

NO SE HAN BORRADO LAS FECHAS

NO SE HAN BORRADO LAS FECHAS

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A Manolo, compartiendo su doliente viudedad.

Titubea la llama de los cirios en el espacio que dejó la pupila enamorada de Ana María sobre las espadañas, tocando a muerta las campanas sin dar tiempo a la despedida, porque el antojadizo infortunio anticipó la separación con previo aviso imprevisible en las agujas del reloj, goteando lágrimas desconsoladas en la semilla fértil del amor y la ternura, ya irrecuperables en el destierro de la luz.

El silencio abandona su paradero para descender al luto de los brazaletes y solapas, y el ángel de las bodegas cotidianas olvidó acudir puntual a las copas de sobremesa, requerido por la pena de un adiós irremediable, sin encontrar consuelo en las amistosas cepas compartidas durante décadas con lisura de sonrisa y desenfadado humor filial.

Hoy vierten los capilares de la memoria un aliento húmedo que impide al milagro de la resurrección recuperar el himno que la sombra de la oblada custodia con invisible celo, entre rosarios terminales y reliquias adormecidas sobre las almohadas familiares.

Más tarde, la ausencia se hará costumbre sin más requerimiento, ni posible retorno, ni propuesta de salvación. Se aceptará el luto con resignación inevitable. Y un rosario interminable de sinembargos apadrinarán los nuevos desposorios del viudo con los hijos que comparten el dolor, mientras el crucifijo devuelve la esperanza en futuro encuentro con la mujer que anticipó su viaje, convencida del reencuentro feliz con quien gozó de la vida, compartiendo promesas de resurrección.