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CARITATIVA DIANA

CARITATIVA DIANA

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No le quedó a la princesa Diana otra salida a su soledad que dedicarse a la caridad, porque ninguna otra cosa le permitió esquivar el dolor que atenazó su vida desde la cuna hasta la accidental tumba que encontró en el parisino túnel del Alama, hace ya 16 años.

Elevada a la santidad por los incondicionales que hoy lloran su muerte, llegó a los altares del pueblo cumpliendo su obligada vocación caritativa, porque la vida puso a la princesa en el camino de la beatitud sin pedirle opinión ni contar con la voluntad de quien fue abandonada por su madre en la triste infancia de los pañales.

A esto se añadieron los martirios de la suegra real disconforme con la boda del primogénito, los cuernos que su principesco marido puso sobre la frente de la princesa consorte y las traiciones de los sucesivos amantes que compartieron lecho con ella, despertando en Lady Di la vocación de servicio a los humildes.

Sin ayuda de cámara, se calzó las botas de peregrina, remangóse la camisa, echó al hombro la mochila, respiró hondo y se fue por el mundo a presidir decenas de asociaciones caritativas, trabajando codo con codo junto a Mandela, el Dalai Lama y la madre Teresa de Calcuta.

Enfermos de sida, drogadictos, ancianos, leprosos y niños malnutridos pasearon de su mano por los campos minados que desactivó a base de entrega y sacrificio, hasta ser llamada “Princesa del pueblo” y “Reina de corazones”.

 

HÉROES Y ASESINOS

HÉROES Y ASESINOS

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Al héroe y al cobarde no los separa el filo de una navaja, pero al héroe y al asesino los distingue el jefe que da la orden de matanza. Si el patrón tiene medallas en la pechera, el asesino se convierte en héroe por obra y gracia de la ley; pero si ordena la muerte alguien desprovisto de condecoraciones, el matarife es condenado por asesino.

Tal es el caso del exótico príncipe Enrique, nietísimo de su graciosa majestad Isabel II, que puede ser declarado héroe nacional de guerra por matar a un talibán en Afganistán, lugar donde se encuentra madurando este joven bebedor y juerguista, que se niega a llevar fotos de mamá Diana en la cartera militar.

La heroicidad de “Big H” ha consistido en disparar contra el afgano varios misiles desde un helicóptero Apache, cuando el talibán corría a campo abierto por la zona de Helmand, mientras el hijo de Carlos patrullaba con un grupo de amigos por aquellos parajes.

Acto heroico sin precedentes en la historia militar inglesa, en la que el heredero a la corona ha dado al pueblo un ejemplo de valentía, jugándose la vida mientras liquidaba una pulga a cañonazos para hacerse merecedor de condecoraciones y honores por parte de su abuela.

Lo que está en juego no es el asesinato, ni la “heroicidad” en acto de guerra, protagonizada por este miembro de la Familia Real, sino la legitimidad establecida legalmente y aceptada socialmente, que autoriza a rendir honores a quien mata en nombre de grandes palabras usadas como calderilla por los administradores de la paz. Los mismos que fabrican armas y las venden a quienes ponen en las dianas de sus mortíferas pantallas, antes de apretar el botón rojo de la consola, sin riesgo alguno para el matarife.