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PATRIOLOGÍA

PATRIOLOGÍA

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La patriología es a la patria, lo mismo que la teología es a Dios, siendo los patriólogos homólogos a los teólogos dedicados a profesar la teología, mientras los patriólogos se ocupan de estudiar la patria, con un patriotismo que les hace ser más patrioteros que patriotas.

De esta manera, la patriología se conforma en pseudociencia con estructura fragmentada, transformando la patria común en cortijo caciquil propiedad de poderosos patriólogos unidos por vínculos jurídicos, históricos y afectivos, que se han apropiado por usurpación de las diferentes áreas patriológicas.

Así, tenemos la patriología ascética que trata de la unión de los patrioteros con la nación, analizando los vínculos entre ambos y el camino a seguir por los primeros para llevar una placentera vida contemplativa a costa del sudor ajeno.

La patrilogía de la liberación analiza el movimiento ideológico que intenta pervertir las leyes, dándoles un enfoque social, religioso, legal y político, influido por doctrinas emancipadoras de la clase dominante.

La patrilogía dogmática estudia los atributos y condiciones de la patria a la luz de principios revelados por dioses supremos, instalados en poltronas celestiales por quienes se benefician de sus revelaciones divinas.

La patriología mística se refiere a la perfección de la vida nacional en las relaciones más íntimas y profundas que tiene la humana inteligencia con la deidad patrocinada por los autoproclamados profesionales de la virtud.

La patriología moral trata de las aplicaciones utilitaristas de los principios patriológicos básicos en las relaciones sociales y la utilidad derivada de su ejercicio en las diferentes actuaciones ciudadanas.

La patriología natural estudia la patria, sus atributos, perfecciones y carencias a la luz de principios impuestos por razones de dominio, con independencia de las verdades reveladas por la historia humana.

NUEVA PATOLOGÍA POLÍTICA

NUEVA PATOLOGÍA POLÍTICA

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Existe una dolencia que afecta a los más altos profesionales de la política llamada polinoia, definida por alteraciones paranoicas que llevan a los sujetos a promover ideas políticas delirantes, pues la realidad se quiebra en la mente de estos polifermos, provocando en ellos falsas creencias, imposibles de rebatir con argumentos lógicos. Dolencia mental debida a la recepción distorsionada de impulsos nerviosos sociales de interés general en beneficio de pretensiones obsesivas, que conduce a un progresivo deterioro de la función neuronal, con fuertes alteraciones en el pensamiento que oscurecen el sentido común.

Los policientes sufren una desorientación que les impide saber en cada momento dónde están, quiénes son y qué deben hacer. Todo ello asociado a una pérdida parcial de memoria que les hace olvidar los fracasos. Las causas de esta dolencia no están muy claras, aunque las últimas investigaciones apuntan a una intoxicación masiva de los axones por sobredosis de poder que produce un daño cerebral irreversible provocando delirios que pueden llegar a ser demenciales debido a las papelinas electorales, pues tales trastornos disociativos nunca llevan a la dimisión de quienes los padecen.

Los afectados no distinguen la realidad de la ficción y confunden su identidad hasta llegar a creerse que son lo que en realidad no son. Esto les lleva a tener delirios de grandeza al considerarse ungidos por Dios con el óleo de la sabiduría infinita y la omnipotencia absoluta por ser los únicos humanos que mantienen relaciones personales con la deidad que les capacita para realizar prodigios extraordinarios, inalcanzables para el resto de pecadores. Eso piensan ellos, pero la realidad es distinta.

Los polinoides se nutren de ovaciones internas y palmadas incondicionales que les alejan aún más de la realidad. Manifiestan una aparente tolerancia, pero no toleran que se les lleve la contraria o se les anime a dejar el puesto, mostrando una incapacidad natural para la autocrítica, junto a su innata frialdad emocional y egocentrismo creciente.

Si añadimos que los políticos afectados por esta patología sufren ilusiones ópticas y acústicas, comprenderéis que no vean ni oigan lo que sucede a su alrededor, malinterpretando así la realidad y construyendo explicaciones delirantes que sólo ellos comprenden.

Y lo más grave de todo, querido lector, es que los polifermos no son conscientes de su polinoia. Aunque tampoco serviría de mucho que se enterasen, al tratarse de una enfermedad crónica e inhabilitante, sin tratamiento terapéutico posible, porque los neurolépticos y antipsicóticos no mejoran los síntomas. La ventaja es que no se necesitan neuroimágenes para detectarla porque los síntomas son evidentes.

Lo curioso es que los afectados mantienen su juicio sobre las cuestiones que no se relacionan con el objeto de su delirio. Fuera de él no hay fantasías y mantienen un razonamiento normal mientras su mente no roce la obsesión que les perturba. Por tanto, hay que advertir a quienes estén cerca de ellos que no deben mentarle el tema de su vesania ni contradecirles, por incuestionables que sean los errores que cometan.

Su querencia bravía al espejismo enajenador les impide atender al terapéutico capote del humor que podría salvarles, y se enroscan viciosamente en su alucinación como los reptiles. Pero nosotros, sabedores del beneficio de la risa, debemos tomarnos a broma las acciones de los polifermos, cultivando el sentido del humor y riéndonos de nosotros mismos para mantener una visión objetiva del mundo y evitar contagios paranoides de las personas esquizotípicas que quieren expoliar nuestro sano juicio con falsos juegos malabares.

 

IMAGENOFOBIA

IMAGENOFOBIA

 

IMAGENOFOBIA

No voy por el camino de la iconoclasia ni creo que los iconoclastas vayan con la brújula bien orientada, porque no se trata de romper artísticas imágenes religiosas ni de perseguir a quienes las veneran, como en el siglo VIII hicieron los bizantinos con León III a la cabeza, destruyendo todas las representaciones de Jesús, María y miembros del santoral, de forma radical e indiscriminada. No, no se trata de eso.

Pero no me parece lejano del sentido común rechazar el culto y veneración de imágenes, pues tal actitud tiene más de idolatría que de latría, aunque los católicos que practican semejantes reverencias estén en desacuerdo con el fetichismo que condenan, sin saber que lo practican.

El ser divino o esencia divina que adoran como deidad es merecedor de latría, o sea, de la reverencia y adoración que se tributa a Dios. Pero queda para los pueblos primitivos el culto a los fetiches, ídolos u objetos a quienes atribuían poderes sobrenaturales.

Declararse imagenofóbico – aunque el diccionario no incorporé esta voz – no es un delito, sino el primer síntoma de salud mental religiosa y compromiso teológico, pues la tarea de pintores y escultores no debe llevarse a la divinización mística ni concedérsele más méritos que los artísticos, si los tuviera.

Por otro lado, esos rostros sanguinolentos, esas coronas de espinas, esos latigazos y cuantas torturas se han representado siguiendo la voz de  algunos evangelistas, no son del todo verdad porque no se infligían torturas ante la pena de muerte.  A los romanos les bastaba con burlarse de sus víctimas disfrazándolas de payasos o de reyes. Los investigadores consideran que las torturas fueron descritas por los evangelistas para satisfacer las profecías bíblicas que hablaban de un futuro Mesías escarnecido y torturado.

Sin pretender vulgarizar sentimientos ni herir la sensibilidad de los creyentes celestiales, recuerdo a los adoradores de imágenes que los tallistas y pintores utilizaban en muchos casos como modelos para sus cristos, vírgenes y santos, a familiares y personas reales – no siempre de honrada condición social – para facilitarse la tarea.

Esto nos lleva a preguntarnos  sobre la cara que pondrían los fieles si supieran que sus lágrimas, peticiones y rezos van dirigidas al  “malafacha”, “isoponcia” ,“pichote” o “Pepa la malagueña”, que tantas veces consoló ardores a Fernando VII. Tallas policromadas que una vez bendecidas y santificadas por el la capa pluvial y el hisopo se hicieron hueco en los altares, reservándose Juan de Juni, Berruguete, Salzillo, Carmona, Montañés, Mesa, Mora, Benlliure o Ávalos, la identidad de sus modelos o descubrirnos que fueron esmerado fruto de su imaginación.