EPÍLOGO SIN RESPUESTA
Si en las páginas de los libros, en las aulas escolares, en los mensajes de la vida y en la experiencia de sesenta y seis años de peregrinaje por el mundo, no se han encontrado respuestas a los interrogantes de la existencia humana, ya sólo queda preguntar al Misterio por el misterio que guarda la vida en el arcano de lo ignorado, dejando quemaduras en el alma y la sabiduría a la intemperie.
Eso quiero hacer hoy, envuelto en las nieblas matutinas del mes que despedimos, coincidiendo con Whitman en que una sola brizna de hierba humilla toda la sabiduría del mundo y la erudición incapaz de responder al interrogatorio diario de la vida, porque la deidad ha huido de los sagrarios, sin dar noticias de su paradero.
Voy, pues, a buscar en los cálices de las amapolas venideras los renglones que den respuesta a cuanto desconozco, sabiendo que el libro sagrado también ha emigrado de los claustros conventuales, donde los confesionarios redimen de toda culpa a la incertidumbre que va perdida por limbos interminables de confusión, entre cantos celestiales y el incienso de los reclinatorios.
Quisiera salvar con fe de carbonero toda la incredulidad, pero no es posible, porque la teología niega las respuestas, el salmo retrasa su llegada a la certidumbre de los vaticinios y en las pilas bautismales de la infancia se ha evaporado el agua bendecida por hisopos evangélicos hermanados con la descreencia de las casullas.
Pero seguiré buscando respuestas por las estanterías, indagando en las páginas manuscritas, escuchando al viento en los velatorios y descifrando el mensaje de las lágrimas, sin perder la fe en el milagro de las antorchas redentoras que iluminen el entendimiento, lejos de dogmas y misterios que la razón no alcanza.