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MARTES Y TRECE

MARTES Y TRECE

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Mal día hoy para los supersticiosos, es decir, para aquellos que aborrecen ver gatos negros de noche, espejos rotos, cuadros torcidos, sombreros en las camas, derramar sal o pasar debajo la escalera, porque creen en la maldición del número 13 desde que Jesucristo se sentó a la mesa con doce amigos para despedirse de ellos.

Creencias extrañas a la fe religiosa, sin evidencia científica y contrarias a la razón que se les supone a los seres racionales, pero que algunos hacen reales como la vida misma, al tiempo que otros se sonríen con tales certidumbres sin meditar mucho en su propio credo, aunque también repugne a la razón. Y no digo más, para evitar ofensas no deseadas por mí.

Todos caminamos con supersticiones a cuestas alimentando esperanzas imposibles y creyendo hechos virtuales que la realidad contradice cada día de la semana y del mes, sin tener en cuenta si es trece, catorce, quince o dieciséis, como obligó Muñoz Seca a decir en su venganza a don Mendo.

Yo, por ejemplo, mantengo la creencia mágica de que algún día las matanzas a bocajarro entre los seres humanos desaparezcan, a pesar de la tozuda realidad histórica vivida desde el quijadazo de Caín, y prefiero mirar para el lado opuesto, confiando más en la bondad humana que en la realidad.

Me sumo al grupo de ingenuos que se mantienen haciendo cola extramuros del paraíso terrenal que clausuró la serpiente, esperando que algún día abra de nuevo sus puertas y podamos entrar en él para gozar juntos de la vida, el tiempo que nos corresponda permanecer en ella.

Dejemos en paz a las meigas habitar en su misterioso mundo, sentémonos todos al fuego fatuo de la esperanza y conjuremos a los mochuelos, sapos y espíritus maléficos que nos rodean, para quedar libres del embrujamiento que expanden, origen de males sociales que padecemos, incinerando en el fuego todo lo detestable que nos rodea, para reír felices con las empanadillas de martes y trece.

CREDO, ANTICREDO Y TU CREDO

CREDO, ANTICREDO Y TU CREDO

El actual credo católico, como síntesis de fe, es una oración que contiene los principios esenciales de dicha la religión. Encontramos su origen en el Credo Niceo Constantinopolitano, fruto de los concilios ecuménicos de Nicea (325) y Constantinopla(381), donde se concretaron las respuestas de la Iglesia al Arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo. Un segundo credo es el de los apóstoles, y ambos son la base de las tres principales doctrinas cristianas: católica, protestante y ortodoxa.

El credo católico exige creer en un solo Dios, que además es Padre y con sus inimaginables poderes ha creado el cielo, la tierra, todo lo que puede verse y hasta lo que no puede ser visto por el ojo humano. Este Padre tiene un hijo llamado Jesucristo que también es Dios, y no fue creado, sino engendrado por el Padre con su misma naturaleza. Vino del cielo para salvarnos, encarnándose en María, la mujer de un carpintero, por obra de un Espíritu Santo, haciéndose hombre. Este Hijo fue crucificado, muerto, sepultado, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, hasta que venga a juzgar a los que estén vivos y a los que hayan muerto. Los católicos también creen que el Espíritu Santo es Dios, que da la vida y que procede del Padre y del Hijo, mereciendo la misma adoración y gloria que ellos. Creen, finalmente, en la Iglesia, claro, que consideran única, santa, católica y apostólica. Confiesan también creer en un solo bautismo para el perdón de los pecados y esperan la resurrección carnal de los muertos y la vida eterna después de la muerte….

Todo esto sería increíble para una mente adulta que no hubiera sido colonizada doctrinalmente en la infancia, anulando una libertad de pensamiento para muchos ya inalcanzable.

También Buda tenía su credo, aunque aparentemente parezca un anticredo por su razonable invitación a la descreencia, recomendando creer solamente en lo vivido y experimentado, sin atender a los cuentos que durmieron a León Felipe:

– No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos.

– No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo crean.

– No creáis en nada porque así lo hayan creído los sabios de otras épocas.

– No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os lo inspira.

– No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras, sólo porque ellas lo digan.

– No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano.

– Creed únicamente en lo que vosotros mismos hayáis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen del discernimiento y a la voz de la conciencia.

Por último, recordemos que todos tenemos un credo, bien sea propio, prestado, adquirido o impuesto, pero creencias y descreencias nos acompañan, aunque muchos no le hayan dado forma escrita en un folio o en una pantalla, como este bloguero hizo meses atrás en la página “Algo de mí”.