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PERRO POLICÍA

PERRO POLICÍA

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Que nadie interprete lo que no es, porque al decir “perro policía” no pretendo insultar a los policías llamándoles perros de presa, sino referirme a los perros que utiliza la policía para diferentes menesteres, entre los que se cuenta llevarlos a las manifestaciones populares para que muerdan a los ciudadanos que piden trabajo, pan y justicia.

Por otro lado, si el perro es el mejor amigo del hombre y vemos que en su jornada laboral se dedica a morder policías, ¿podemos concluir que los policías no son hombres? Pues no. Como tampoco pueden considerarse delincuentes merecedores de sanción a los vecinos que se manifiestan en la calle ejerciendo un derecho constitucional, o a los que pasean cerca de ellas o a los curiosos que cotillean desde las aceras.

La foto que encabeza este artículo es tan elocuente que apenas necesita explicación, pero sorprende ver a un perro policía dar ejemplo de insumisión para salvar sus convicciones, viéndole clavar sus colmillos en el cuerpo de los represores, en vez de seguir la orden de morder a los reprimidos.

Si una imagen vale más que mil palabras, la estampa gráfica de ese perro policía negándose a cumplir la misión para la cual fue adiestrado, es un testimonio ejemplar de algo que no tardará en suceder en la sociedad si los políticos no detienen la máquina exprimidora.

Ese humilde perro rebelándose contra las órdenes del “adiestrador” y atacando a un policía que cumple órdenes procedentes de algún despacho donde se despachan mandatos que no debían despacharse, puede ser el camino que sigan muchos ciudadanos desesperados.

OBJECIÓN DE CONCIENCIA

OBJECIÓN DE CONCIENCIA

Hacen espinosa la decisión de objetar, los principios de libertad, conciencia y ley que conforman la negativa a obedecer mandatos contrarios a las propias convicciones personales, en ciudadanos con pensamiento libre que viven en un país organizado con leyes promulgadas por sus vecinos.

Es, pues, la objeción de conciencia el principio moral que sustenta la rebelión ciudadana, cuando las personas se niegan a cumplir leyes artificiales con fecha de caducidad, contrarias a universales leyes naturales que determinan los comportamientos humanos.

¿Tienen los poderes públicos capacidad para exigir a los funcionarios del Estado el cumplimiento de leyes dictadas por ellos, si éstas son contrarias a las convicciones personales de quienes deben cumplirlas?

¿Merecen sanción quienes se niegan a traicionar su íntima conciencia, incumpliendo dictados externos, leyes y órdenes de sus vecinos, que confrontan y colisionan con su personal modo de sentir, vivir y creer?

¿Merece arresto un policía que se niega a reprimir manifestaciones ciudadanas que piden pan, trabajo y justicia para los hambrientos, parados y desahuciados, objetando razones de conciencia?

¿Merece suspensión un juez que se inhibe o evita el desahucio de un ciudadano desesperado, negándose a cumplir una ley centenaria, injusta y caduca, rechazada por su conciencia y ética profesional?

¿Merece sanción un médico que atiende a un “sin papeles” contraviniendo el eufemístico “Decreto Ley de medidas para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud”, siguiendo el código deontológico dictado por su conciencia?.

CONDENAS REDENTORAS

CONDENAS REDENTORAS

Ante la pasividad e inoperancia de políticos, cómplices y beneficiarios de la situación en que nos encontramos, no queda otra opción que confiar en el justicia y el honrado valor de quienes tienen que administrarla, para salir a flote del lodazal donde estamos embarrados.

Es absurdo pedir a los decadentes políticos que se hagan el harakiri eliminando sus privilegios, reduciéndose el sueldo, suprimiendo dietas, borrando el Senado, uniendo ayuntamientos y erradicando la corrupción política, porque su vocación, aficiones e intereses, van en sentido opuesto.

A los indignados, decepcionados y frustrados ciudadanos sólo nos quedan dos opciones posibles para  dignificar la vida política, es decir, apenas hay dos caminos a seguir para rearmar éticamente la sociedad y salir cuanto antes de la crisis: reproducir los sucesos de 1789 o mordernos los puños y confiar en la justicia.

Mantengo la convicción de que quienes formamos el pueblo aceptaremos gustosos todo lo que se nos eche encima, por duros que sean los sacrificios demandados, si quienes los exigen dan ejemplo de renuncia y austeridad.

Tengo la certeza de que los ciudadanos caminaremos silenciosos por la vía dolorosa, si los ladrones nos acompañan con su condena cuestas, tras devolver los miles de millones que han robado con la mayor desvergüenza.

Estoy convencido que si el juez Fernando Andreu  logra que terminen en la cárcel los 33 consejeros políticos y sindicalistas de Bankia, con Rato, Acebes y Olivas a la cabeza, acusados todos ellos de apropiación indebida, estafa, falsedad y fraude, habremos dado un gran paso para superar la depresión que nos han provocado los estafadores.

Si, además, el magistrado consigue clarificar los créditos de Bankia a los partidos políticos y las indemnizaciones recibidas por los mandatarios de la entidad, al tiempo que todo el dinero evaporado se condensa de nuevo en la caja, este será el gran brote verde que estamos esperando.

Si los jueces que tienen sobre la mesa de sus despachos los casos «Urdangarín», «Gürtel», «Berzosa», «Alcorcón», «Millet», «Campeón», «EREs», «Matas», «Pretoria», «Malaya», etc. consiguen evitar a los encausados enfermedades debidas a la radiación solar ultravioleta, poniendo a los «presuntos» un siglo a la sombra, esos infinitos brotes verdes de limpieza ética harán del secarral español, un vergel.

MENTIDERO SOCIAL

MENTIDERO SOCIAL

Decir la verdad y expresar libremente opiniones no siempre es posible, sobre todo si el juicio emitido o la actitud sostenida se aleja de lo que se espera de nosotros, establecido en los cánones de lo políticamente correcto.

En ocasiones, es el instinto de conservación quien obliga a decir algo que no se siente o a guardar silencio protector para evitar posibles daños directos, indirectos, colaterales y circunstanciales.

¿Quién se atreve, por ejemplo, a decirle al patrón lo que realmente piensa de él si esta opinión es negativa? ¿Cómo proponerle al jefe un deseo a sabiendas que va a molestar la sugerencia? ¿Alguien se atreve a censurar los argumentos del tribunal judicial o administrativo que ha de juzgarle, por estúpidas que sean las razones expuestas por sus miembros? ¿Qué periodista osa romper la línea ideológica del periódico que alimenta sus hijos, por muy lejano que esté su pensamiento de ella?

El peaje que exige defender convicciones propias en ciertos casos, por encima de toda componenda, aconseja que más vale callar o manifestar lo contrario a lo que se piensa para evitar salir magullado.

Tal vez por eso, alguien a mí cercano tuvo que pasar por el altar con su compañera e hija para contentar a los regidores del colegio religioso donde estaba contratado, evitando así murmuraciones, amenazas veladas y miradas aviesas.

Sabedora la ley ordinaria de la presión y discriminación ideológica que en este país ejercen determinados sectores y personas sobre quienes opinan lo contrario a sus preferencias, intenta proteger la libertad de expresión con mecanismos que amparen el anonimato de los sujetos en determinadas actuaciones de éstos.

Tan vez por eso, el voto electoral es secreto, con cabina opaca incluida. Tal vez por eso se ocultan algunos testigos judiciales tras la cortina. Tal vez por eso los tribunales de justicia rechazan los registros audiovisuales no autorizados. Tal vez por eso las cámaras ocultas hacen tanto daño a quienes las sufren. Tal vez por eso las grabaciones subrepticias tienen tan mala prensa.

La libertad que tanto cacareamos es hermana pobre de la mentira y el engaño en las sociedades democráticas. El miedo a lo que puede venirnos encima si expresamos libremente nuestros verdaderos pensamientos nos hace movernos tras las bambalinas en ciertas ocasiones para evitar represalias que puedan afectarnos a nosotros mismos o a quienes están al lado.

La estigmatización es un antiguo deporte nacional y el déficit democrático que padecemos no está en la ausencia de libertades, sino en la falta de respeto a otras ideas, opiniones, razas, sentimientos y creencias.