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PRIMER LÍMITE DE VELOCIDAD

PRIMER LÍMITE DE VELOCIDAD

Unknown

El abandono de carrozas y diligencias de caballos en beneficio de los vehículos a motor no fue fácil y tuvo sus reticencias, porque en los inicios de la mecanización vial explotó la caldera de un vehículo con motor a vapor, matando a cinco viajeros y dejando malheridos a otros tantos, obligando a las autoridades a restringir la velocidad de aquellos artilugios autopropulsados.

Sabiendo los británicos que las balas y los vehículos eran inofensivos por ellos mismos, y que su capacidad para matar estaba en la velocidad que llevaban los proyectiles y coches, decidió su Parlamento reducir a mínimos la aceleración de los coches, aprobando el 5 de julio de 1865 la primera ley que limitaba la velocidad de circulación de las vaporosas y pavorosas máquinas, por la izquierda de sus carreteras.

Ley restrictiva, severa y sancionadora, que impedía a los británicos circular con sus vehículos a más velocidad de los 6 kilómetros por hora autorizados por la norma legal  parlamentaria, una vez contabilizado el número de víctimas ocasionado por la circulación vial en sus rutas.

No contentos con la restricción de velocidad, obligaron a que corriera delante del vehículo una persona agitando una bandera roja para alertar a los peatones del grave peligro que se avecinaba, manteniendo esta exigencia durante años, con grave perjuicio para la recién llegada industria automovilística de combustión interna, que sufrió un parón recordado con dolor por las empresas del sector.

Esto llevó a un retraso industrial que fue aprovechado por empresas viales francesas, alemanas y estadounidenses, adelantándose en progreso, beneficios y servicios a los británicos, hasta el punto de provocar un gran enfado en el científico Thomas Alva Edison, que reprochó a los británicos tal medida, teniendo tan buenos ingenieros y carreteras, no aprovechados debido a pacatos prejuicios inexplicables que les llevaron a la cola de industria automovilística.

CRISIS SOBRE RUEDAS

CRISIS SOBRE RUEDAS

Por si todavía quedaba algún ingenuo españolito perdido entre las sombras más oscuras de los rincones del reino, sin enterarse de lo que sucede ni considerarse víctima inocente de la crisis, envío esta noticia a su retiro para  demostrarle lo contrario.

Salvo los habitantes de inopia, todo hijo de vecino sabe que están sufriendo la crisis quienes no la provocaron, mientras los responsables de la misma toman piña colada bajo una palmera, en hermosas playas de las Seychelles.

No son las palabras más o menos acertadas del párrafo anterior quienes hablan por mí, sino la realidad de los hechos constatados por las agencias de viajes y por las ventas de vehículos a motor, quienes descubren la realidad de la vida a los inmóviles papanatas.

El dato es contundente:  la venta de coches correspondientes a las gamas media y baja, es decir, los que compran la mayoría de ciudadanos, ha disminuido un 17,7 % durante el año 2011 que hemos abandonado en la cima, mientras vamos descendiendo a la sima que nos espera en diciembre de 2012.

En cambio, la venta de coches de lujo, es decir, aquellos que compran banqueros, herederos, especuladores y millonarios, ha subido durante el mismo año un 83,1 %, sin que el nuevo gobierno pestañeara, ni la oposición haya movido un dedo en los volantes, paralizada como está políticamente, ocupando el tiempo en cocinar amargos platos para sus militantes y amigos, con añejos condimentos ya caducados hace tiempo.

El resumen es que la crisis va sobre ruedas para los especuladores del sudor ajeno, los beneficiarios de las huchas ciudadanas y los corruptos inmunes a los juzgados. Pero lleva rodando por el suelo a millones de parados con mendrugos de pan en los bolsillos; a emigrantes sin posibilidad de redención; y a enfermos en listas de espera hacia la muerte.

CONDUCTORES MATONES

CONDUCTORES MATONES

Las ciudades no serían lo que son si los coches dejaran de rodar por sus calles. Los decibelios dañarían menos los tímpanos, los pulmones estarían sonrosados, habría más espacios verdes purificando el aire, se reduciría la crispación vial, habría más camas libres en los hospitales, se ahorraría consumo energético y viviríamos algunos años más.
Pero como esto no es posible, habrá que intentar hacer más amables las ciudades desterrando de ellas a los conductones, es decir a los conductores matones que van campando por la ciudad como si fuera un cortijo de su propiedad.

El problema no está en los necesarios vehículos a motor, sino en los sujetos que se acomodan detrás del volante, a caballo en una moto o sobre el sillín de una bicicleta. Si, también sobre los biciclos, porque últimamente los velocipedistas van despendolados por aceras y zonas peatonales, llevándose por delante lo bueno y malo que encuentran a su paso.

En todas las ciudades existen ejemplares de raza humana que van por las rúas atropellando los derechos de los demás con total impunidad y, en algunos casos, hasta con arrogancia impropia de personas supuestamente civilizadas. Galopan desbocados por las calles, ignorando semáforos y aparcando los vehículos donde se les antoja, aunque interrumpan el tráfico o bloqueen pasos de peatones, porque el aparcamiento en doble fila es el deporte preferido de muchos ¿ciudadanos?

Estos matones, que se mueven por la ciudad perdonando la vida al resto de los mortales y abusando de la buena voluntad de sus conciudadanos, no merecen consideración alguna. Los perdonavidas que se divierten desafiando a los demás en las rotondas aprovechándose de la buena educación de la mayoría, han de ser desterrados a selvas donde se disputen el espacio entre ellos como manada salvaje.

Tengo amigos especialmente educados mientras se sostienen sobre sus zapatos, que se transforman en seres desconocidos cuando se ponen al volante de su automóvil. Representan el ejemplo más claro que conozco de la transformación que sufría el Dr. Yekil cuando Mr. Hide tomaba las riendas de su vida.

 

 

 

 

 

El mal conductor es, fundamentalmente, irrespetuoso, egoísta e insolidario. Piensa sólo en él mismo sin tener en cuenta el quebranto que puede ocasionar a los demás con sus acciones. Campa por sus respetos de un sitio para otro de la ciudad sin reparar en nadie ni en nada, como si circulara por su finca de recreo. Además, algunos de estos pendencieros deben tener atrofias musculares en sus extremidades inferiores que les impiden caminar unos metros siquiera, porque pretenden entrar con el coche allá donde vayan, sean instituciones, entidades, comercios o bares.

Debemos proponer a todos los alcaldes la construcción de unas rampas de entrada en tales dependencias, que permitan a estos enfermos acercarse con sus motores de explosión hasta las ventanillas y mostradores, para evitarles quebrantos físicos irreparables.