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EL TREN DE MI INFANCIA

EL TREN DE MI INFANCIA

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Eran años de estraperlo, sabañones, dolor, cementerio y traje azul marino. Años de abandonar el desnutrido hogar familiar y marchar con la orfandad al hombro camino del colpicio, para restaurar en él penurias bajo la sombra amparadora de una acacia regada con lágrimas de infortunio en el Patio Central.

Idas y venidas, pasaporte militar en mano, a lomos de un cetáceo de hierro que esperaba sudando en la estación antes de dar un bufido anunciando su salida. Arranque lento, ceremonioso, entre quejidos de hierros y soplidos de vapor, previos al galope enloquecido sobre raíles, con un zarandeo que impedía la estabilidad de quienes recorrían sus entrañas revisando billetes para dar con los pícaros, y pidiendo carnets de identidad con la enseña policial detrás de la solapa, para trincar a “rojos” despistados.

Rodando hierro sobre hierro se acometían las trincheras tajadas en oteros, donde el ruido se hacía más ensordecedor como presagio de trueno, y el ajetreo multiplicaba el estrépito, preludio de catástrofe. Todo el temor quedaba en ceguera por la carbonilla que entraba tiznando de puntos negros las camisas, cuando alguien se olvidaba subir el cristal de la ventana, antes de introducirse la máquina en las fauces de la montaña a través del túnel arqueado con granito.

Soplaba y resoplaba el monstruo de acero en la planicie saludando con su columna de humo a los campesinos que agitaban pañuelos al viento asombrados de ver aquel prodigio trotar desenfrenado en la pradera, mientras ellos roturaban la tierra con yuntas de bueyes o recogían espigas en verano a golpe de hoz sobre las cañas.

Asiento de tercera, con listones de madera que vareaban el cuerpo; pan de hogaza con embutido y tortilla compartidos, mientras pasaba de mano en mano alguna bota de vino, entre bromas, chascarrillos y anécdotas que amenizaban el viaje del huérfano cabizbajo hacia el colpicio, tornándose meses después en nerviosa celeridad del reloj al regresar esperanzado a la casa prometida de los abuelos.

ARPONAZO INFANTIL

ARPONAZO INFANTIL

Cuando un cetáceo recibe un arponazo puede salvar la vida y curar las heridas producidas por el venablo, pero nunca borrará de la piel la huella del tridente.

Esto sucede con los arponazos ideológicos infantiles que padecimos los niños de mi época y continúan sufriendo los actuales, pertenezcan a la civilización que pertenezcan, cristiana o cualquier otra de las que hay repartidas por el planeta, sin que puedan liberarse los infantes de los rastros indelebles que deja el anzuelo religioso correspondiente.

Esto lo saben muy bien los virtuosos profesionales de todas las creencias, que mantienen fuerte empeño en el adoctrinamiento de niños, cuando la capacidad de raciocinio no esta plenamente desarrollada y el poder adulto sobre una mente en formación es total.

Que nadie piense en la responsabilidad exclusiva de los padres, porque quienes no los tuvimos sufrimos también amaestramiento de tutores, padrinos, clérigos, profesores y medios de comunicación, con más intensidad de la que nos hubiera llegado de nuestros progenitores.

Carga ideológica sabiamente anticipada a la inteligencia plena y al pleno desarrollo cognitivo que permite al catequista clavar el estoque ideológico hasta la bola, sin miedo a pinchar en un hueso que haría imposible la manipulación mental a que se somete la candidez de los niños.

De forma tan bien intencionada como perversa, se invierte el orden de las cosas para robar la voluntad en crecimiento. Si la religión es una opción personal que se acepta libre y voluntariamente ¿no sería más ético esperar al pleno desarrollo mental del niño para ofrecer al catecúmeno la religión que se profesa? ¿Por qué ese empeño en bendecir con agua la cabeza del recién nacido para incorporarlo a la grey divina sin contar con él para evitarle ir ¡al Limbo!? ¿O ya no hay Limbo? ¡Vaya por Dios!

Claro que siempre le queda al discípulo la posibilidad de abandonar el barco en el futuro,  aunque no pueda librarse de la huella dejada por el arponazo. Pero el respeto a la libertad de pensamiento de quien viene al mundo es tan importante como el respeto a la vida del feto que con tanta fuerza se demanda.

La ética y el orden lógico exigen anticipar la razón a la fe, porque la capacidad para decidir ha de caminar unos pasos por delante de las creencias. Primero discernir, reflexionar, tratar de comprender, y luego elegir con criterio aquello que más conviene a cada cual, aceptando libremente la doctrina o rechazándola a voluntad.