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CORUÑA TIENE UN OLOR ESPECIAL

CORUÑA TIENE UN OLOR ESPECIAL

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Ignoro si dice verdad la copla que canta a Sevilla por su sabor especial, pero tengo sobradas razones para asegurar que Coruña tiene un olor especial, mezcla de salitre, aletas, nubes inquietas, luces grises, cálida niebla y viento húmedo, testigos de mi nuevo encuentro con una tierra acogedora que impide a los visitantes ser forasteros.

Repetido goce de cantones, riazores, torres hercúleas y golfeo zapateiro, felizmente acompañados por dos queridos polizones que este año que han colado amorosamente en la bodega del viaje para hacernos más feliz la estancia en este hermoso paisaje con olor a mar desescamado en la madrugadora lonja.

Tiene Galicia embrujo de bruxas liberadoras de satanes y malos espíritus que arden en fuego de santas compañas, como las que me abrazan afectuosas siempre que vengo a restaurar las heridas frente a este mar que golpea las rocas, poniendo a prueba los percebeiros que arriesgan su vida por un puñado de euros.

Volver a Coruña es renacer a la juventud de un amor prematuro que se hizo duradero, cuando las íntimas olas Bastiagueiro fueron testigo de la primera caricia furtiva y el futuro incierto se hacía perceptible sueño en la posible quimera de lo inalcanzable, sin prevenir la feliz descendencia que se antojaba entonces tan lejana.

Paseos atardecidos, envueltos en húmeda neblina con olor esperanzado, que hoy retornan encanecidos por una vida cansada de ir de mano en mano, en busca de un paradero donde esparcir nostalgias recuperadas al pisar de nuevo la espiritual tierra firme que Galicia pone a nuestros pies desde Cebreiro a Finisterre

INVITACIÓN AL BIERZO

INVITACIÓN AL BIERZO

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Acercaos a Foncebadón, amigos, y cruzad la frontera que separa la Maragatería del Bierzo, para entrar por la puerta grande en un vergel que os recibirá con bendiciones en la Cruz de Hierro y recreará vuestra alma con placenteras ofrendas del espíritu hasta Cebreiro.

Entre ambas cumbres se extiende la hoya berciana, lugar de leyendas narradas al abrigo nocturno de castillos templarios que custodian el alma de un territorio privilegiado, nutrido de encanto y grandeza histórica. Tierra fértil, saciada de verdores y aromatizada con pastizales, fruta madura y humo de chimeneas domésticas alentadas de reconfortantes fogones, donde el buen yantar de manjares propios y templado libar del zumo de sus cepas es compartido con ciudadanos hospitalarios, que un día reclamaron una república independiente para su tierra.

Recogeos, amigos, en esta cuna del monacato español; viajad en el tiempo a lomos de una herrería medieval; caminad por sendas inolvidables; contemplad una joya escondida del arte mozárabe; asombraos de la arquitectura rural en sus pueblos; y comprobad que la tebaida ermitaña no es quimera de iluminados monjes medievales abandonados a la oración en el ensoñador valle del Silencio.

Encontraréis en esta isla de paz interior lo inalcanzable en otras latitudes donde el bullicio enturbia la vida. Acercaos, pues, a descubrir el encanto de rudimentarios museos pespunteados de nostálgicas pallozas, donde encontraréis personajes singulares y humildes artesanos que brindan sabios consejos populares sin demandar nada a cambio.

Dejaos llevar por “la guiana” hasta el asombro de las bodegas y escuchad viejos recuerdos de pañuelos blancos anunciadores de vino nuevo que congregaba a vecinos y foráneos en torno al “senado” o “la abuela”. Y no olvidéis pasear por sus arterias montañosas para contemplar el milagro de ver transformada la codicia romana en caprichosas formas de un país encantado.

Subid luego al mirador de Corullón para contemplar el asentamiento donde se inspiraron los escritores sagrados para describir el paraíso terrenal surgido en las riberas del Burbia, porque en ese valle oiréis crecer la hierba en primavera. Deambulad por los claustros de sus monasterios y sentaos a la mesa con los bercianos a degustar botillo regado con vino de la tierra, acompañado de cantos a la regente de la Encina pidiendo que la lluvia riegue los pimientos, porque el aprecio de los bercianos, la grandeza de su alma y la nobleza de corazón que atesoran, merecen el abrazo y la gratitud que desde aquí les envío, en recompensa por todo el afecto recibido.

YA HUELO GALICIA

YA HUELO GALICIA

La primera impresión que recibo siempre que llego a esta bendita tierra es el inconfundible olor que despliegan sus entrañas para saludarme. Eterna bienvenida de años llamando a las puertas de mi alma cada vez que cruzo la frontera del Cebreiro, a cuyo templo llegué camino de Santiago, las tres veces que emprendí esa aventura mística con vocación laica.

Olor mentolado a eucalipto centenario para abrir la esperanza de lo venidero, junto a los primeros verdores destilados por El Bierzo, al subir por desfiladeros que despiden el castillo de Villafranca con olvidados pañuelos a las puerta de sus antiguas bodegas, hoy en la noche del olvido, donde tantas veces perdí el equilibrio junto a mi amigo Fidel, notario de la villa.

Y el mar….  Al final siempre termino en el mar. ¿O la mar? ¡Siempre la mar! Para complacerme con el marinero en tierra del puerto.  Olor a mar de costa gallega inconfundible, con aromas singulares a salitre bravío y a despedidas eternas en las bocanas de los puertos.

Olor a mar enloquecido de flotante espuma, al estrellarse contra las rocas, alternado con serenas caricias en anchas playas de Sada, y sobre el festivo templete aldeano de Betanzos, donde puede olerse pan candeal y nostalgia desparramada por sus plazas.

Olor a supervivencia de valientes percebeiros suicidas y encorvadas mariscadoras descalzas. Olor a berberecho hervido y queso de tetilla, en meriendas atardecidas junto a María Pita, siempre bien acompañado.

Olor a redes sudorosas y chubasqueros naufragando en agua marina,  rebelde a los timones y timoneles, cuando despierta del sueño y ocupa espacio en los Cantones, indignados por el abuso de unos pocos y el insulto diario de la justicia distributiva.

Pero, sobre todo, Galicia huele a noble amistad. A sincero abrazo, mano franca y acogida generosa, desconocida en otras latitudes. Un año más aquí he llegado, buscando en esta tierra lo que no es posible encontrar fuera de ella.

He vuelto a Galicia y os dejo su olor en mi bitácora, porque compartirlo con vosotros es la mejor forma de agradecer el afecto que recibo, para  enviárselo a los gallegos que viven fuera de la tierra que los vio nacer, como mi entrañable cooperante Sofía.