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CATECISMO IMPERIAL

CATECISMO IMPERIAL

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El insaciable Napoleón, no conforme con ser ungido emperador y firmar un ventajoso concordato con el papa Pío VII, pidió más y más, hasta conseguir las bendiciones de la Iglesia francesa para imponer un catecismo imperial, de marcado carácter político, que afianzara su poder en la tierra, con el apoyo de los poderes celestiales otorgados por su santísima santidad.

Esto sucedió un día como hoy del año 1806, mediante un decreto que imponía a los franceses catequética doctrina imperial, maridando política y religión, exigiendo el emperador a los súbditos rendimiento de amor, respeto, obediencia, lealtad, impuestos y servicio militar, bajo pena de condenación eterna para los rebeldes a su doctrina.

El Papa dio la mano a Napoleón y este se tomó el resto del cuerpo, contando solo con su propia voluntad y la sumisión de la Iglesia que recibió todos los privilegios, beneficios y poder que le fueron requisados por la Revolución Francesa, a cambio de la adoración al emperador.

A partir de entonces, los curas leyeron en los púlpitos los boletines oficiales del ejército imperial, Napoleón desplazó del santoral a la mismísima Asunción y sus privilegios serían heredados por sus descendientes, “porque leemos en las Sagradas Escrituras que Dios, mediante una disposición suprema de Su voluntad, y por Su Providencia, confiere sus imperios no sólo a individuos en particular, sino también a las familias”.

Todo ello, porque Napoleón “fue levantado por Dios en circunstancias difíciles para restablecer la adoración pública de la santa religión de nuestros ancestros y para ser nuestro protector. Es él quien restauró y preservó el orden público mediante su profunda y activa sabiduría; él defiende al Estado con la fortaleza de su brazo; él se ha convertido en el Ungido del Señor por la consagración que recibió del Soberano Pontífice, la cabeza de la Iglesia Universal”.

A VECES NO AMANECE EL DÍA

A VECES NO AMANECE EL DÍA

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Sucede algunas veces que las tinieblas ensombrecen la vida sin previo aviso, secando los manantiales donde saciamos la sed cotidiana en fraternal mesa compartida, cuando algún comensal decide no acudir al banquete amoroso, como le ha sucedido a José, dejándonos el corazón tan roto como el suyo por un despreciable golpe de sangre que se lo ha llevado, abandonando la esperanza a la intemperie.

En días como estos, un aire gris amordaza los ruiseñores y circunda la cúpula nocturna del velatorio con un rosario inútil de cuentas errantes, hermanando el dolor y los recuerdos con puntadas de lágrima en la patena misericordiosa del amor, mientras los helechos bordean contornos del corazón, poniendo laureles en el pecho herido y sin latidos, al tiempo que el estiércol despliega prematuramente sus brazos de esparto sobre el difunto.

Son días en que muerte entenebrece la luz y huyen los geranios de las macetas a los regatos abandonados que discurren por las paredes fisuradas de las criptas, sin más oficio que llevar manojos de recuerdos de un lugar a otro.

Se humilla el breviario en el cítrico vacío de las rendijas funerarias y un certero manotazo hace rodar a los ángeles por el suelo, impidiendo creer otra verdad imposible porque la certeza prohíbe revertir el catecismo, cuando la redención carece de argumentos y la despedida total es firme certidumbre.

En días como estos, quisiéramos presentir la redención soñada y retomar el camino de la fe, pero la enorme espalda de la muerte cierra el paso a toda credulidad.

LA CODICIA, MADRASTRA CORRUPTORA

LA CODICIA, MADRASTRA CORRUPTORA

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En el reparto de vicios capitales que hizo Salvador de Madariaga entre franceses, ingleses y españoles, a los primeros les atribuyó la avaricia, a los segundos la hipocresía y a nosotros la envidia, sin percibir que ésta conduce inevitablemente a la codicia, como ambición desordenada de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas, no para compartirlas.

El afán excesivo de riquezas conduce inevitablemente a la corrupción, pues el deseo vehemente de bienes materiales no tiene otra salida que la trampa y el engaño, al precio moral que sea. Esto significa que la codicia es madrastra de la corrupción que ha infestado las instituciones españolas durante décadas.

Mueve al codicioso el apetito de fortuna y su temor a la pobreza futura, pero no el deleitarse con los placeres que le reporta el patrimonio adquirido, porque sólo pretende asegurarse el garbanzo, como prueban los grandes capitales que se encuentran enterrados en las cajas de seguridad bancarias.

A la envidia, se añade la codicia como pecado capital de moda en los pisos altos esta España nuestra, – irreconocible para la madre que la parió -, aunque el catecismo del padre Astete no contemple este deseo de sobrepasar los límites morales y lícitos, que la sitúan entre las actitudes sociales, políticas y ciudadanas, más detestables.

El anhelo acaparador de riquezas no camina solo, sino acompañado de otras degeneraciones asociadas simbióticamente a él, que los depredadores practican sin escrúpulos, como son la deslealtad a personas e ideas; la traición premeditada; la aceptación de sobornos; la estafa, el cinismo, la violencia moral; y la simonía importada de los altares y mejorada por la corruptelas que practican los codiciosos institucionales.

OBRAS DE INMISERICORDIA

OBRAS DE INMISERICORDIA

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El problema que tenemos en España no es de recesión económica, ni de contaminación política, ni de usura bancaria, ni de dominio financiero, sino de quiebra de valores humanos, fragmentados por ambiciones, estafas, corruptelas y politiquerías de diferente especie, siendo la crisis que nos atenaza la consecuencia directa de la codicia imparable ejercida por una selecta minoría.

Estamos asistiendo a una perversión moral, ética y estética que amenaza con devastarlo todo, sin dejar piedra sobre piedra, ni títere con cabeza, porque estamos en manos de un poderoso grupito de titiriteros morales y trileros, que juegan con el futuro de la gran mayoría de ciudadanos.

El catecismo social de la crisis nos propone estafar la vecino, engañar al que no sabe, aplaudir al sinvergüenza, quitar el pan al hambriento, beber el agua del sediento, desahuciar al peregrino, redimir al explotador, despreciar al marginado, indultar al tramposo, votar al corrupto, desnudar al vestido, expulsar al inmigrante y quitarle la venda a la justicia para que el desfile interminable de porquería y podredumbre ocupe un lugar privilegiado en la vida social.

Se nos va el tiempo y las fuerzas en ver a millonarios futbolistas dar patadas a un balón, en vez de dar nosotros millones de patadas a cuanto nos impide salir del lodazal en que estamos sumergidos, sin posibilidad de liberarnos de las arenas movedizas que nos acabarán engullendo, como no formemos una cadena solidaria para salvarnos.

Es hora de abandonar politiquerías de izquierdas y derechas. Es hora de entendernos incrédulos y creyentes. Es hora de unirnos todos los colorines de razas y culturas. Es hora de formar bloque contra ese pequeño grupo que se beneficia de nuestra dispersión, haciéndonos comulgar con indigeribles ruedas de molino, para que el peso nos impida levantar el vuelo.

DOLOR DE EDUCACIÓN

DOLOR DE EDUCACIÓN

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Pocas veces una huelga ha estado más justificada como la que hoy va a celebrarse en defensa de la educación, donde profesores y alumnos expresarán su malestar contra la nueva ley educativa que cocina Wert, dándonos al resto de españoles la oportunidad de expresar nuestra hartura contra la casta política, incapaz de ponerse de acuerdo en materia tan importante como es la educación de los futuros dirigentes empresariales, políticos, sociales, financieros, sindicales y vecinales, que gobernarán la sociedad.

El catecismo político educativo exige cinco actos penitenciales a los profesores, alumnos, padres y ciudadanos: aprobación del examen de sumisión, dolor de educación, propósito de resignación, silenciar los pecados ministeriales y cumplir sectarias, improvisadas y perturbadoras leyes educativas.

Por ese calvario nos han obligado a pasar los políticos de turno, peregrinando descalzos y sin paradero, de ley en ley, entre las callejuelas empedradas del sagrado mundo educativo, sin posibilidad de hacerles comprender que con la educación no se juega ni se va a la caza del pueblo como si fuéramos perdices a las que nadie consulta cuando se hace una ley para matarlas, sustentada por caprichos sin fundamento real que justifiquen los sucesivos cambios de sistema educativo que estamos padeciendo, con grave perjuicio para la educación de nuestros jóvenes.

La historia confirma el beneficio aportado al país con la estabilidad legal que supuso la primera Ley de Instrucción Pública promovida por el ministro Claudio Moyano en 1857, que con pequeñas adaptaciones estuvo vigente más de un siglo, hasta que en 1970 Villar Palasí propuso acertadamente la Ley General de Educación (LGE), en vigor durante veinte años.

El cambio político a la democracia, la Constitución española y la adaptación a las nuevas corrientes educativas aconsejaron sensatamente nuevas leyes adaptadas a tales circunstancias, promulgándose la LOECE (1980), la LODE (1985), la LOGSE (1990) y la LOPEG (1995).

Luego vino la detestable lucha ideológica partidista, donde cada ministro de turno hizo de la educación su sayo, sacando de la chistera política nuevas leyes sin justificación alguna, interferidas por credos políticos y religiosos que han contaminado la educación, desanimado a los profesores, desconcertado a los alumnos, agobiado a los padres, irritado a los ciudadanos y escandalizado al sentido común.

Así, cayeron sobre nosotros la LOCE (2002) y la LOE (2006), amenazándonos ahora el Gobierno con otra nueva Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), en plena crisis económica, institucional, social y moral, que viene con una carga restrictiva, ideológica y selectiva, que nada tiene que ver con la perspectiva educativa como sería su obligación, puesto que sus aportaciones se dirigen al control, la sanción y la discriminación: incorporación de evaluaciones finales en Primaria y ESO, reducción del poder de las Asociaciones de Padres y Alumnos, deshomologación de las lenguas cooficiales, penaliza a los centros que no cumplan con el rendimiento académico y restricción de la autonomía de gestión.