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CARNAVALADAS

CARNAVALADAS

Estamos en plenos carnavales o, si preferís,  carnestolendas, que para el caso es lo mismo pues ambos invitan a los católicos a despedirse de la carne el miércoles próximo y los cinco viernes sucesivos que le siguen, con sus noches incluidas, aunque la  mayoría de ellos no hagan mucho caso al ayuno y la abstinencia de carne, que demandan los purpurados religiosos con sus mandatos.

Es, pues, un buen momento para hablar de carnavaladas, esas informalidades sociales, fingimientos en tribunas y disfraces de comedia que prolongan ciertos sujetos más allá de estos días carnavaleros, impuestos por la cuaresma litúrgica practicada por los comediantes de tribuna.

Los jóvenes ignoran que en tiempos de sequía liberal no se autorizaban los disfraces por las calles sin el rostro al descubierto, siendo atrevidos los ciudadanos que sacaban del armario ropas viejas, expurgaban vestidos apolillados y rastreaban los baúles en busca de recuerdos y añoranzas del pasado, ocultos en el refajo de la abuela o en el kepis militar del pariente fallecido.

Aquello ha cambiado para los que hoy se ponen trajes de alpaca bien ajustados a los sillones institucionales, evidenciando que a sus cuerpos no les corresponde el armani político que lucen. Hay también sujetos que se disfrazan con túnicas de honradez para ocultar sus engaños, sin conseguirlo; y un tercer grupo de individuos que, se pongan lo que se pongan, siempre van disfrazados, lo que nos obliga a pensar que se encuentran en permanente carnaval con síndrome de abstinencia permanente hacia los euros que se amontonan en sus cuentas corrientes sin merecerlo.

Ante esto, cabe preguntamos si cada cual es lo que ve en el espejo por la mañana al levantarse de la cama o lo que representa ser al pisar la calle. El drama de Calderón nunca tuvo más vigencia que ahora, en esta sociedad de lo políticamente correcto, donde cada uno cumple su papel frente a los demás. Todos soñamos que somos algo, aunque no lo entendamos y temamos despertar del sueño. Pero pocos se dan cuenta que no es lo mismo ser lo que se cree uno que es, que creerse uno lo que no es.

CARNAVALADAS

CARNAVALADAS

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Estamos en plenos carnavales o, si preferís,  carnestolendas, que para el caso es lo mismo puesto que ambos invitan a los católicos a despedirse de la carne durante los próximos cuarenta días con sus correspondientes noches, aunque la  mayoría de ellos no hagan mucho caso al ayuno y la doble abstinencia de carne y “carne”.

Buen momento para hablar de carnavaladas, esas informalidades, fingimientos y disfraces que utilizan ciertos sujetos. Por eso, llamar carnavalero a quien emplea máscaras, caretas y disfraces no es una inconveniencia. Entendedme. Con esto no quiero decir que el Papa vaya por el ahí haciendo carnavaladas porque en su día sustituyera temporalmente la mitra por el tricornio de charol; el solideo por un gorro militar; y proteja su cabeza del frío romano con un camauro del siglo XII. No.

En cambio, sí puede tildarse de carnavalada la carcajada del magistrado Giménez en la vista del juicio contra Garzón; o las monerías de los “amiguitos del alma” que terminaron llamando gilipollas a Camps y ofreciéndose “dos hostias”; o las galopadas a calzón quitado del yernísimo entre Belice a Luxemburgo, con escala en La Zarzuela.

Carnavalada de primera magnitud es el busto de 24 metros de altura que se está levantando en el aeropuerto de Castellón en honor al abuelo propietario del mismo, acusado de cohecho, tráfico de influencias y fraude fiscal, porque el juez no ha  reparado en el delito de “derroche faraónico”, ausente del código penal. Al mismo nivel se encuentra la carnavalada de los EREs andaluces, pringosa mancha de aceite y cocaína que a todos avergüenza menos al desvergonzado protagonista de los hechos. Todo ello intencionado. Adrede vamos, para entendernos, y sin posibilidad de llevar los saturneles romanos cien años más allá de la cuaresma para estos sujetos.

En tiempos de sequía liberal no fueron posibles los disfraces por las calles, salvo para algunos atrevidos ciudadanos que sacaban del armario ropas viejas y vestidos apolillados, buscando en los baúles recuerdos y añoranzas del pasado, ocultos en el refajo de la abuela o en el kepis militar del pariente fallecido.

Pero hoy algunos se ponen trajes de alpaca bien ajustados con “correa” evidenciando que a sus cuerpos no les corresponde el armani político que lucen. Hay también sujetos que se disfrazan con túnicas de honradez para ocultar sus engaños, sin conseguirlo; y un tercer grupo de individuos que, se pongan lo que se pongan, siempre van disfrazadas, lo que nos obliga a pensar que se encuentran en permanente actitud de carnaval.

Ante esto, cabe preguntamos si cada cual es lo que ve en el espejo por la mañana al levantarse de la cama o lo que representa ser al pisar la calle. El drama de Calderón nunca tuvo más vigencia que ahora, en esta sociedad de lo políticamente correcto, donde cada uno cumple su papel frente a los demás. Todos soñamos que somos algo, aunque no lo entendamos, y tememos despertar del sueño para dormir eternamente. Pero pocos se dan cuenta que no es lo mismo ser lo que se cree uno que es, que creerse uno lo que no es.