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Etiqueta: carbonerito

SALAMANCA LA BLANCA

SALAMANCA LA BLANCA

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El azar puso frente a mí una columna de humo blanco que oscilaba a merced del viento, llevando la curiosidad mis pasos hasta un monstruo de hierro que bufaba echando humo por diferentes respiraderos como si de una inmóvil máquina de vapor se tratara, a punto de expandir sus cenizas por los aires.

Dice bien la canción cuando dice que a la blanca Salamanca la mantuvieron los carboneritos rurales que iban y venían de un lugar a otro, en tiempo se sequía social, cuando los troncos de encina se ahumaban en túmulos cubiertos de tierra, hoy sustituida por el hierro que deja toberas al descubierto para liberar el humo en dispersas nubes blancas, sin otro oficio que carbonizar la madera vegetal que aún templa cuerpos en invierno con cisco en brasero removido donde la badila “firma” “escarbones”, alimenta fraguas y vitaliza pucheros en cocinas abiertas el cielo, ahumadoras de embutidos milagrosos.

Negrura vegetal de carboneritos entrañados en Villalba, Matilla de los Caños, Robleda y otros pueblos salmantinos que atestaban los vagones ferroviarios llevando el carbón de encina y cisco de roble a diferentes puntos de la geografía española, manteniéndose los carboneritos en el insomnio de las cabañas, con carne de matanza y vino de pitarra.

Oficio en extinción por empuje de combustibles fósiles líquidos y kilowatios de centrales eléctricas, que han enterrado las carboneras rurales en musgo y barro, olvidándose los enterradores de recordar a los pupitres que fue el carbón durante siglos sustento de vida, cuando la electricidad era inalcanzable quimera, los gases combustibles desconocidos, la respiración vaho doméstico y los sabañones amigos.

DEL CARBONERITO AL TURISTA

DEL CARBONERITO AL TURISTA

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El oeste no es sólo el romántico punto cardinal por donde huye la luz cada día, despidiéndose de nosotros con bellas imágenes crepusculares, sino también un espacio geográfico tradicionalmente abandonado, como le sucede a la capital charra, donde las llamaradas de la piedra monumental se tornan funerarias en los andenes de las estaciones despidiendo a los jóvenes que emigran en busca de una tierra de promisión, donde ganar futuro y vida digna.

Ser del oeste se está convirtiendo en un destino fatal sin posibilidad de redención laboral para la savia nueva que busca trabajo, sabiendo que el porvenir les espera extramuros de la muralla salmantina, donde la celestina flamea pañuelos negros desde las almenas deseándoles la suerte que su tierra les niega, obligándoles a emigrar de ella.

No es que estemos salvajes como los pieles rojas del lejano oeste americano, pero nos falta la riqueza natural que ellos tenían disponible para atraer colonos, mineros, comerciantes, granjeros y cuantos aspiraban a mejores condiciones de vida, que llegaron al oeste en carretas, a caballo o a pie, ejemplarizando una migración interna sin precedentes, que mejoró las vías de comunicación, creó industrias y urbanizó espacios.

Este no es el caso de la charrería porque carece de tejido industrial facilitador de puestos de trabajo, siendo nuestras principales empresas la Universidad y el turismo, cumpliendo la primera con dignidad la misión que tiene encomendada de formar jóvenes en sus aulas; y la segunda, el turismo, que viene a enriquecer básicamente el gremio de la creciente hostialería salmantina.

Estudiantes obligados a ganarse la vida lejos del espacio geográfico donde se han formado para ello, porque en el campo charro no hay espacio laboral para ellos ni oportunidades para redimirlos del frustrante desempleo, unidos a foráneos pasajeros que nos visitan, dispuestos a salvar la pequeña Roma del abandono, a diferencia de los antiguos carboneritos de la copla que con sus idas y venidas mantuvieron durante años a la blanca Salamanca.

SALAMANCA LA BLANCA, ¿QUIÉN TE MANTIENE?

SALAMANCA LA BLANCA, ¿QUIÉN TE MANTIENE?

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Carbón

Dice la canción popular: “Salamanca, la blanca, ¿quién te mantiene?. Cuatro carboneritos,
 que van y vienen”. Fueron los carboneros mantenedores de la ciudad charra, y con uno de esos carboneritos he pasado la jornada entre la ignorancia y el asombro, ante el túmulo carbonífero que da vida a los tizones.

Primero se desmochan y olivan las encinas para hacer pequeños troncos de leña que se alinean formando un cono mocho, provisto de una boca en el vértice superior por donde se inicia el fuego ahogado en sorda humareda en su base, para que destile humo a través de tan irregular chimenea y por las bufardas inferiores, antes de que la sacadera, el rastro y la horca hagan su función, sacando del horno el ahumado carbón vegetal que templara los cuerpos en invierno.

Tres generaciones han hecho la tarea antes de que Fernando se hiciera cargo del negocio, transformando cada 5 kg de leña en 1 kg de carbón, llegando a batir su récord el día que fabricó 70.000 kg de carbón chamuscando 350.000 kg de encina en un solo cono forrado de tierra, cuya misión fue y podría seguir siendo, darle el temple necesario para que la madera cociera y extinguir el fuego.

En los chozos donde pasaban los veinte días dedicados a la tarea, utilizaban como frigorífico paja mojada para guardar el vino y las viandas, en muchos casos a base de tencas de las abundantes charcas que rodean Matilla de los Caños del Río, donde las he degustado más de una vez con las primeras autoridades municipales de la zona.