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Etiqueta: candil

DIÓGENES

DIÓGENES

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El filósofo de la escuela cínica Diógenes, vivió como vagabundo perdido en las calles de Atenas, haciendo de la pobreza virtud para consolar sus quebrantos, durmiendo de noche en una tinaja y caminando por el día descalzo entre las calles con un candil en la mano, buscando un hombre honesto en la ciudad, encontrándose sólo escombros.

Sus propiedades quedaban reducidas a un manto raído, un zurrón de pellejo con mendrugos de pan, el báculo donde apoyar su cuerpo y un cuenco para tomar agua de manantiales, que tuvo con él hasta que vio a un joven beber agua recogida en sus manos, y entonces abandonó la escudilla, diciendo: “Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”.

Empeñado en llevar una vida virtuosa, alejó de sí todo lujo social y cuando veía a los ricos de su tiempo atesorando fortunas, rodeados de lujos, sobrados de placeres, hartos de festines y comprando esclavos, se decía: “¡Cuántas cosas hay en este mundo que no necesita Diógenes!”

La defensa incondicional de la autosuficiencia alejó al pensador de Sinope de los efímeros y falsos bienes materiales, consiguiendo eliminar todo deseo artificial, reduciendo al mínimos las apetencias que sus vecinos convertían en necesidades estériles despreciadas por este cínico virtuoso.

Fortalecía su moral con privaciones, llevando una vida natural apuntalada con dolor, rígidamente austera y alejada de aspiraciones materiales, negando que la sabiduría fuera patrimonio de las escuelas y estuviera ausente de la rusticidad popular, conocedora de secretos ignorados en las academias.

Este fundador del cosmopolitismo, terrícola de cuerpo entero, propuso hace 2.313 años la abolición de las fronteras, afirmando ser ciudadano del mundo y no de ciudad alguna concreta, porque todos los habitantes de la Tierra éramos vecinos compartiendo el mismo aire, idéntico Sol, igual muerte y similar vida.

Llamado por Platon “Sócrates delirante”, defendió la masturbación, afirmando: «¡Ojalá, frotándome el vientre, el hambre se extinguiera de una manera tan dócil!», mereciendo la burla de los atenienses, al tiempo que el temor a sus réplicas y el respeto a su compromiso real con aquello que predicaba el los foros populares.

ROBINSONES

ROBINSONES

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Una singular paradoja de la existencia humana consiste en sentir una inmensa soledad en medio de la multitud, acrecentándose el aislamiento personal cuanto mayor el es número de gente desconocida que nos rodea, creándose un clima de inseguridad que provoca nuestra huida hacia otra soledad menos bulliciosa, pero más amparadora y protectora.

Son esas islas escondidas en rincones ignorados de nuestras vidas, donde nos sentimos felices robinsones como Crusoe, llevando con nosotros todo el mundo interior que nos enriquece, llena el espacio y puebla la isla que habitamos, aunque se muestre desierta al observador exterior, sin necesidad de ir como Diógenes con un candil en la mano buscando amigos.

Cada uno tenemos nuestro pequeño islote donde robinsoneamos con nosotros mismos vivencias y sentires, sueños imposibles y quimeras inalcanzables que nos permiten caminar por la vida junto a los vecinos que comparten sentimientos comunes a los nuestros.

En esa isleta tomamos las decisiones que orientan nuestra vida hacia el encuentro con desconocidas almas gemelas que pasan a nuestro lado sin mostrarnos el rostro, ni tendernos la mano, conformándonos algunas veces con amistades virtuales que nos abren su vida en el “libro de caras”, sin pedirnos prestada la camisa, con una sonrisa en la boca y el corazón en la mano.

El más ingenuo de los robinsones sabe que extramuros del arrecife que protege la ínsula donde él habita, hay más sanchos que quijotes, pero también conoce los secretos de la victoria sobre la codicia y no siempre está dispuesto a devolver risa por llanto, porque la solidaridad le conduce irremediablemente al compromiso.

OPACIDAD VERSUS TRANSPARENCIA

OPACIDAD VERSUS TRANSPARENCIA

Esta es la cuestión: opacidad o transparencia. Es decir, democracia o autocracia, porque la claridad en cuentas y comportamientos marca la frontera que separa los países democráticos de los bananeros.

Cuando las andanzas del jefe del Estado no están a la vista de los ciudadanos que le pagan el sueldo, éstos se transforman en vasallos medievales.

Cuando se expone en la plaza pública la asignación a la Casa Real sin dar explicaciones de sus cuentas, se está insultando a los paganinis.

Cuando los partidos políticos no permiten la auditoría de sus movimientos contables, se está despreciando la inteligencia colectiva de los votantes.

Cuando la prensa oculta las noticias que corren de boca en boca por los mentideros de las ciudades, se está ofendiendo a los lectores.

Cuando el salario, dietas, complementos, otros sueldos y bienes reales de políticos, se ocultan, se está jugando al escondite con los administrados.

Cuando los dirigentes institucionales firman a la luz de un candil contratos con empresarios, se está injuriando a los ciudadanos.

Cuando la Iglesia pone celosías en cónclaves, puertas de seguridad en dormitorios y murallas en los bienes, está deshonrando el evangelio.

Cuando se aceptan como legítimas las invitaciones y regalos de empresarios, ocultando las compensaciones otorgadas, se está agraviando a los vecinos.

En definitiva, cuando reyes, políticos, banqueros, empresarios y prelados impiden al ojo del gran hermano que los sustenta, entrar en las habitaciones de instituciones y palacios, es porque tienen mucha mierda escondida bajo las alfombras de tan honorables mansiones.