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Etiqueta: bitácora

UN AÑO ITINERANDO

UN AÑO ITINERANDO


Amigos del blog:

Un año ha pasado desde aquellas postrimerías invernales en que abrí las puertas de esta bitácora a todos los que quisierais entrar en ella, sin poner condiciones ni exigir algo a cambio.

Aquel sábado 12 de marzo de 2011 alimentaban mi ilusión los mismos argumentos que hoy la sustentan, pero confirmados por las 43.000 mil visitas que habéis hecho a esta casa que por derecho os pertenece, como leales compañeros del bloguero que la habita, aunque sólo haya podido abrazaros virtualmente.

Amigos que habéis pisado estas habitaciones desde Bruselas, Zurich, Ginebra, Barcelona, Madrid, Pamplona, Vigo, Sevilla, Zaragoza, Salamanca, Moscú, Ucrania, Atenas, Berlín, Beverly Hills, Obregón, Miami, Medellín, Ecuador, Lima, Quillota, Porto Alegre, Moscú, Nueva York, Oslo,…, dejándome algunos comentarios que han estimulado mi ánimo a introducir cada día una nueva carta en este buzón, sin nombre ni paradero determinado.

En las páginas de este blog me siento más acompañado por los lectores que en las de mis libros y percibo más cercano vuestro afecto, aunque en ambos casos exista un círculo de amistad en torno a las palabras, cada vez más amplio, en el que todos somos protagonistas de la expansión continua de amigos invisibles por todos los rincones del planeta.

Esto es algo difícil de explicar, como tantas cosas que ruedan por la vida sin respuesta, aunque muchos se empeñen en justificarlo con simplezas carentes de fundamento, porque no es posible entender el milagro de la comunicación entre almas gemelas que entrecruzan sus destinos por los rincones del espacio virtual.

Es cierto que los escritores necesitamos la soledad y el silencio cuando tomamos la pluma, pero es mucho más cierto que sin vuestra compañía este blog habría pasado ya a mejor vida.

PEQUEÑOS PLACERES

PEQUEÑOS PLACERES

Hay quienes en la vida necesitan inéditas aventuras, exóticos paisajes, cruceros mediterráneos, comidas en el Bulli o nebulosos amaneceres junto al Taj Mahal, para disfrutar de la vida, y quienes gozan con pequeños placeres que están al alcance de cualquier persona con sensibilidad para disfrutarlos.

Me incluyo en este segundo grupo por vocación propia, convencido que la felicidad no se compra en ninguna taquilla ni el bienestar personal está en proporción al tamaño de la cuenta corriente, sino que depende de la capacidad de cada cual para descubrir insignificantes deleites de cada día.

Entre mis pequeños placeres cotidianos se encuentra beber un sorbo de agua fresca sin necesidad de que me acerquen el vaso a la boca con una pajita.

Caminar de un sitio para otro sin ayuda de nadie ni de nada.

Charlar animadamente con amigos compartiendo una botella de vino.

Recibir en el buzón un poema inesperado con dedicatoria personal.

Oír el agua nocturna que baja cantarina por los regatos en Candelario.

Saludar a la luz de madrugada en los carámbanos suspendidos en las fuentes.

Pasear descalzo por el borde del mar en una playa solitaria entre gaviotas.

Sentir el aliento del crepúsculo en la desembocadura de la tarde.

Leer poemas que nos dejó un tiempo de rosas en servilletas de papel.

Deleitar el entendimiento con una página literaria bien escrita.

Disfrutar los minutos de dulce inconsciencia que acompañan al despertar.

Desempolvar complacientes recuerdos de una fotografía en sepia.

Saborear fruta de un árbol prohibido en el reposo de una caminata.

Percibir la caricia enamorada recorriendo distraídamente la piel.

Calzar las zapatillas en casa tras una larga jornada de trabajo.

Desparramar el cuerpo en un sofá dejando volar sin rumbo la imaginación.

Seguir amando después de haber amado.

Recibir una llamada telefónica largamente esperada.

Contemplar en la penumbra  silenciosa una vela encendida en Adviento.

Oler el embriagador perfume de los jazmines en las noches estivales.

Sonreír con la risa explosiva y generosa de un niño que deja ver su alhelíes.

Agradecer a la radio la sorpresa de la canción preferida.

Comer un cuscurro del pan caliente recién cocido.

Refrescar el cuerpo con un baño reparador las cálidas tardes de verano.

Recibir el beso diario de mi mujer y nuestros hijos.

Escribir cada día en esta bitácora, especialmente hoy que abro mi ventana para que vuelen hacia vosotros estos pequeños tesoros de felicidad que justifican mi existencia y me hacen olvidar lo que ninguno queremos recordar.

VIVIR LA VIDA

VIVIR LA VIDA

Al poeta bilbaíno le quedaba la palabra después de perder el tiempo, sufrir sed, pasar hambre y abrir los ojos hasta desgarrárselos. A Rick y a Lisa, perdidos en Casablanca, les quedó para siempre París, donde vivieron un amor inolvidable. Hay cantante que va en julio por la iglesias pregonando que le queda la esperanza. Los creyentes católicos esperan disfrutar en el cielo lo que no han gozado en la tierra. Y a todos los demás nos queda íntegra la vida a partir de ahora, que es lo único que necesitamos para ser moderadamente felices.

Acompañándonos estará la vida por toda la eternidad, quedando ésta reducida a los años que tenemos por delante para sonreír, amar, soñar y compartir. Y nos queda la vida entera, porque ni rey ni roque podrá arrebatárnosla mientras dure. En ello está nuestra fuerza y la feliz esperanza de que cada día sea mejor que la noche abandonada en la almohada al amanecer.

Y viviremos amando todo lo amable que encontremos en el camino.  Esta pasión por vivir explica muchas sonrisas inexplicables, muchos temblores de almas desfavorecidas y algunas sacudidas del espíritu, injustificables para la ciencia. Sonrisas entumecidas muchas veces por noticias imprevistas que anuncian inevitables despedidas, nunca deseadas por su amargura.

Pero vivir no es sólo tener vida, como se le antoja al diccionario, tan cercana a la existencia pasiva de muchos seres formados por células muertas. Vivir es tomar del brazo a la vida y vivirla cada día, dispuestos a gozar de las felices novedades que esperan o a vencer las dificultades que aguardan su turno en la sala de espera.

Entre las esencias de la vida que nos permiten disfrutarla, os recuerdo el crotoreo de las cigüeñas en las espadañas, la alborada del sol, el aroma del pan recién horneado, la sonrisa de un niño, el azafranado color de los girasoles, el saludo del vecino, la verde copla de la hierba, el suave planear de las gaviotas, la fruta redondeada por el viento, los abrazos de bienvenida, las gotas de lluvia en los cristales, el canto de las aves al amanecer, un clavel en el ánima del fúsil y la felicidad de vivir con honradez entre tanta miseria. Incluso las lágrimas derramadas en postreros adioses, forman la sustancia de nuestra vida.

Con estas armas intentaremos derrotar la muerte aunque no lo consigamos.

Esto quería dejar escrito hoy en mi bitácora, tras recibir ayer la noticia de que un amigo de juventud se ha olvidado de vivir, dejándonos su mochila llena de esperanzas frustradas y proyectos por cumplir, en un recodo del camino.

Hasta siempre, Jesús.

 

VERSODIARIO

VERSODIARIO

Amanece cada día con incertidumbre en la jornada que espera,  circundando las adivinanzas el contorno incierto de la historia personal que a cada cual corresponde.

Al despertar de los sueños nocturnos, aguardan pacientes en la antesala del día las esperanzas diurnas, sabiendo que la nueva etapa traerá bajo del brazo novedades inesperadas, ignorados sucesos y desconocidas peripecias,  que justifican la aventura de la vida.

Quedan abandonadas en la almohada las pesadillas oníricas, y la realidad abre la ventana de cada día sin permitirnos ver más allá del paisaje que nos muestra a cada instante,  velándonos el porvenir por mucho que nos empinemos para ver qué se esconde tras la tapia del siguiente minuto.

Aunque el azar reserve a su voluntad el derecho de admisión, negando asilo a las pitonisas y ocultando a las profecías la posibilidad de anticipar el futuro, no puede evitar que cada nuevo día se acerque a nosotros portando en la solapa la primicia de un pensamiento inédito, una cábala desconocida o una rama de olivo con un verso suspendido en cada hoja, aliento de la jornada.

He abierto la jaula del invierno a mi jilguero para que vuele al encuentro del amor en primavera, pidiéndole a cambio que se acerque cada día a esta pantalla con un verso de la mano para abrir la portada diaria.

Versodiario que entregaré  complaciente al cuaderno de bitácora, hasta que el verano derrita con su ardentía estas páginas de primavera.

Dejo el primer latido:

Recuerdo, a veces,                                                                                                                              olvidando el olvido,                                                                                                                            recuerdos.                                                                                                                                              Los otros, los que olvido,                                                                                                                    cuando a veces los recuerdo                                                                                                              ignoro por qué han venido.                                                                                                                (3.4.2011)