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Si hablamos del berlinés Friedrich Wilhelm Viktor Albrecht von Hohenzollern, su nombre nada dice; si nos referimos a Guillermo II de Alemania, tampoco aclara mucho; pero si mencionamos al káiser del imperio alemán y rey de Prusia, nacido un día como hoy de 1859, que gobernó durante treinta años, desde 1888 hasta concluir la Primera Guerra Mundial en 1918, ya lo tenemos más claro.
En el aniversario de su venida al mundo, vale la pena recordar algunas ideas de este angelito manda-mandamás, como aquella pronunciada en 1915, diciendo: “Exterminad primero a los traidores ingleses y pasad sobre el despreciable pequeño ejército del general Freuch. El espíritu guerrero vive en el pueblo alemán. Es un espíritu poderoso, que le hace atacar al enemigo donde quiera que lo encuentre, sin reparar en sus fuerzas. Vosotros, mis soldados, sois mi garantía de que podré dictar la paz a los enemigos. La bondad de Dios guía al pueblo alemán hacia la victoria a través de las batallas, para que llegue a la meta señalada al pueblo alemán por la Providencia. He desenvainado la espada y no podré envainarla sin la victoria y sin el honor”.
Terminada la tragedia vemos al pobre cómico sin coloretes ni disfraces y fuera de las tablas, desempeñando el triste papel de un hombre derrotado y humillado. Pero antes, los estertores de la bestia causaron pavor entre los enemigos y propios soldados del káiser que pusieron los muertos en la tragedia.
“América haría mejor en considerar bien la guerra – dijo entonces-. No soportaré tonterías de los americanos. Mi espada destructora ha aplastado a los rusos. Dentro de poco anunciaré nuevas victorias. El drama de la guerra está llegando al fin. En una causa justa estoy dispuesto a obligarme a mí mismo a ser cruel. Y ya sólo le queda, y sería una bonita solución, que ser cruel consigo mismo.
En 1916 advirtió: “El miedo ha de llegar hasta los huesos del enemigo. Hemos tomado Bucarés. ¡Qué éxito tan magnífico ha sido alcanzado con la ayuda de Dios en el camino de completar la victoria! Alemania es invencible, a despecho del número superior de nuestros enemigos y cada día se confirma esto. Alemania conoce su poder, su fuerza y confía en la ayuda de Dios. El enemigo está defendiendo su suelo palmo a palmo. Es la resistencia de la desesperación, que ha de ser quebrantada. Toda Alemania contempla con orgullo a sus bravos hijos, cuyas hazañas, con la ayuda de Dios, serán un jalón en el camino de la victoria final”.
Ya veis, amigos, las continuas invocaciones del káiser a Dios pidiendo su ayuda y justificando la barbarie en su nombre, anticipándonos algo de lo que vino años después con el führer.
Finalmente, en 1917, afirmó: “Si el enemigo no quiere la paz, nosotros debemos traerla golpeándole con puño de hierro. Los submarinos no descansarán hasta que el enemigo haya sido batido con la ayuda de Dios. Con la ayuda de Dios, que hasta ahora nos ha protegido graciosamente, el enemigo sufrirá la derrota. Ha llevado a sus hombres a la muerte, y no cesará hasta que, agotado, tenga que rendir armas. Inglaterra es el enemigo que hay que derribar más especialmente, por difícil que ello sea. El año 1917, con sus grandes batallas, ha probado que el pueblo alemán tiene en el Señor de la Creación un aliado incondicional y fiel, en el cual puede confiar absolutamente”.