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EL ESPÍRITU DEL PALOMAR

EL ESPÍRITU DEL PALOMAR

La familia columbidae, sobre todo las palomas urbanas, andan por el suelo, aunque no falten doctrinas que las santifiquen y mantengan en vuelo permanente iluminando con lenguas de fuego las cabezas de sus seguidores.

Hay palomas “bobas” que han emigrado desde el caribe a los rancios páramos esteparios; “celebianas”, que han abandonado Indonesia y andan ahora en páginas de las hojas parroquiales abanderando celibatos, continencias y purezas carnales; “tamborileras”, pluriempleadas en manifestaciones de charanga y pandereta, que han huido del Sahara a las pancartas episcopales; y “azules”, propias de selvas tropicales que han dejado los cursos de agua natural para estancarse en las pilas bautismales.

La antipatía de muchos por las palomas se debe al carácter ácido de los excrementos que depositan donde se les antoja, dañando fachadas y puertas de acceso al buen entendimiento; obstruyendo canalones de comunicación; ensuciando la ropa limpia de los vecinos; y produciendo goteras en las Instituciones.

Además, estas aves, por muy espiritualmente santas que sean, transmiten enfermedades como la coriza, cuyo síntoma principal es la aparición de una coraza contra el sentido común, que las hace impermeables al cambio, a la innovación y al progreso. Finalmente, amigos lectores, voy a deciros que los nidos donde se reúne la familia columbidae son fuente inagotable de ácaros, piojos, pulgas y garrapatas, por lo que en algunos países está prohibido alimentarlas.

Por otra parte, la idílica imagen de las palomas volando sobre el cielo está dando paso a una realidad menos poética, pues ahora se ven más estas pícaras aves en los vertederos, que surcando el cielo. Pícaras, porque engañan; y crueles, porque no dudan en picotear el agnosticismo reinante para arrancarle a pedazos la piel.

La gran maestría que las palomas exhiben en el vuelo deja extasiados a los ingenuos, seduce a los crédulos y despista a la mayoría civilizada que no percibe la rigidez de sus plumas ni el peligro de sus puntiagudas alas, ya que pueden clavarse sin reservas en almas cándidas, tratando de confundir una realidad incuestionable.

Entre los emergentes tipos de palomas, destacan las “sombrías” y las “tridáctilas”. Unas por su permanente gesto antipático y las otras por sus tres agudas uñas, como colmillos depredadores, dispuestas a rapiñar la carroña, insectos y lombrices que la ignorancia deja como detritos en la sinrazón. Y lo más curioso: las palomas viven más tiempo el cautiverio del libro sagrado, que la libertad, porque la doctrina les ahoga el albedrío.

Son vertebrados que se vertebran en estructuras mentales anquilosadas y viven la simbiosis de los líquenes, apoyándose mutuamente para proteger sus intereses frente al enemigo común: las punzantes espinas de la incredulidad que pretenden crucificarlas en sus púas para evitar la ensoñación del milagro.

Para defenderse, las palomas excretan ideologías crepusculares sobre la fantasía de cuentos milenarios. Se arrullan, se cortejan y, tras la cúpula, hacen un vuelo conjunto de ostentación, batiendo las alas en un aplauso que sólo emociona a los beneficiarios de su apareamiento.