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RECOSTADO EN LA DESMEMORIA

RECOSTADO EN LA DESMEMORIA

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De la misma forma que mi poeta de la adolescencia no tenía explicación para sus fiebres, es difícil adivinar las razones por las que algunas veces se nos cuelan de rondón ciertos duendecillos, desempolvando recuerdos en el desván de la memoria, que nos envuelven en penosa melancolía de antigua mala historia olvidada.

Presencia sin vanagloria que reduce a un punto las profecías de bonanza, encorsetando la esperanza a lo impredecible sin premeditación alguna y tirando abajo las puertas de la desmemoria que clausuran detestables recuerdos, pretendiendo inútilmente hacer imposible la resurrección de personales historias indeseables de fracasados amores.

Recostarnos en la cara oculta de la memoria donde la negrura da paso a la desmemoria del luto, no es el mejor camino para la bonanza, porque corremos el riesgo de sufrir extrasístoles anímicas con presagio de fractura y anticipo de estéril rebeldía ante malaventuras vividas con la frustración de inevitable desconsuelo y acechanza de penumbra en el desesperanzado horizonte, por golpes de malhadado azar.

Tanta nostalgia empobrecida ha traído hoy a mi bitácora el encuentro fortuito con unas páginas perdidas entre mis papeles, escritas en el destierro vital, cuando la redención se antojaba quimera y el futuro era un punto negro que anticipaba  naufragio.

Son ellas la causa de mi pasajero abatimiento y el origen de estos versos que hoy dejo aquí abandonados, con el desprecio que se tiran a la papelera del olvido las experiencias despreciables de la vida.

Recuerdo, a veces,

olvidando el olvido,

recuerdos.

Los otros, los que olvido,

cuando a veces los recuerdo

ignoro por qué han venido.

ADOLESCENCIA

ADOLESCENCIA

Unknown

Un buen amigo me expresaba ayer su malestar con las actitudes mantenidas por su  adolescente hijo, en paso vacilante por la turbulenta “edad del pavo”, donde toman cuerpo ritos iniciáticos que sorprenden y desconciertan al aspirante que pretende seguir un atajo para hacerse hombre, sin percibir que es tarea larga, difícil y dolorosa.

Es la adolescencia un puente colgante, inestable y resbaladizo entre dos orillas de obligado tránsito, donde se balancean y tiemblan almas esperanzadas de futuro, pero inseguras, sin asidero y a merced de agitaciones internas, vientos inesperados, turbulencias vitales y tempestades anímicas.

Cobran fuerza en la adolescencia pasiones triviales y sueños prefabricados que se cuelan de rondón en la voluntad del púber, para hacerse incombustible deseo en forma de modas, ordenadores, motos, decibelios musicales y pandilla, acompañando las primeras caricias furtivas, los iniciáticos desequilibrios etílicos y la sobrevaloración del grupo.

Encerrados en desmedida soberbia, desdeñosos a los consejos, rebeldes a toda imposición y doloridos por incomprensiones incomprendidas, muestran su altanería con andares cachazudos, respuestas extemporáneas, posturas arrogantes, sobrado menosprecio y provocaciones a los adultos que más detestan, representados por padres y profesores, que les imponen disciplina familiar y académica.

Deslumbrados por el descubrimiento de su cuerpo, pretenden evitar el primer acné y las espinillas adolescentes, ignorando que el éxito y el fracaso en la vida futura se desliza en la adolescencia sobre el filo de una navaja, sin que pubescente perciba que gran parte del adulto que será, cuajará en el arcilloso molde de su adolescencia.

Hablan, opinan, juzgan, califican sin recato, critican con osadía y se mueven entre la audacia de luchar por ser adultos y el temor de llegar a serlo, sin encontrar la comprensión que esperan en los adultos porque estos han perdido la memoria de sus años adolescentes.

AMIGOS, SIN MÁS

AMIGOS, SIN MÁS

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Cuento en mi vida con la suerte de haber pasado la adolescencia con fieles compañeros del Infanta. Inolvidable camaradería aliñada con tinte fraternal, para compensar el abandono de la orfandad, la indiferencia de profesores, el mal trato de los inspectores y el luto inmerecido en manos de la peor suerte imaginable.

Cómplices de inexistentes delitos extramuros de la “tapia”. Solidarios en “burreos” a los guardianes cuando éstos se excedían sus funciones. Y amigos, siempre amigos, que serán recordados más allá de la muerte, cuando nuestros hijos los señalen en las fotos a sus nietos, diciéndoles que eran amigos del bisabuelo en el Infanta.

Inseparables yuntas en pupitre escolares de pizarrines, palilleros y plumillas. Arriesgados usurpadores de otros nombres cuando en las listas se declaraban presentes para evitar el castigo a los ausentes. Aliados de aventuras amorosas en Guetari, Consulado, La Tuna y Paraninfo, a los que entrábamos con un par de cañas de vino peleón en el cuerpo para ayudarnos a descomprimir la energía interna no se liberaba con la facilidada que predice Gibbs.

Pues bien, la vida que durante tantos años se encargó de alejarnos a unos de otros, lleva tiempo ayudándonos a recuperar el tiempo perdido dándonos la oportunidad de abrazarnos en ocasionales reuniones, que quisiéramos prolongar más allá de lo que el tiempo nos permite.

Hace unos días ocurrió un nuevo encuentro en la tierra que me acoge, donde he recibido con entrañable afecto difícil de expresar, la visita de cuatro de estos amigos, dejándome su compañía el agradable sabor de hermandad, mezclado con el placer de abrazarlos a ellos y a sus mujeres, como si el tiempo se hubiera detenido bajo la acacia del “patio central”, en las durmientes “familias”, en los balones del “campo de abajo”, en el escalón roto de la “puerta principal” o en la bondadosa acogida del “señor Puertas”.

Imborrable recuerdos de negros tiempos cuando “poliburó”, “parte”, “prepa”, “queo”, “cocleta”, “arca” y “pitraco”, eran palabras ausentes del diccionario que sólo conocíamos los internos del colpicio. Aventuras compartidas, saltos nocturnos por la ventana de la primera familia,  capones recibidos, aspirinas curatodo, pederastra incluido y las “sobrinas” del padre Esteban a quienes la naturaleza no permitió que despertaran siquiera nuestra reprimida lujuria.

De todo lo pasado hemos conversado aquí en Salamanca, pero también hemos compartido el presente, haciéndonos promesa de futuro, porque nada de los demás nos es ajeno, haciendo innecesario un juramento de sangre para saber que cada uno de nosotros está en su sitio, esperando que el otro lo reclame para acudir a su llamada.