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Quiero dejar el sentimiento que me embarga desde hace meses ante la deriva independentista que han tomado muchos ciudadanos catalanes, con más ofuscación que cordura, empeñados en un proyecto que concluirá en frustración de la mitad de sus vecinos, y una quiebra social sin precedentes, pues sea cual fuere el resultado del “plebiscito” una de las dos partes fragmentadas tendrá que lamerse las heridas.
¿De qué han hablado los líderes independentistas? Junqueras de dignidad y de dinero Mas, pero no alcanzo a ver el trato indigno por parte del resto de autonomías a Cataluña que proclama Junqueras, ni veo complicado resolver un problema económico, porque todo lo que pueda arreglarse con dinero tiene fácil solución.
Pero en ningún caso encuentro razonable que tales argumentos puedan llevar, nada menos, que a la ¡¡independencia!! catalana, salvo que el fanatismo como religión independentista de unos y la ofuscación centralista de otros, estén impidiendo el acuerdo que deseamos la mayoría, para vivir en paz en un Estado federal.
Mi experiencia durante años en la Confederación Helvética, me permitió comprobar que las profundas diferencias entre los ¡26 cantones! asentados en un territorio que tiene la misma extensión que Extremadura, no era ni es inconveniente para que se mantengan unidos porque los suizos saben que todo les irá mejor si hacen piña, en convivencia pacífica, con tres idiomas oficiales, desequilibrios económicos territoriales mayores de los que nosotros tenemos y diferencias esenciales entre los territorios alemán, francés e italiano, que conforman el país.
Esta experiencia, junto al humano afecto por esa tierra y el bloqueo intelectual provocado por mis apátridas neuronas, son las causas de mi incapacidad para comprender el anacronismo y quebranto que representa la segregación territorial catalana, en un mundo que camina hacia la integración, el interculturalismo, la globalización y el mestizaje, así como la obcecación inversa de quienes tenían que haberse sentado hace años en la mesa de negociación.
Tal incomprensión intelectual me lleva al desconcierto; y el sentimiento afectivo, al dolor, por las consecuencias de ruptura social que sufrirá esa comunidad con semejante desatino, más preocupante que todas las dificultades legales, económicas, políticas y comunitarias que esperan al pueblo catalán.
Los catalanes independentistas han de saber que la mayoría de españoles no somos jacobinos, ni nos parecemos a Wert y a todos los van de su mano, ni despreciamos sus aspiraciones, ni tenemos recelo alguno, porque nos gustaría tanto catalinizar el resto del territorio con las bondades catalanas, como españolizar a Cataluña con aquello que les sea útil a los catalanes.
Los independentistas deben saber que no se van a independizar del pequeño grupo que les ha dado la espalda durante años, sino de un pueblo formado en su inmensa mayoría por ciudadanos que aman a Cataluña y a los catalanes, que aceptan su fortaleza identitaria, que valoran su trabajo bien hecho, que agradecen su solidaridad, que admiran su capacidad de trabajo, respetan sus ideas y están dispuesto a aprender mucho de los catalanes, ofreciéndoles a cambio cuanto de ellos necesiten.
Ha llegado el momento de mejorar el autogobierno catalán, de potenciar la lengua y cultura catalanas, de aumentar el presupuesto público y de respetar el deseo identitario de los catalanes, pero no hagamos experimentos con pólvora humana, de consecuencias imprevisibles.