MILLONARIOS A COSTA DEL HAMBRE

MILLONARIOS A COSTA DEL HAMBRE

El ser humano cumple una pauta hereditaria de comportamiento, común a toda la especie, que le impulsa instintivamente a sobrevivir. Algo así como un eco ancestral irrenunciable que domina su voluntad, obligándole a satisfacerlo para mantener la vida.

Así es la supervivencia, cuyo timbre de alarma lo da el hambre avisando de la necesidad y exigiéndonos buscar alimento para saciarla, en lugares donde éste se encuentra. Circunstancia aprovechada por los aprovechados para hacerse millonarios a costa del hambre de los demás.

Y no hablo de los 925 millones de personas que no tienen nada que comer y van suplicando mendrugos de pan por las esquinas, buscando restos de comida en los contenedores, arañando raíces en la tierra o hacinándose famélicos en los campos de refugiados.

Me refiero a quienes dependemos de las 500 sociedades multinacionales que controlan el 52,8% del producto mundial bruto, que han visto incrementadas sus arcas intermediando con productos alimenticios básicos, las cuales han aumentado un 30% sus beneficios en el segundo semestre del pasado año, gracias a la especulación de sus empresas, a las cuales no ha llegado la crisis.

Multiplicación de ganancias a costa del hambre de los demás, como lo demuestra el aumento de transacciones especulativas con productos de alimentación básica, cuyo aumento entre los años 2002 y 2008, fue del 500%, inferior al incremento que tiene en la actualidad, en este mundo globalizado.

Todo ello, gracias al dominio de las políticas neoliberales que dirigen el mundo occidental, donde la solidaridad y la ética se han retirado de la escena, y los derechos sociales apenas ocupan un renglón en los libros de contabilidad.

SEXAGENARIOS

SEXAGENARIOS

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Los niños de mi generación considerábamos ancianos a quienes pasaban la frontera de los sesenta años. Y hoy, cuando mi hijo opera a una persona de setenta y cinco años con un mal diagnóstico, se lamenta porque es un paciente joven. Es decir, los ciudadanos que nos movemos por la vida con sesenta y tantos años estamos hechos unos chavalotes, según proclama Leticia. ¡Cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo!

Bien, pues aquí estamos los canosos sesentones disfrutando de nuestra segunda adolescencia, que algunos llaman sexalescencia, queriendo inútilmente desterrar del diccionario el término sexagenario, mantenido por la Academia para definirnos.

Los que pertenecemos a tan numeroso grupo de jubilados, podemos afirmar sin reserva alguna que llevamos una vida provechosa y placentera, recostados al pie del último peldaño que nos falta por subir, alcanzando la gloria de haber vivido.

Aquí estamos disfrutando del ocio, los viajes y el trabajo voluntario, lejos ya de ataduras laborales, compromisos, horarios y botas de superiores sobre la cabeza. Libres, al fin, de servidumbres profesionales, y dueños postreros de nuestras vidas, tras pasar más de tres décadas bregando por el sueldo.

Dependientes sólo de aquello que nos complace y pendientes de que los pactos de Toledo no nos expulsen de la sociedad limitada que hemos creado con quien nos ha convenido, vamos por la vida con la experiencia en bandolera, sin pensar mucho en el golpe de silencio que a todos nos espera, pasaporte con rúbrica de eternidad que nos mandará al paro definitivo.

Los ordenadores, «e-milios», teléfonos móviles, ipades, ipodes y emepetreses, han llegado a nosotros con retraso, pero sabemos competir con los jóvenes en su manejo, mientras que ellos nunca conocerán los juguetes de cuerda, las máquinas de escribir, los “capones” colegiales, el brasero de cisco, la marmita de barro, los sabañones, la lucha contra la dictadura, los “grises”, el “parte”, los guateques, el rosario en familia, los juegos callejeros, el hambre y la lucha por la supervivencia.

Los sexagenarios no envidiamos a la juventud porque la satisfacción del momento presente nos priva de la nostalgia, y el gozo de la libertad cortapisa el deseo de retorno al tiempo pasado. Es el recuerdo de los esfuerzos realizados durante muchos años y la lucha por la vida, quienes hacen imposible el deseo de volver a ellos.

Ilustrados de experiencia, sonreímos interiormente cuando el ignorante atrevimiento de los jóvenes nos da consejos, sin percibir que el camino por donde ellos van ahora perdidos, es sobradamente conocido por nosotros.

 

VENTANA AL MUNDO

VENTANA AL MUNDO

Hoy se cumplen 55 años de aquel lejano domingo 28 de octubre de 1956 cuando se encendieron las cámaras de Televisión Española para enviar las primeras imágenes a la media docena de aparatos receptores importados que había entonces España, porque los Philips, Telefunken y Grundig  iniciales no se fabricaban aquí, y sólo estaban al alcance de muy pocos afortunados.

Por eso tantas narices se pegaban a los cristales de los escaparates en las tiendas de electrodomésticos. Eran gratuitos cines mudos en las vías públicas, donde nos agrupábamos  hasta las diez de la noche, hora de recogida para oír en familia el “parte”, fraudulento y propagandístico diario hablado teledirigido desde El Pardo por la mano del dictador.

La radio permitía que cada uno permaneciéramos alrededor de la camilla, en nuestro sitio, pero con la televisión llegaron los codazos, las riñas entre hermanos por ocupar el mejor sitio permitido, se forzaron las posturas  y se cambiaron las posiciones, pero el sillón patriarcal ocupaba un lugar privilegiado.

Recordemos que la primera presentadora de éxito fue la joven, hermosa, simpática y cercana Rocío Espinosa, que se haría famosa con el nombre de  Laura Valenzuela. Digamos también a los posmodernos que en aquellos tiempos heroicos todos los programas se hacían en directo dentro de la “caja de zapatos” situada en el Paseo de la Habana.

Los aficionados al fútbol deben saber que el partido del Madrid contra la Fiorentina celebrado  en 1957 fue grabado en Florencia. Matías Prats salió del estadio a uña de caballo hasta el aeropuerto, se montó en un avión con los rollos bajo el brazo, se revelaron éstos en Madrid  y se emitió el partido por la tarde. Para que llegara el primer directo tuvimos que esperar hasta el 15 de febrero de 1959 para ver el Real Madrid – Barcelona.

La primera película emitida contaba la romántica historia de una emperatriz llamada Sissi. Y la puerta a los play-back  fue abierta en 1958, por Gustavo Pérez Puig, divulgando Zarzuelas.

Desde entonces el receptor de televisión ha ocupado un lugar privilegiado en todos los hogares españoles. Su pantalla es una ventana abierta al mundo donde la cultura tiene cada vez menos cabida, la información objetiva brilla por su ausencia, la manipulación campa por sus respetos y la basura se expande por los rincones de las casas contaminando el cerebro de muchos españoles, con un hedor a podredumbre que espanta al más común de los sentidos.

Por eso, cada día es mayor mi añoranza por aquellos magníficos programas que ocuparon mis horas juveniles frente al televisor, porque a ellos debo una parte de lo que soy. Los Balbín, Serrano, Puig y tantos otros me dejaron imborrables recuerdos de La Clave, A Fondo de 1976, Estudio-1, La Zarzuela y otros que alientan la esperanza de que algún día borren de la pantalla todo lo que ahora sobra por la deformación mental que genera.

75 AÑOS SIN LORCA

75 AÑOS SIN LORCA


Hace 75 años, la locura colectiva de un pueblo de cabreros impidió que fuera posible la esperanza en el paraje Fuente Grande, donde el encanto, la gracia, el donaire y el duende, rodaron por el suelo. En aquel lugar abandonado de temblores y sin límites esclarecidos en los desagües, fue horadada la sangre, tiñendo de amapolas el pecho y las sienes perforadas del irrepetible poeta de los gitanos.

No culpemos al viento del llanto, sino a los falangistas que abuchearon la homosexualidad del poeta en el estreno madrileño de Yerma, cuando hubiera bastado un golpe reiterado de la sed para salvar la pena de los negros que esparcieron su dolor en las calles abandonadas del Harlem neoyorquino.

El agua de los manantiales pudo disolver el plomo, pero no quiso. Pudo convencer a la tierra removida, y prefirió el sumidero. Pudo alentar la memoria y optó por la fosa común. Pudo salvar arpegios, máscaras y versos, pero consintió el fusilamiento.

Nada fue posible aquella madrugada ciega, porque el tiempo olvidó distraer las hojas del calendario y llevar, con puntos de ola,  su vida a los rascacielos en la ribera donde el Hudson sigue emborrachándose con aceite.

Nadie se esforzó por evitarlo, ni siquiera la sombra patrimonial de los gitanos fue capaz de contener la realidad desnuda en las sombras, cuando el  mundo ancestral del Sacromonte se adelantó unos pasos, en el espejo del agua, para no verse desvalido en la patena ondulante del aljibe.

Mirando ahora la Fuente, el agua moja sus manos en el polvo que perdura, sin ser el  mismo túmulo irisado de azabache suplicante que vio rodar en el barranco carcomido el arco iris, en dirección a las cloacas.

Al mismo tiempo, el roce del gatillo partió en dos la historia, entre una algarabía de grillos dispuestos a enfermar setenta y cinco años de insomnio trajeado de luto entumecido.

Ahora son los montes, el olivar y la Fuente, aquellos mismos, su territorio, pero están ciegos. Ya no hubo más luna que la inventada por el poeta, aunque él nunca supo nada del milagro, igual que un pétalo perfumado ignora quién lo huele.

El agua se hizo sangre y habitó entre nosotros, presagiando coplas en los corredores domésticos y pespunteando, con hilos de azufre, jazmines albaicineros en los orificios transeúntes por donde circulaba el plomo, antes de que todo, en el espacio, se hiciera silencio.

Porque, entre Alfácar y Víznar, no fue posible la esperanza.

LOS DIOSES NO QUIEREN MUERTOS

LOS DIOSES NO QUIEREN MUERTOS

No debemos tener escrúpulos en poner los extremismos religiosos en su sitio, por mucho que moleste a quienes se benefician de ello, ni debemos ocultar los muertos que la fe se ha llevado por delante a lo largo de la historia, sea de la cultura piadosa que sea y se encuentre en las coordenadas geográficas que se encuentren.

Algo que parecía sin futuro en las sociedades democráticas, ha cobrado en los últimos tiempos una notoriedad preocupante que, traducida en términos de violencia, podemos calificar de peligrosa.

En unos casos el ensañamiento viene firmado con sangre propia y ajena; en otros los atropellos se traducen en abusos de la ignorancia ajena. Y no faltan las manipulaciones mentales y sofismas argumentales para embaucar a ingenuos creyentes con métodos impropios del tiempo en que vivimos.

Y no hago distinciones, porque igual de inquietante resulta el fundamentalismo cristiano, el fanatismo islámico, el integrismo judío, el hinduismo radical o el budismo exaltado. Cualquier exceso en este ámbito genera desasosiego en el ciudadano neutral y crispación en los de signo opuesto.

Ya lo hemos dicho, e insistimos, en que la historia de la Humanidad es un poco la historia de las sucesivas guerras religiosas que hemos librado los humanos desde la Batalla de Puente Milvio hasta la actual guerra de guerrillas urbana, pasando por las Cruzadas, Reconquistas, Esmalcalda, Sanbartolomeses, Ochenta Años, Inquisiciones, Trenta Años y tantas otras matanzas protagonizadas por los creyentes en nombre de diferentes dioses, aunque ninguna doctrina promueva muertes, decapitaciones, inmolaciones o matanzas, sino todo lo contrario.

El Dios cristiano habla de amor sin límites; Yavé refuerza el amor al prójimo y el ¡no matarás!, por eso el saludo judío es shalom, paz; Buda decía que el odio cesa con el amor; el Dios del Corán no habla de matar, sino de compasión y buena voluntad. Por eso la verdadera voz del Islam es: Salaam Aleikum, -la paz sea contigo-, lo mismo que se desean los católicos en un momento de su liturgia eucarística.

Siendo esto así ¿por qué ha sucedido y sucede todo lo contrario?.

ESCRIBIDORES Y PSEUDOINTELECTUALES

ESCRIBIDORES Y PSEUDOINTELECTUALES

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No puede llamarse escritor a todo aquel que escribe, aunque muchos se autoproclamen escritores, sin serlo. Bien es verdad que el diccionario se empeña en decir lo contrario, estableciendo que todo ser humano que escriba, es escritor, lo haga bien o mal. Pero también es cierto que permite llamar a los malos escritores, escribidores. Pero ¿cómo debemos llamar a los buenos escritores? Nadie lo sabe.

Ante tal indefinición, resulta que todos los ciudadanos que no sean analfabetos, son escritores. ¿Os explicáis ahora por qué en los manifiestos, adhesiones, proclamas, denuncias y peticiones, aparecen tantas firmas de escritores que no pasan de ser escribidores?

Tal ambigüedad abre de par en par las puertas a copistas, escribientes, redactores, amanuenses y prosistas. Todos ellos escritores, aunque no lo sean. Por eso, para distinguir los escribidores de los otros, – pendientes de definir -, hemos optado por una solución de emergencia anticipando un adjetivo apocopado para definirlos diciendo que fulano de tal es un “buen escritor”, para distinguirlo de los escribidores. Éstos no saben jugar con las palabras para hacer con ellas obras de arte literarias que deleiten a quienes se acerquen a sus escritos. Hoy escribe todo el mundo y todos se llaman con razón – aunque les falte toda -, escritores.

Algo parecido ocurre con los intelectuales. Hay pseudointelectuales en España como para detener un tren de alta velocidad cuando galopa desbocado por los carriles de las vías férreas. Si a los falsos intelectuales les diera por jugar al corro de la patata se les quedaría pequeño el ecuador terrestre. Afortunadamente, en este ámbito se ha reservado el término sabio a los tres o cuatro que lo merecen, aunque al paso que vamos no tardarán en proliferar lumbreras de pacotilla aparentando tener el más alto grado de conocimiento, aunque en realidad sus saberes no pasen de erudiciones vulgares, al alcance de cualquier mortal. Todos ellos se colarán entre las fisuras que han dejado en los renglones del diccionario los habitantes de la casa que para ellos diseñó don Miguel Aguado, en la calle Felipe IV de Madrid. Leyendo lo que en él se dice, resulta que las listas de intelectuales que por ahí circulan son ciertas, porque todas las personas incluidas en ellas se dedican preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras. En este caso, la solución a tomar para distinguir unos de otros, es parecida a la de los escritores. Por eso, en determinados momentos cuando hablamos de intelectuales, añadimos la cualidad de veracidad a la persona concreta a quien nos referimos, diciendo que es un intelectual “de verdad”, para superar equívocos que nos lleven a incluir en ese grupo a todos los que se cuelan de rondón en él.

¿Y qué decir de los expertos? ¡Madre mía! Si éstos volaran no llegaría la radiación solar a la Tierra. Han proliferado como los procariotas, por bipartición, repartiéndose entre ellos los beneficios de las ondas  hertzianas y la radiación catódica, generando abundante desinformación, que termina normalmente con una manipulación de datos, cifras, hechos, realidades y fechas, que sólo complace a los simpatizantes  homínidos que los escuchan, miran y leen embaucados por su beocia.

Finalmente, están los opinadores. Sí. Detrás de cada español hay un perito en fútbol, economía, urbanismo, educación, medicina, alfombras orientales o punto de cruz, aunque no sepan enhebrar la aguja, ni dar una puntada. Cogiendo el rábano por las hojas y aprovechando que el río está revuelto, aquí todo el mundo quiere ser pescador.

Sin entender muy bien eso de la capacidad humana de opinión, ¡hale!, a opinar. De lo que sea. Basta darse una vuelta por bares, peluquerías, tertulias radiofónicas, blogs, mentideros y verdulerías, para comprobar esto. Todos a opinar, incluso de lo que no saben.

Esta es mi opinión, y la paradoja con que vivo a diario mis contradicciones, en una sociedad infestada de escribidores, pseudointelectuales e inexperientados, que comenzarán a aparecer en listas de listos durante la campaña electoral que se avecina.

REENCUENTRO

REENCUENTRO

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Unos se tumban en divanes de consultas psiquiátricas para  eliminar fobias del subconsciente.  Otros visitan gabinetes psicológicos para aliviar neurosis. No faltan los que pierden el tiempo buscando santeros que les ayuden a superar depresiones. Y los pecadores hacen cola en los confesonarios para limpiar su conciencia y ahuyentar malos pensamientos, aunque algunas veces sean buenos, reconfortantes y placenteros.

Yo, en cambio, cargo las pilas de la esperanza, refuerzo la energía vital y consolido la autoestima, emborrachándome de abrazos una vez al año, como hice ayer en el recinto del colpicio donde compartí la orfandad y la desgracia en mis años de mi juventud.

Amistad robustecida en fraternal encuentro, donde sólo tiene cabida el afecto y la nostalgia de un tiempo pasado que nunca fue mejor, superado por la hermandad sencilla de unos corazones ebrios de compañerismo, estancados por voluntad propia en solidaridad compartida, ajena a toda competencia y subordinación.

Allí estuvimos todos, en uno solo, sin reservas en la entrega, sin dudas en las concesiones, sin ocultar sentimientos, sin precaución en las palabras y sin desconfianza en los gestos. Simplemente emociones, fotos, recuerdos, promesas de permanencia y alguna pupila humedecida en el abrazo de despedida.

Hoy repito, mudo, los nombres, uno a uno, de los compañeros que enturbiaron sus ojos con mi pena y caminaron leguas con mi carga sobre su espalda. Hoy vienen todos a mi recuerdo con una rama de olivo en los labios anunciándome el privilegio de la amistad.

Vuelven todos recordándome las primeras experiencias furtivas, las interminables filas a la puerta de cada hora, la rebeldía balanceándose en el tablón de anuncios, cuando los “partes” no tenían otra función que anunciar el perpetuo amotinamiento de la razón contra las normas, y su derrota. Y los veo apoyados cada noche en la ventana de la esperanza luciendo un puñado de aire libre en la solapa azul.

Algún día explicaré cómo fue posible la resurrección, a pesar del empeño que ponía el recuento en saber exactamente cuántos faltaban en la lista. Pero eso será después, hoy toca bajar el calendario y comenzar a tachar los días que faltan hasta llegar a las 365 cruces necesarias para alcanzar el próximo encuentro.