GOBERNAR

GOBERNAR

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Gobernar no es tanto imponer y mandar, como guiar y llevar al pueblo de la mano hacia un futuro mejor, después que éste haya depositado su confianza en los vecinos que se ofrecen a dirigir sus vidas, presumiendo de tener la brújula que conduce a la prosperidad, el bienestar y la paz, con entendimiento, cordura y generosidad.

Gobernar es servir a la verdad evitando engaños masivos, falsas promesas, respuestas inoportunas, guiños cómplices, frases prefabricadas, órdenes de mando, consignas inaceptables, filas prietas y decisiones interesadas a favor de cuentas corrientes propias.

Gobernar exige cautela, imaginación, prudencia, verdad, sabiduría, transparencia, humildad, talento, respeto y una gran vocación de servicio público que pide renuncia a beneficios propios y sacrificio personal, compensado con el afecto de los gobernados, la gratitud de los vecinos, el reconocimiento de la historia y la presencia duradera en la memoria colectiva del pueblo y las generaciones futuras.

Gobernar es avanzar manteniendo lo que deba conservarse; promover una sociedad justa donde cada cual reciba aquello que le corresponde; proteger la salud, mejorar la educación, preservar la libertad y evitar el desempleo a golpes de crecimiento.

Para gobernar no se necesita carisma, ni buena imagen artificial, ni poses en bandolera, ni aplausos enlatados, ni seriedad de porcelana, ni secretismo oficial, ni paternalismo popular, ni sonrisas de conejo, ni demagogia populista, ni plantas trepadoras, ni peldaños humanos para pisar a los demás en el ascenso.

ALOIS ALZHEIMER

ALOIS ALZHEIMER

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No todos los investigadores tienen la suerte de que su apellido pase a la historia acompañando a la enfermedad investigada, al aparato inventado o al fármaco descubierto, como le sucedió al doctor Fleming, oculto tras la penicilina; a Tesla, escondido en las bobinas de los motores de corriente alterna; o a Watt, manipulando en el sótano la máquina de vapor para mejorar el trabajo de Newcomen.

Este no es el caso del psiquiatra y neurólogo alemán Alois Alzheimer, cuyas aportaciones sobre la demencia senil le permitieron inscribir su nombre en manuales, enciclopedias, periódicos, boletines oficiales y centros bautizados con su apellido a lo largo de todo el planeta, hasta el punto de ser más famosa la enfermedad, que el descubridor de la misma.

La “tontuna del abuelo”, que tantas veces oímos decir en nuestra infancia, para describir la desmemoria de los ancianos, el olvido de los rostros familiares, la pérdida de orientación y las actitudes extrañas de los pacientes, pasó de la jerga del pueblo a los tratados de enfermedades neurológicas, permitiéndonos el dominio de un término alemán más difícil de pronunciar que su homólogo español tradicional.

Todo comenzó un día de 1901, cuando Alois Alzheimer se acomodó frente a su paciente Auguste Deter, tras ser llevada al hospital por su marido después de observar éste durante algún tiempo comportamientos extraños en ella, como olvidar cosas, sentirse perseguida y ver objetos ocultos.

Uniéndose a la nómina de los inmortales, un día como hoy de 1915, Alois abandonó este mundo en Bratislava a la edad de 51 años, siendo llevado a la eternidad por un mal estreptococo que le contaminó la sangre, provocándole una insuficiencia renal que derivó en irregulares diástoles causantes de un ataque cardiaco irreversible para su vida.

DEVALUACIÓN MORAL

DEVALUACIÓN MORAL

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El desprecio a los valores éticos de la élite social ha propulsado a la órbita política, laboral, eclesiástica, judicial y financiera, un satélite artificial protegido exteriormente por una chapa impregnada con indeleble impunidad, tornillos desvergonzados que ajustan la codicia a los sillones y prepotente motor de mando lubricado con cinismo inoculado en las venas del tejido político.

El paso adelante dado por los granujas institucionales en los últimos tiempos presenta una grosería similar a los burdos tirones de bolso de los rateros que han perdido la blancura de guante que tenían en otro tiempo los carteristas, porque el sonrojo que sentían los antiguos corruptos en épocas recientes, se ha tornado en prepotente e insultante desvergüenza en los actuales.

Los vigentes dogmas morales decretados por los enviciados con sus bulas politicales, les permiten insultar al pueblo con descaro, pervertir la democracia, contaminar la justicia, mercenariar servicios, incumplir promesas, conculcar leyes, mentir sin inmutarse, secuestrar libertades y amordazar bocas.

Condenadas al olvido en el sótano oscuro de las galeras, reman inútilmente a contracorriente, aquellos valores que vivificaron la sociedad en tiempos de sequía, cuando al amparo de la solidaridad se cobijaba el honor, la verdad, el sacrificio, la resiliencia, el respeto, la generosidad, el perdón, la honestidad, el desprendimiento, la educación y la responsabilidad.

El temor al instinto depredador de los felinos rectores, se ha tornado en pánico en las chabolas hacia los decretos exterminadores promulgados por creyentes católicos ante los reclinatorios eclesiásticos, conculcando el mandato evangélico de amar al prójimo, liberar la pobreza y condenar al rico, entre golpes de pecho y sobredimensionados ojos de aguja, para que ellos mismos quepan por el falso orificio de la salvación que no llegará jamás a sus almas.

AGGIORNAMENTO DEL PAPA FRANCISCO

AGGIORNAMENTO DEL PAPA FRANCISCO

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El bondadoso papa Juan popularizó el término italiano aggiornamento al convocar el Concilio Vaticano II, expresando así su deseo de actualizar la iglesia como objetivo fundamental de aquella gran asamblea católica, para adaptarla a las exigencias de los tiempos que corrían.

Tal proyecto no fue posible porque las reformas afectaron solamente a cuestiones menores de carácter ritual, estético y formal, relacionadas con la liturgia y la pastoral, como fue poner al oficiante eucarístico de cara a los fieles, celebrar los actos religiosos en la lengua oficial de cada país, vestir a los curas de paisano, incrementar la participación de los fieles en la liturgia y pocas cosas más.

Los cambios esenciales no llegaron porque la Iglesia mantuvo los dogmas en su sitio y la doctrina intocable, permaneciendo alejados de la realidad que pretendían adaptar. Algo que continuará si el papa Francisco no lo remedia, revisando dogmas, actualizando doctrina, alejando la Iglesia del poder y acercándola a los pobres.

En varias ocasiones ha pedido la Iglesia perdón por los errores cometidos en el pasado, pero como la jerarquía persista en mantener dogmas seculares, enroscarse en la doctrina, negarse a dar testimonio de pobreza, oponerse al control de la natalidad, defender el celibato sacerdotal, alejar a la mujer de mitras y casullas, condenar la homosexualidad y negar a los seglares el protagonismo litúrgico, dentro de unos años se arrepentirá y tendrá que solicitar de nuevo perdón por sus errores.

EL SER HUMANO

EL SER HUMANO

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El oficio más antiguo que existe no es el de ramerío sino el de ejercer como ser humano, algo que no se hace por voluntad propia, sino impuesto por deseo de los progenitores que deciden traer al mundo descendientes, para complacerse en los sucesores y prolongar la especie humana.

El ser humano es un extraño omnívoro, travestido del mono, algo trastocado, bastante trastornado y muy deformado. Perecedero sin redención, bípedo contingente, codicioso insaciable, mártir de sí mismo, soberbio con la naturaleza, inquilino de la Tierra, presunto omnisapiente, náufrago en la vida y cuadrúpedo mental que tropieza cien veces con la misma piedra.

Ejecutor de tareas básicas comunes a otros seres celulares, nace, crece, se reproduce, muere, desaparece y es olvidado, por mucho que pretenda alojarse en la memoria generaciones posteriores y hacerse eternamente perdurable en ficticios paraísos celestiales de felicidad perpetua.

El ser humano viaja sin sexo definido con su eterna insatisfacción sobre los hombros, curioseando por los escaparates en busca de la eterna juventud y la vida perdurable en la pasajera existencia, oponiéndose al inútilmente al ineluctable destino que le espera.

Camina perdido en soledad, sin brújula vital que le oriente, con careta de júbilo para ahuyentar temores y buscando asidero en la prisa de cada día, pretendiendo lograr su particular carpe diem en la agitación que esteriliza el proyecto de regresar a la paz amparadora del vientre materno, donde la sangre nutre la esperanza del renacimiento.

Ignorante de su procedencia y su destino, el ser humano es ajeno a su eventualidad, íntegramente perfectible, genéticamente contradictorio, autocoronado rey del universo con aspiraciones divinas y ambición de eternidad, ignorando que su extinción beneficiaría a la propia especie y al resto de seres vivos, como testifican las guerras y el deterioro de la naturaleza que provoca con sus acciones.

INCOMUNICACIÓN

INCOMUNICACIÓN

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Nunca hemos estado más incomunicados que en esta era de la comunicación, donde el bombardeo de la información destruye la palabra, el exceso de noticias impide la interiorización, lo urgente desplaza lo importante, la pugna aleja el entendimiento, los señuelos confunden a ingenuos navegantes y la prisa por llegar nos impide deleitarnos la belleza del camino.

Sabemos que una persona ha sido atropellada en Manhattan pero la aspiración de las colmenas urbanas nos impide conocer la muerte de un vecino. Viajamos en la pantalla virtual al encuentro del más lejano ciudadano del mundo, pero no intercambiamos palabras con el compañero de trabajo. Compartimos mantel con amigos sin mediar confidencias amistosas porque el móvil exige conversar artificialmente con los ausentes.

Los pormenores de la vida se han dispersado al soplo indiferente de aconteceres ajenos a nuestra existencia, consiguiendo alejar nostálgicos paseos amanecidos, lunas compartidas en dulces noches de insomnio, placenteras confidencias en los atardeceres y saludos esperanzados al amanecer.

Vivimos encapuchados en la cercanía del contacto y abiertos en el anonimato de la distancia a personas desconocidas que nos buscan como bisutería de escaparate, sin el compromiso vital que exige la fraternidad cercana, transformando la convivencia en amontonamiento vecinal.

El deseo de saberlo todo nos lleva a ignorar lo importante, y la pretensión de estar en todas partes, nos impide llegar donde se nos espera. Hasta Dios afónico guarda su palabra cansado de gritar sin que nadie le escuche, porque la fraternidad ha quedado petrificada en el silencio agitado de la prisa, incapaz de rescatar el azahar de la nieve para matrimoniar voces confidentes de amores y dolores perdidos en las tajuelas embriagadas de humo familiar junto a la chimenea doméstica.

SERVIDUMBRE DEL MORBO

SERVIDUMBRE DEL MORBO

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Leo con estupor que la “Princesa del pueblo” se ha travestido en escritora de éxito según Wikipedia, aprovechando su elemental educación, vulgar dicción, grosera expresión, escueto vocabulario, deficiente cultura y dificultad lectora, llegando a liderar la lista de libros más vendidos, con una obra de cuyo nombre yo tampoco quiero acordarme.

Es difícil pensar que los miles de lectores de las páginas redactadas por esta escribidora, lo hagan para deleitarse con su manejo del lenguaje, recrear el espíritu con sus descripciones narrativas o disfrutar con la originalidad del argumento, porque nadie puede dar lo que no tiene, y a esta mujer le falta sabiduría y le sobra desparpajo.

¿Qué ofrece, pues, el libro de “La Esteban”? Sin ánimo de ofender a los responsables de Espasa, ni al prologuista-entrevistador Izaguirre, ni a la protagonista, ni siquiera a San Judas que la resucitó a la vida, el libro de “La de San Blas” no ofrece sino morbo a los lectores aficionados a insultos, gritos, soecidades, llanto, amenazas y uñas afiladas.

Esta famosilla, cuyo mérito en la vida ha sido tener un hijo de soltera con un torero, ha tenido a bien seguir los consejos de su representante, apoyarse en los amigos “salvadores” y dejarse empujar por la familia, para tomar su telenovelada vida por bandera y lanzarse a las estanterías, recordando a los morbosos su origen humilde, su lucha, su embarazo por un hombre rico, los desprecios sufridos, su drogadicción y la amenaza de muerte por su hija.

Este icono postmoderno de la España morbosa, negra, profunda, cutre y zafia, se embolsa miles de euros por cada sonido gutural que emite sin vergüenza en los platós televisivos comerciales, asegurando que está “de puta madre”, mientras llama “cabronazo” al yerno real y afirmando por sus “cojones” que los españoles saben hacer el amor, siendo los periodistas de la prensa rosa “unos hijos de…”, porque a ella le sale “del potorro o del chichi lavado en el bidel, ¿vale?”.