NO TENGO SALVACIÓN
Estamos en adviento, tiempo de reflexión y perdón, incluso para quienes no tenemos redención, por mucho que encendamos estos días una vela como símbolo de amor, paz, tolerancia y fe, como yo hago cada adviento desde que en Zurich me enseñaron a hacerlo, sin aspirar al perdón que no merezco por mis pecados.
Si el catecismo no miente, la Iglesia es infalible, el Papa está libre de error y la Ley de Dios es código de obligado cumplimiento, sé que mi destino es el infierno, por la eternidad de eternidades, amén Jesús.
Digo esto porque yo amo a mi familia y amigos más que a Dios. Prefiero escribir, pintar, pelotear al golf y jugar al mus, antes que amar a Dios sobre estas cosas.
No he tomado el nombre de Dios en vano, ni con razón alguna, ni sin ella, ni a capricho, porque nunca lo he puesto como testigo.
No guardo para Dios las fiestas de guardar, ni voy a misa, ni practico deberes religiosos, ni veo procesiones, ni adoro imágenes, ni acudo a templos.
Tampoco he honrado a mis padres como manda Dios en sus mandamientos, – ni los he deshonrado, claro -, porque ni siquiera llegué a conocerlos.
Matar, lo que se dice matar, no he matado a nadie. Pero he faltado a tal mandamiento con el deseo, porque hubiera fumigado a matarifes, inquisidores, cínicos y corruptos.
En mi época de estudiante, cuando con mi trabajo acabé la Universidad, robé libros de bibliotecas y librerías para subsistir intelectualmente y me fui sin pagar una pensión.
En cuanto al fornicio, ha sido mi mayor pecado, del que no estoy arrepentido, aunque ahora pase lo que pasa en cuanto se pasa la raya vital que no se desea pasar.
He mentido, claro, como todos, pero bastante menos que los evangelistas, los santos, los ángeles, los cardenales, los obispos, los párrocos, los coadjutores y los seminaristas.
Confieso haber deseado muchas mujeres de mis prójimos, cuando su talento, simpatía y belleza, han merecido mi aprecio.
Pero nunca he codiciado bienes ajenos porque la envidia no forma parte de mis múltiples defectos.