LA SAL DE LA LIBERTAD
Cuando Mahatma Gandhi se puso en 1930 al frente de la marcha de la sal, las ironías, desprecios y burlas de los periódicos hindúes redactados en inglés, fueron unánimes, porque los británicos habían prohibido a los nativos consumir su propia sal, a pesar de ser mejor y más barata que la importada de Liverpool.
Pero aquel hombre diminuto, delgado y miope, que semidesnudo caminaba apoyado en un bastón, inició su andadura hacia el mar con un pequeño grupo de peregrinos al que se fueron añadiendo miles de ellos, en tan sufrida, valiente y arriesgada caminata.
Cuando llegaron al mar tras un mes de marcha, cada uno de ellos cogió testimonialmente un puñado de sal con la única intención de violar la ley, en un acto de desobediencia civil contra el imperio británico, que condujo finalmente a la independencia de la India en 1947, aunque en aquel intento muchos insumisos cayeron ametrallados por fusiles ingleses y más de cien mil acabaron en las cárceles.
El poder siempre ha temido y condenado la desobediencia civil porque su aparición lo aniquila, pero cuando el desprecio y la hambruna llaman a la puerta solo cabe la rebeldía.