La dolorosa entrevista radiofónica a un grupo de ancianos en una residencia, me obliga a pensar que mi generación hizo débiles y egoístas a sus hijos por resolverles todo, no enseñarles a luchar, esforzarse y renunciar. Y ellos no aprendieron a ser generosos, solidarios y sacrificados, a pesar del ejemplo recibido. Tampoco a ser cuidadosos, agradecidos y respetuosos con la generación que está llegando a la estación término.
Una vez más he comprobado que la soberbia conduce al egotismo, a la falta de autocrítica, el endiosamiento, la altanería, el dogmatismo, la intolerancia, el desprecio a los demás, la ofensa gratuita y – en casos de patológica inflamación aguda- los secuestros emocionales que genera la prepotencia pueden llegar a la venganza, sin que los tóxicos sujetos que padecen tan grave dolencia moral sean conscientes del hedor que despide su alma.
A pesar de los pesares, de las piedras en el camino, de los tropezones, las caídas, los desánimos, las frustraciones, dolores y decepciones, siempre hay una voz que nos anima, un gesto que nos ayuda, una mano que nos levanta, una esperanza inesperada, una sonrisa alegre, un proyecto ilusionante, un deleitoso poema, una vela en la oscuridad, un beso seductor y un pétalo dispuesto a aromatizarnos cuando alguien remueve el estercolero.
Un hogar no se construye con arcilla, piedra caliza, hierro forjado, madera y bassanita, sino con ladrillos de esfuerzo compartido, cemento solidario, ventanas de libertad, techo sostenido entre todos y puertas abiertas a un amor duradero alimentado diariamente con miguitas de tolerancia, respeto, comprensión, perdón y potitos de generosidad que ayuden a superar diferencias, problemas y sinsabores.
Tras escuchar las palabras enlagrimadas de una amiga, compruebo que cuando el desamor llega de puntillas y sin previo aviso, entonces sabotea el bienestar con espinas en la mano; ocupa distraídamente todo el espacio interior; cierra las puertas por dentro; clausura las ventanas; abre rendijas al insomnio; sella los respiraderos; paraliza la voluntad; ennegrece el futuro; nubla la vista; y pone vertical la vida de quien se mantiene en el amor.
No comparto que al jefe y al cliente haya que darles siempre la razón, aunque no la tengan. Pero menos acepto a las personas que se consideran siempre en posesión de la verdad absoluta, que jamás reconocen sus errores, ni hacen autocrítica, ni se disculpan, porque el síndrome de Hubris que padecen les lleva a un ego enfermizo y al desprecio de las opiniones ajenas.
OTOÑO
Tempraneando ayer por la ribera del río, vi al otoño desnudando la chopera mientras volaban al sur las aves, estornudaba el campo las primeras setas, se alcoholizaba la flor del vino en las bodegas, campanilleaban los higos y trepaba la yedra envuelta en musgo silencioso al compás titilante de las gotas de rocío en las junqueras, sin percibir el letargo silencioso de la niebla adormecida en la nostalgia del verano.