APEGOS, PEGAR, PAGAR

APEGOS, PEGAR, PAGAR

Me siento apegado a vosotros, lectores, por la vinculación afectiva que se está creando entre nosotros con vocación duradera, por medio de una interacción recíproca y sincera, cuyo objetivo básico es apegarnos como lapas a la amistad que nos sustenta. Además, todos los habitantes de esta casa estamos apegados a la cultura, nos inclinamos por los más débiles, apostamos por la igualdad de oportunidades y practicamos la solidaridad.

Pero no quiero hablar de estos nobles apegos, sino de ciertos pegamentos que nada tienen que ver con tan preciadas querencias. Me refiero a codiciosos vínculos, más profanos que sagrados, y más caducos que perennes, que son muy rentables para quienes aspiran a fortificar su vida con eurípides, blindar su poder con guillotinas y manejar tarjetas de platino que pagamos los sufridos contribuyentes.

A-pegar es la expresión que domina y orienta la vida pública en estos pagos, donde los profesionales de la política se pegan entre ellos para no despegarse del poder, al que llevan pegados desde que se inventó un misterioso pegamento político, conocido sólo por los privilegiados que están apegados a él.

Este término se ha puesto de moda en las organizaciones políticas, donde todos pegan carteles electorales, pegándose por conseguir el mejor espacio para sus pegatinas. Y pegándose por pegarse a los sillones con tal fuerza que algunos pegamoides llevan soldados a ellos ¡desde 1982!, pegándose una buena vida, sin que los correligionarios les pongan ninguna pega, para evitar que les peguen una bofetada política y queden  despegados para siempre del poder.

Y poned mucha atención a las vocales, porque no es igual pegar que pagar, ni pagador que pegador. Entre los políticos hay más pegadores, que pagadores. Bueno, es que no existen pagadores en ese mundo de cobradores. Cobradores de prebendas, privilegios, favores y …euribores, claro. No conozco actores políticos que no se peguen la vida padre a costa de
los demás. Debéis saber que todos los apegados al poder están bien pegados y mejor pagados. Y es que tenemos demasiados padres de la patria, ignorando que nos gustaría ser huérfanos totales de tan putativos progenitores.

Ciertos expertos en pegadas nos invitan ¡aaaa-pegaaaaaaar!, como si se tratara de un juego, sin medir bien las consecuencias de tales agresiones. Otros, en cambio, practican entontecedores y pegadizos sonsonetes, hasta que consiguen despegar a los adversarios del banco azul. Ahora andan ocupados en pegar los pedazos desperdigados de España que, al parecer, algunos están despegando con uñas separatistas. En cambio, mantienen pegados a la foto familiar a todos los disidentes internos para evitar huecos en la cartulina por donde se les vayan las artificiales lealtades y falsas unanimidades.

Los más apegados envían a los despegados a-pegar pasquines y a-pegar-se entre ellos mientras distribuyen pegatinas anónimas por los buzones, dejando por el camino colgajos, que ficticios cirujanos pegan para ocultar los jirones despegados de la piel sacrificada del chivo que ¿ha salvado? el pellejo del gran pagador.

Mirad, el secreto mejor guardado en los partidos políticos es la fórmula mágica del pegamento que mantiene a los poseedores de tan preciosa pócima pegados a los sillones, por muy fuerte que pegue el viento sobre las nalgas y espaldas pegadas a los asientos y respaldos del poder. Por eso, los más apegados a privilegios ocultan celosamente el tubo de pegamento para que ninguno otro pueda utilizarlo. Entre estos guardianes custodios de las esencias del poder se encuentran ciertos izquierdosos que van de pega, simulando ficticias actitudes solidarias que resultan sospechosas, porque les gusta más el pesebre solitario que compartir mesa con los pegajosos recién llegados.  De esta forma hacen bueno el final del cuento, en el que ellos  – los apegados, claro -,  siguen pegados a la vaca muy felices, pegándole al resto con los huesos en las narices.

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