NO ME QUEDAN VESTIDURAS QUE RASGAR
La pérdida de los derechos sociales conquistados tras muchos años de luchas y desvelos, obliga a recomenzar de nuevo el camino hacia la recuperación de lo perdido, aunque en ello dejemos juventud y canas en la gatera.
“Hemos vuelto al siglo XVIII”, me decía mi querido Juan con la indignación propia de quien está siendo testigo en primera línea del abuso y desprecio de una minoritaria clase dominante, que amenaza con devastar todo lo que se encuentra a su paso, como caballo de Atila disfrazado de pervertida democracia.
Al hijo de Juan nada le vale el título universitario que tiene para que le obliguen a perforar el suelo con un martillo neumático abriendo una zanja que nada tiene que ver con el oficio para el que le han contratado. O que le reconozca el patrón que tiene derecho a 15 días de vacaciones, pero que si los toma no vuelva por la oficina.
Peor beneficio ha tenido su mujer, licenciada en medicina, a quien le han aplicado al pie de la letra la reforma laboral, enviándola al paro de la noche a la mañana, sin indemnización alguna y después de llevar 23 años resolviendo los problemas sanitarios de la empresa propietaria de un borracho, al que tuvo que atender muchas veces para aliviarle la embriaguez crónica que padecía.
Triste estampa que hoy denuncio indignado en mi bitácora, convencido que cualquiera de los lectores podría referir casos semejantes de amigos o familiares que están pasando por situaciones análogas, sin rodearse el cuerpo de cartuchos y abrazar a los responsables de su desgracia, antes de explosionarlos, porque el cariño y apoyo de familiares y amigos amortigua la tragedia que les ha tocado vivir, sin tener culpa alguna en la desgracia.
Un comentario en «NO ME QUEDAN VESTIDURAS QUE RASGAR»
La clase media debe morir ahogada, ya que dentro de ella se agrupan las personas que tienen algo que decir en contra de la oligarquía favorecida y los políticos a sueldo.
Estamos la época, en la cual se agudiza un sentimiento trágico de la vida y no debemos dejarnos influenciar por los canticos de una sociedad medio adormecida por el llamado estado del bienestar.