INSOLIDARIAS JORNADAS
El señor Barriocanal, – director financiero de la JMJC (Jornada Mundial de la Juventud Católica) -, afirma graciosamente que el evento “no costará ni un euro al Estado”, porque los ¡50 millones de euros! que la fiesta propagandística se llevará por delante en cinco días, serán pagados por los alegres “peregrinos” que asistan al evento, las empresas patrocinadoras del mismo y los donativos particulares de personas no menesterosas.
Parece claro que el pensamiento único del gestor económico, le impide ver la realidad de unos hechos incuestionables, mal interpretados por él sin intención alguna, que exigen las matizaciones correspondientes, sin ánimo de criticar a la confesión religiosa convocante.
Cierto es que el Estado no se va a gastar ni un céntimo en el festejo porque éste sólo es una entelequia pobre de solemnidad, formada por el conjunto de órganos de gobierno de un país soberano, que se limita a administrar lo que recibe de los ciudadanos. Es decir, que sería más correcto decir que los contribuyentes no van a pagar ni una “perra chica” en la propaganda católica que actualmente tiene bloqueados los medios de comunicación.
Pero, aún expresándose así, el señor Barriocanal estaría faltando a la verdad porque las concesiones y los servicios que nuestros representantes políticos han puesto a disposición de la Iglesia católica, organizadora del acontecimiento, no son gratuitos aunque su cálculo sea imposible. Tal es el caso de la seguridad, las obras de acondicionamiento y posterior desacondicionamiento, la cesión de espacios libres y locales, los ventajosos precios del transporte, las reducciones impositivas y tantas otras concesiones que cuestan mucho, pero que mucho dinero a los ciudadanos, aunque los organizadores hablen sin pudor del gran negocio que se va a hacer quienes están sobrados de beneficios.
No pretendo responder al señor barriocanal como hizo Gonzalo de Córdoba con el rey Fernando, porque los euros que cuesta el dolor de los hambrientos al contemplar ese despilfarro, la indignación de los “indignados”, la impotencia de los parados, el llanto de los desfavorecidos y la humillación de los pobres, no tiene precio ni hay máquina registradora capaz de sumar la cantidad que representa.
Debe saber el director financiero de la católica manifestación que el problema no está en quién financie semejante exceso, ni si el Estado va a pagar mucho o poco por ello. No. Lo indecente es que en un evento propagandístico de tal magnitud, la iglesia de los pobres y desheredados de la fortuna, dilapide ¡50 millones de euros! en publicidad, en vez de remangarse y luchar en el fango por la liberación de los oprimidos. Esto es lo penoso.
Ese es el debate y no otro. Eso es lo detestable y no el diseño de las mochilas o los rollos de papel higiénico blancoamarillento que van a ser arrojados desde balcones por donde la crisis no ha pasado, como no pasó la plaga bíblica por las casas de quienes habían pintado el dintel de su puerta con sangre de cordero.
Lo triste es que las viviendas de politiqueros, banqueros, especuladeros y ladrilleros, ajenos a la brutal crisis que padecemos, no estén estigmatizadas con sangre de animal, sino de humano, y que las jerarquías eclesiásticas vayan paseándose a hombros de fieles privilegiados por esos mundos de Dios, mientras la otra iglesia, la profética, la evangélica carnal, se vaya dejando la piel por el mundo redimiendo la pobreza y compartiendo la miseria con los hijos de Dios que abandona en la cuneta la insolidaridad de una iglesia de púrpura, festejo y pandereta.