No comparto que al jefe y al cliente haya que darles siempre la razón, aunque no la tengan. Pero menos acepto a las personas que se consideran siempre en posesión de la verdad absoluta, que jamás reconocen sus errores, ni hacen autocrítica, ni se disculpan, porque el síndrome de Hubris que padecen les lleva a un ego enfermizo y al desprecio de las opiniones ajenas.