Cuando lo imprevisible da paso al amor inesperado; cuando la vida cotidiana se hace aventura amorosa; cuando lo natural se desnaturaliza; y cuando la desesperanza recobra la esperanza, no queda otra opción que responsabilizar al amor de la mudanza, culpar del entrañamiento al azar, abrazar lo inesperado, complacerse en el encuentro, ajustarse los crampones y caminar junto a la persona encontrada vida arriba hacia la felicidad que espera.
Una flor obligada a sobrevivir en un jarrón anticipa en los pétalos su ajamiento; un jilguero cantando en la jaula, mensajea con su trino el deseo de liberación; y una persona prendida con imperdible bendición y lazo de firma a otra persona sin desearlo ya por desenamoramiento, acaba dolorida, deshabitada y sin vida propia si no se desprende del prendimiento.
Huyen emigrantes sureños hacia opulentas y sobradas tierras prometidas del norte, con la cruz a cuestas, un martillo en la mano derecha y clavos en la izquierda, crucificándose para intentar salir de la pobreza que los aniquila, entre peligros imprevistos, ríos turbulentos, mares agitados, calurosos desiertos y concertinas aceradas, para salir del hambre, la pobreza, el desprecio y la soledad.