LA SONRISA DE ARTUR MAS
Hay personas con sonrisa permanente que inspiran confianza, producen bienestar, reparten humor y provocan nuevas sonrisas. Pero hay muecas parecidas a sonrisas que pueden confundir a los ingenuos, seducidos por el visaje de un tahúr que no se guarda las cartas en la manga, sino detrás de una inquietante sonrisa.
Al primer grupo pertenecen todos los amigos que tengo en Cataluña y el resto de catalanes que se esfuerzan cada día por hacer grande su país, a pesar de los políticos que dirigen sus destinos, como don Artur Mas, cuyo eterno estiramiento de labios forma parte del segundo grupo de aspavientos, dejando claro que nada queda claro detrás de la sonrisa, porque sus arqueadas cejas la contradicen y su mirada no presagia nada bueno.
La sonrisa de Artur Mas nos recuerda al detestable profesor que esbozaba ese mismo gesto antes de castigarnos; al capitán de la compañía que sonreía de igual forma cuando nos arrestaba en el cuarto de banderas; y al trilero que se ríe de los incautos antes de timarlos y dejarlos sin un duro en el bolsillo.
La permanente sonrisa de Artur Mas inspira más dudas que seguridades; alienta más incertidumbres que certezas; produce más desconfianza que verdad; genera más inquietud que templanza; origina más recelo que confianza; provoca más sospechas que evidencias; y suscita el miedo propio de quien tiene poder sin talento para ejercerlo.
Esto deben pensar el 1.653.409 de catalanes ganadores de las elecciones, aunque la sonrisa de Artur Mas los desprecie sin olimpismo alguno por formar parte del olvidado colectivo de ciudadanos que militan en la abstención y el voto en blanco, nunca tenidos en cuenta en los procesos electorales.