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Día: 21 de abril de 2012

NO CABE RESIGNACIÓN

NO CABE RESIGNACIÓN

Lo único que justifica la brutalidad de una guerra son las consecuencias que se derivan de ella. Me refiero a que el hambre, la miseria y la ruina, son consecuencias lógicas de una guerra. Detestables, sí; pero secuelas inevitables de la repugnante dialéctica irracional y exterminadora de la guerra.

Pero la pobreza que ahoga hoy el alma de millones de ciudadanos no es consecuencia de una guerra, sino del abuso, incompetencia, avaricia, insolidaridad y engaño, del selecto grupo de privilegiados que sobrevuela por encima de la desdicha colectiva.

Trágico desequilibrio en la balanza de bienestar social que exige corrección inmediata poniendo en el plato menos favorecido el peso de la fuerza que da la unidad de todos los que apenas tienen un mendrugo que llevarse a la boca, mientras los responsables de la quiebra siguen brindando con Moet Chandon en la cubierta de los barcos de recreo.

No cabe impunidad para los culpables de la tragedia por mucho que quieran convencernos de la necesidad de arruinarnos cada día más, mientras ellos están al abrigo de la intemperie, sin oír el castañeo de la necesidad.

No cabe el olvido para los despilfarradores del erario público que han gastado nuestro dinero en obras faraónicas multimillonarias, sin pies ni cabeza, para satisfacer una enfermiza megalomanía.

No cabe el indulto para quienes han metido mano en la caja común, llevándose en bolsas de plástico lo que a otros pertenece, por mucho que sus mercenarios pretendan inmolarse ante ellos por un plato de lentejas.

No cabe la amnistía fiscal para los defraudadores que toman piña colada en paraísos fiscales, mientras sus vecinos hacen cola en las agencias tributarias para sufragar los servicios públicos que aprovechan los estafadores.

Urge un nuevo proceso de Nuremberg donde veamos sentados en el banquillo a banqueros insaciables en su voracidad, a especuladores sin escrúpulos, a ladrones de guante blanco y a políticos inmovilizados con sueldos milenarios, que miran con envidia a los usureros que niegan el pan y la sal a quienes no tienen siquiera un terrón de azúcar para endulzar sus pesares.