INSULTOS POLÍTICOS
Vamos directamente al grano: ni España se desmorona, ni es comparable con Sodoma y Gomorra, ni los cuatro jinetes del Apocalipsis se han apostado en los puntos cardinales del país a la espera de una orden divina para lanzar el ataque definitivo que nos aniquile a todos de un plumazo. Nada de eso es verdad, a pesar de los esfuerzos que hacen algunos por acongojar a quienes les escuchan. Tranquilos, que la realidad sólo llega al gris oscuro.
Ocurre, simplemente, que los políticos van por caminos que nada tienen que ver con las rutas que seguimos los ciudadanos. Eso explica los excesos verbales de ambas cuadrillas y los insultos que mutuamente se propinan. Mirad, si hiciéramos caso a las descalificaciones que se hacen unos a otros nos uniríamos los ciudadanos para acabar definitivamente con ellos. Pero como sabemos que todo pertenece al teatro público, pues nada, ni vemos, ni oímos, ni compartimos, aunque la gran mayoría, callamos.
Las acusaciones mutuas de mentirosos son tan frecuentes que de ser ciertas estaríamos en manos de dos pandillas de cínicos de diverso color y pelaje. Cuando unos tildan a los otros de irresponsables y éstos les responden llamándoles ineptos, no debemos concluir que estamos rodeados de irresponsables ineptos. Y si un alto dirigente acusa a otro del bando contrario de pirómano político y éste responde llamándole borracho, tampoco debemos pensar que hemos puesto la antorcha en manos de un borracho al frente del polvorín autonómico.
La guinda a tanto piropo la puso un diputado cuando le gritó a otro del partido contrario “¡cállate cabrón!”, durante un debate parlamentario, obligándonos a pensar en una oscura competencia para ver quien insulta más y mejor, en el menor tiempo y con mayor eficacia. Esa es la forma que tienen de dirimir sus diferencias. ¡Ah! luego nadie tiene culpa de nada, porque unos responsabilizan a los otros de la situación para garantizar el mal entendimiento.
También se califican mutuamente de farsantes, autoritarios, antidemócratas, cobardes, antipatróticos, expoliadores, sinvergüenzas, traidores y de otras lindeces por el estilo, que de ser ciertas, imaginaos en manos de quienes estaríamos.
No contentos con insultarse entre ellos, algún incontrolado se acuerda de nosotros y nos llama miserables, mientras otro califica como “tonto del culo”, a un periodista incómodo, y se queda tan contento. Son así.
Pero no hay que dar importancia a estas perlas. Los ciudadanos somos bastante más sensatos y prudentes que estos dirigentes, elegidos por nosotros entre los que nos ofrecen los partidos, como mal menor, porque no tenemos otros.