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Día: 30 de abril de 2011

PERIOCISTAS

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PERIOCISTAS

Podemos estar de acuerdo en calificar de escritor/a a toda persona escribe, – aunque muchas de ellas merecerían ser llamadas escribidoras -, porque no existe titulación alguna para actividad tan estimulante y digna.

Pero esto no ocurre con el periodismo, cuyos titulados soportan estoicamente un intrusismo profesional desconocido en otros oficios, viendo como se autocalifican de periodistas personas que no han pisado las aulas, y otras con diplomas universitarios que nada tienen que ver con el periodismo, aunque ejerzan dignamente su trabajo.

Pero no es a estos honrados entrometidos a quienes voy a referirme, sino a los periocistas. Es decir, a los desvergonzados suplantadores de verdaderos periodistas, acrediten o no la titulación exigida para ejercer tan noble ocupación, ya que para desgracia de todos tienen en sus manos un micrófono, una pantalla o una página, desde donde clavan rejones a la sensibilidad y cultura de propios y extraños.

Me refiero a quienes desde la tribuna pontifican con ignorancia, insultan sin reparos, desprecian a disidentes, pervierten argumentos, condenan el pensamiento divergente y ocultan información que no beneficie a sus patrones y/o a ellos mismos, con un descaro que espanta y una impunidad que irrita.

Hablo de los “creadores de opinión” que agitan los peores sentimientos en televidentes, oyentes y lectores, sin tomar nota de las consecuencias que esto tiene para la convivencia social, porque cuando se calienta la sangre de un fanático es difícil encontrar un extintor que apague el fuego fatuo que se propaga entre las cisuras cerebrales por donde circula el éter del resentimiento, la frustración y la venganza.

Aludo a quienes patrocinan y dirigen programas donde los argumentos de los contertulios son silenciados por las interrupciones continuas de los periocistas que comparten la mesa, impidiendo que los adversarios expongan sus razones. Programas donde el grito cobra fuerza de persuasión y el desprecio a otras ideas y opiniones es norma de conducta.

A estos fascistas de nuevo cuño me refiero, y a cuantos los sustentan, porque en una sociedad democrática, que presume de culta y civilizada,  no tienen cabida las soflamas, los libelos, las descalificaciones, los insultos, las injurias, los engaños, las manipulaciones informativas, el cinismo y todo aquello que dificulta el entendimiento, aunque resulte imposible llegar a él, porque no todo vale, a costa de nada.

En su particular cruzada contra el infiel, estos “pequeños talibanes de sacristía” no reparan en gastos y tiran por la ventana todo lo que les estorba, aunque se trate de la dignidad de las personas y de su honor, con una falta de vergüenza que avergüenza, ensartando el estoque hasta la bola, sin valorar las graves consecuencias que sus soflamas pueden tener, al no dejar títere con cabeza que no piense como ellos.