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CENTRÉMONOS

CENTRÉMONOS

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Algún fenómeno inexplicable de mecánica circular le ha sucedido a los partidos políticos que todos giran al centro en cuanto vislumbran la posibilidad de ocupar sillones institucionales, siguiendo los pasos de la extinta Unión de Centro Democrático, la vieja Democracia Cristiana o desaparecido Centro Democrático y Social, por citar tres precedentes cercanos del centrismo español.

Así, tenemos al Partido Popular – heredero directo de los tres citados -alardeando de ocupar por vocación natural y méritos propios, el centro-derecha de la política española, sin explicarnos dónde han ido a parar todos los partidos de extrema derecha aparentemente desaparecidos, ni justificar la política de derechas que aplica.

Igualmente le ocurre al socialismo desde su renacimiento en 1979, girando al centro con apellido de izquierda y movimientos cinético-sociales semejantes a los ciclones que se desplazan a bajas presiones populares hasta diluirse, cuando las corrientes turbillonarias se convierten en pacíficos flujos laminares, sin pisar los adoquines donde brotan las revoluciones que caminan con rudimentarios garrotes hacia palacios, parlamentos y consejos de administración.

La naciente agrupación ciudadana de Ciudadanos que ambiciona sentar las posaderas en aterciopeladas poltronas públicas, reitera cada día de campaña su empeño en convencernos de su genuino pedigrí centrista, alejado de los extremos y combativo con hipotéticos partidos radicales de uno y otro signo.

La ciclogénesis social de cambio climático político anunciada por los «poderosos» que coreaban consignas revolucionarias, ha quedado en apacible tormenta veraniega al verse cerca de las cúpulas institucionales descafeinando su proyecto inicial con digodiegos, en preocupante desconcierto, aspirando a un descaste que los ha encastado.

Tal vez, todo comenzó con la sesentona “gauche divine” de la pana y la descamisa, que se transformó en “gauche de vino” o “de whisky”, según los casos, centrando, contaminando, durmiendo y abandonando la ideología revolucionaria por la andorga, en un disfrazado camaleonismo, sin que muchos ciudadanos percibieran su cambio de su piel.

Pero a los izquierdistas decepcionados les queda la opción de buscar alguna oportunidad en el Registro de Partidos Políticos de noviembre de 1992, entre quienes aglutinaron la Plataforma Cívica que obtuvo los siete millones de votos antimilitaristas, estimulantes para el cuervo ingenuo.

JOSEP PLA

JOSEP PLA

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imagesHace estos días treinta y dos años que un intelectual agriescritor catalán, periodista campesino español, humilde ciudadano y sencillo vecino palafrugellense, dejó su vida abandonada en Llufríu, junto a las treinta mil páginas escritas en los ochenta y cuatro años de vida que pasó modernizando la lengua catalana y describiendo paisajes, costumbres y tradiciones de la tierra.

Los artículos de Josep Pla son historia viva del siglo XX y sus obras le han consagrado como el escritor más importante de la prosa catalana, destacando como su principal virtud literaria la de ser el mejor cazador de adjetivos de nuestra literatura, porque el éxito literario consiste para este payés en poner detrás de cada sustantivo el adjetivo exacto, siempre difícil de encontrar, que Josep conseguía fácilmente mientras liaba cigarrillos de “caldo”, que fumaba sin cesar.

Cercano escritor que opuso la literatura realista a la imaginativa, luchando contra la estética barata y el idealismo de bisutería, considerando un camelo la erudición y el abuso de citas, Josep Pla escribió toda su obra a mano, gran parte de ella a lápiz, en horas nocturnas y asomado al fuego de su chimenea rural, alimentando la idea de la eterna insatisfacción española, hermanada con la envidia, que nos priva de la felicidad que deseamos.

Lector de Pascal, Montaigne, Tolstoy y Goethe. Bebedor de whisky y soltero empedernido, opinaba este sabio payés que el fracasó de la República fue debido a la prisa que se dieron los gobiernos por reformar aspectos esenciales y tradicionales de la sociedad española, como fue la modificación en pocos meses la posición de la Iglesia, la reconversión de los latifundios y la liquidación del militarismo.

El único miedo que tuvo Josep Pla fue caer en el ridículo, como le sucedía a los innumerables paveros que pastaban en España, poderosos personajillos envidiosos, prepotentes, ignorantes y presumidos, que vivían alejados de los ciudadanos en las poltronas políticas, despreciables para este singular intelectual catalán que le hubiera gustado ser campesino en lugar de escritor.