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ENTRE ALFÁCAR Y VÍZNAR NO FUE POSIBLE LA ESPERANZA

ENTRE ALFÁCAR Y VÍZNAR NO FUE POSIBLE LA ESPERANZA

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Un día como ayer de 1936 los gitanos encendieron sus velas en las cuevas del Sacromonte para iluminar el camino a la eternidad que debía seguir el poeta romancero de venturas y desventuras, consolando la orfandad gitana en las sombras del amargo rasgueo de la guitarra.

La locura colectiva de un incivil pueblo de cabreros llevó a Lorca a Granada, y la dementalidad de un grupo de carneros sin seso y sobrados de sexo, apretó el gatillo de madrugada haciendo que el duende rodara por el suelo para hacer savia de olivo la sangre de poeta.

Fue Lorca poeta en Nueva York, dramaturgo en casa de Bernarda Alba, pianista en la residencia de estudiantes, redentor de la incultura por vocación, jurista destogado y montura de los cuatro muleros, que viajaba en una Barraca por los pueblos de España llevando a las plazas públicas obras clásicas de la dramaturgia española.

El cedista Ruiz Alonso delató al poeta para que entre Víznar y Alfacar los rebeldes le dieran “café”, mucho “café”, la madrugada del 18 de agosto de 1936, junto a Galindo, Arcolla y Galadí, en la Fuente Grande. Luego confirmaría Machado que el crimen fue en Granada y su novio, el escritor Juan Ramírez de Lucas, nos entregaría la última carta del poeta.

Encanto, gracia, donaire y duende, rodaron por el suelo horadando la sangre los desagües y tiñendo de rojo el blanco pecho de las amapolas. Pero no culpemos al viento del llanto, sino a los falangistas que abuchearon la homosexualidad del poeta en el estreno madrileño de Yerma, cuando hubiera bastado un golpe reiterado de la sed para salvar la pena de los negros que esparcieron su dolor en las calles abandonadas del Harlem neoyorquino.

El agua de los manantiales pudo disolver el plomo, pero no quiso. Pudo convencer a la tierra removida, y prefirió el sumidero. Pudo alentar la memoria y optó por la fosa común. Pudo salvar arpegios, máscaras y versos, pero consintió el fusilamiento.

No fue posible el indulto en aquella madrugada ciega, porque el tiempo olvidó distraer las hojas del calendario y coser con puntos de ola su vida a los rascacielos en la ribera donde el Hudson sigue emborrachándose con aceite.

Ahora son los montes, el olivar y la Fuente, aquellos mismos, su territorio, pero están ciegos, pero desde entonces no hubo más luna que la inventada por el poeta, aunque él nunca supo nada de su milagro, igual que un pétalo perfumado ignora quién lo huele.

El agua de la Fuente se hizo sangre y habita entre nosotros, presagiando coplas en los corredores domésticos y pespunteando con hilos de azufre jazmines albaicineros en los orificios transeúntes por donde circulaba el plomo, antes de que todo, en el espacio, se hiciera silencio.

Porque, entre Alfácar y Víznar, no fue posible la esperanza.

25 DE JUNIO

25 DE JUNIO

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Federico nos recuerda en su romancero que un día como hoy le dijeron a el Amargo:  “Ya puedes cortar, si gustas, las adelfas de tu patio. Pinta una cruz en la puerta y pon tu nombre debajo, porque cicutas y ortigas nacerán en tu costado
 y agujas de cal mojada
 te morderán los zapatos. 
Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados,
 donde los bueyes del agua 
beben los juncos soñando.
 Pide luces y campanas.
 Aprende a cruzar las manos 
y gusta los aires fríos 
de metales y peñascos. 
Porque dentro de dos meses 
yacerás amortajado”.

Esto escribía García Lorca, dedicándoselo a su enamorado Emilio Aladrén, cuando rompió las relaciones sentimentales con el escultor, en vísperas de su viaje a Nueva York, donde escribió su mejor poemario mientras compartía jornadas de amor con el poeta vermontés Philip Cummings, en una casa a orillas del lago Eden.

Profeta Federico y poeta Lorca, que anticipó al Amargo su muerte y enterramiento con ortigas en el costado de la tumba abandonada donde quedarían sus restos, sin prevenir que su propio cuerpo permanecería eternamente errante sin paradero, ni tumba, ni cruz, ni nombre debajo.

De mi visita al barranco de Víznar conservo como una reliquia encristalada en mi biblioteca, una ramita de olivo con olor a despedida, latido de dolor creciente y fatiga inconsolable por el esfuerzo baldío de retroceder en la historia a la noche del 17 de agosto en La Colonia.

ENTRE VÍZNAR Y ALFACAR NO FUE POSIBLE LA ESPERANZA

ENTRE VÍZNAR Y ALFACAR NO FUE POSIBLE LA ESPERANZA

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El 18 de agosto de 1936 los gitanos encendieron sus velas en las cuevas del Sacromonte para iluminar el camino a la eternidad que debía seguir el poeta que romanceó las venturas y desventuras de su raza, consolando la orfandad gitana en las sombras del amargo rasgueo de la guitarra.

La demencia colectiva de una guerra incivil  llevó a Lorca a Granada, y la dementalidad de un carnero sin seso y sobrado de sexo, apretó el gatillo haciendo que el duende rodara por el suelo para hacer savia de olivo su sangre de poeta.

Federico fue poeta en Nueva York, dramaturgo en casa de Bernarda Alba, pianista en la residencia de estudiantes, redentor de la incultura por vocación, jurista destogado y compañero de los cuatro muleros, que viajaba en una Barraca por los pueblos de España llevando a las plazas públicas obras clásicas de la dramaturgia española.

Sin filiación política, tuvo amigos enlazados entre Fernando de los Ríos y José Antonio Primo de Rivera, con quien cenaba los viernes, ocultándose de curiosos para evitar ser vistos juntos, algo que no impidió la denuncia del cedista Ruiz Alonso delatándole como espía ruso para que entre Víznar y Alfacar le dieran “café”, mucho “café” a las 4:45 h de la madrugada del 18 de agosto, junto a Galindo, Arcolla y Galadí, junto a la Fuente Grande.

Luego confirmó don Antonio que el crimen fue en Granada y su novio, el escritor Juan Ramírez de Lucas, nos entregó la última carta del poeta.

Y EN ESO, LLEGÓ EL POETA

Y EN ESO, LLEGÓ EL POETA

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Mientras Estados Unidos declaraba la guerra a España por el hundimiento del Maine, Emilio Aguinaldo proclamaba la independencia de Filipinas, España perdía Cuba, madame Curie descubría el radio, se desperezaba la Generación del 98 y un eclipse de luna ensombrecía la noche, nacía el 5 de junio de 1898 en la calle Trinidad de Fuente Vaqueros, un pueblecito de la vega granadina, el primer hijo de la maestra Vicenta Lorca y el rico hacendado Federico García, siendo bautizado el niño seis días más tarde en la iglesia parroquial del pueblo con el nombre de Federico del Sagrado Corazón de Jesús.

La casa donde nació el pequeño era grande, pesada, majestuosa en su vejez…. Tenía un escudo en el portalón y unas rejas que sonaban a campanas cuando las golpeaba con una barra de hierro, simulando su sonar tocar a fuego, a muerto y a bautizos, para aquel niño físicamente débil y precoz para la música, pues antes de hablar ya tarareaba canciones populares, que abrirían las puertas a los gitanos antes de bañar su homosexualidad en el Hudson neoyorquino, habitar la Casa de Bernarda Alba y asistir a su propia boda de sangre con la barbarie de un fusilamiento en un barranco de Víznar.

Hoy celebramos el 115 aniversario de su llegada a este mundo impreciso que vagabundea sin atreverse a dar cobijo a la palabra, doblar el infinito, poner vertical el horizonte, rescatar el duende cautivo en los versos del poeta y la fuerza de su “Público”, que agonizó antes de haber nacido, sin ser estimado ni comprendido por los que niegan la revolución que esas páginas sueltas llevaron al teatro.

Lorca dio vida, durante su vida, a gitanos y jacintos, redimió suspiros peregrinos en los ríos de la vega, salvó del olvido los versos, rescató el himno, recogió el trigo, perfumó el tomillo, nos alivió el camino y alimentó con su sangre los olivos.