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WOJTYLAMANÍA

WOJTYLAMANÍA

(A Carmen, atea seguidora del Karol, que me pide un recuerdo al beato)

Hay comportamientos de ciudadanos ateos o agnósticos difíciles de comprender y otros con fácil acceso al entendimiento, como es el caso del afecto y simpatía manifestado por algunos descreídos hacia el papa polaco recientemente beatificado, por los firmes  valores humanos que representaba.

Para honrar esas virtudes humanas y sociales algunos fueron al Vaticano el día de la coronación. No a rezar, no; sino a rendir homenaje a la honestidad, generosidad, sacrificio y lucha por la solidaridad, la libertad y la paz, que llevó a cabo el reverendo Karol en su larga vida, como mensajero incansable de la paz.

Hasta Roma fueron a pisar el mármol Vaticano de Carrara con esa intención muchos escepticos, perdidos entre casullas, bonetes y tocas; dormitando en las escalinatas; bebiendo agua samaritana en las colas; y detrás de las columnas barrocas de Bernini, reivindicando silenciosamente la supuesta integridad personal del Pontífice que se fue.

Gran parte de los que allí se reunieron no buscaban al Papa, ni al padre, ni al abuelo, sino al líder sin fisuras ni atisbo de corrupción aparente. Aplaudieron al paradigma de la ética, al referente moral, al soñador del amor fraterno y al defensor de la igualdad. En una palabra, se reunieron allí con la esperanza de mantener el espíritu de un tío legal, como dicen ahora los jóvenes.

No obstante,  sobraban algunos de los que allí estaban. Pero es que el protocolo no conoce virtud, amigo. Es juego de diplomacia o, si prefieres, hipocresía legalizada. Penoso espectáculo de bisutería el que dieron ciertos políticos, arrodillándose para la fotografía. No debemos hacernos ilusiones de que vayan a seguir el honesto ejemplo del beatificado, porque los valores defendidos por el jefe católico, nada tienen que ver con los de algunos enlutados, compungidos y teatrales dirigentes del mundo mundial. Ya sabéis, una cosa es predicar y otra dar trigo.

Tampoco extraña que el Vicario ya fallecido haya cautivado a muchos jóvenes con fuerza, aunque no pisen las iglesias ni practiquen seculares ritos religiosos, porque eso no les importa. Los miles de jóvenes que congrega por el mundo su  recuerdo, quedaron seducidos con la frescura del personaje, con su alegría, su entrega y su desinterés. Sintonizaron con él, porque los chavales son así. Luego, con el paso de los años, la vida se encargará de llevarlos por otros caminos menos románticos.

Pero la Iglesia no debe crearse la falsa expectativa de un renacer espontáneo y milagroso de la fe religiosa en los descreídos, porque se trata de una reivindicación masiva de ciertos valores que la sociedad ha ido relegando poco a poco, al ritmo que ha marcado la economía y la política, porque la gente empieza a cansarse de sacralizar incompetentes, por el saldo de su cuenta corriente. Los ciudadanos están hartos de líderes de pacotilla. De representantes de la nada. De dirigentes del tres al cuarto que sólo buscan un pesebre donde apacentar y un sillón donde asentarse. Por eso hemos de cambiar el “tanto tienes, tanto vales”, por el “tanto vales, tanto tienes”. Y tendremos que decirle a más de uno que no vale nada por mucho que tenga.

A la globalización, cuyo líder es el dinero, Wojtyla opuso la paz y la solidaridad, como bienes fundamentales, y el pueblo lo hizo su líder, nombrándole guía del común destino de mil doscientos millones de católicos a los que se añadieron muchos millones más, que miran de tejas abajo, pero que comparten su “comunismo”. Por eso más de una vez he hablado de los cristianos ateos que van por un mundo paralelo a los reclinatorios sin contaminarse de casullas ni cuentos escatológicos.

El mérito del aquel pastor consistió en hacer atractiva la honradez; dignificar la decencia; enaltecer los derechos humanos; y consagrar la libertad. Fue la voz de los sin voz y el pacifista más revolucionario. Con ese equipaje a la espalda se ha convertido en un referente moral y un modelo a seguir, paradigma de todas las virtudes que han huido de
los despachos políticos, financieros y empresariales.

En él cristalizaron los valores que hacen más habitable la tierra. Y su muerte provocó la sintonía emocional de los millones de personas que estaban con él, traducida en una catarsis colectiva purificadora que a todos hermanó el día de su muerte, en momentos  de exaltación colectiva, sin atragantarse con publicidades católicas.

A nadie importó su fundamentalismo interno, su conservadurismo teológico, su dogmática
ortodoxia, su defensa del celibato y su condena de la eutanasia, el preservativo y el aborto. Él sí que ha dejado todo atado y bien atado. Basta echar un vistazo a cuerpo cardenalicio. Pero los ciudadanos se han fijado más en su lucha por la igualdad social, por la defensa de los débiles y por lograr un mundo más justo. Parece claro que en sus contradicciones la gente ha optado por entregarse al Papa comprometido con el mundo, más que al Papa tridentino en sus ideas. El pueblo ha preferido ver muros por el suelo, más dogmas en los altares; ha preferido la paz, a la ortodoxia; y los derechos humanos de la gente a los derechos de sus clérigos.

La historia nos dirá si fue un mago de la demagogia, un encantador de ingenuos, un visionario de la fantasía, un embaucador de crédulos, o el líder carismático que ahora muchos creen que ha sido. Confiemos que las asociaciones pacifistas, los “indignados”, las ONGs, las agrupaciones vecinales o los movimientos antiglobalización, por ejemplo, nos den un líder similar, porque en los partidos políticos no vamos a encontrarlo.