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ANCIANOS

ANCIANOS

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A la ancianidad llegaremos todos los que estamos a la puerta y los que vienen de camino hacia nosotros, si antes no pagamos con la vida la posibilidad de arribar a ese espacio despojado, en el que la vida ha dado de sí todo lo impredecible en la juventud y la aventura de la existencia se hace cada vez más ciertamente profética.

La sociedad camina ruidosa y despreocupada por la vida, arrinconando a quienes hicieron posible que llegáramos donde ahora estamos, agrupando en la sala de espera de la estación terminal a los ancianos que esperan su turno para coger el tren a la eternidad, con el billete en la mano, la resignación en el alma, sin equipaje y con los bolsillos vacíos.

Piden los ancianos ligereza a la muerte, pero se aferran con sus escasas fuerzas a la vida porque han adquirido la dulce costumbre de vivir a pesar del abandono, desvalimiento y olvido que acompaña la soledad, el desamparo y la decepción con que recorren los últimos pasos antes de que caiga el telón, mientras censuran al guionista por descubrirles tarde y a destiempo que “envejecer y morir es el único argumento de la obra”.

El vértigo que ciega este mundo, impide recordar que todas las culturas se dejaron llevar por la sabiduría de los ancianos, atendiendo sus consejos, aprovechando su experiencia y respetando sus palabras, conscientes que portaban una erudición imposible de encontrar en las páginas de los libros.

Dejemos, pues, hacer a los ancianos lo que nadie puede hacer por ellos. Recuperémoslos de los sótanos donde están confinados. Beneficiémonos de su sabiduría. Aprovechémonos de su experiencia. Amémoslos y desterremos la gerontofobia dominante, si queremos conquistar el futuro.

PLACERES OLVIDADOS

PLACERES OLVIDADOS

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                                                                                    A los amigos de mi generación, con afecto.

El progreso nos ha traído confort y longevidad, pero se ha llevado por delante pequeños placeres olvidados, imposibles de recuperar, por mucho empeño que pongamos en conseguirlo, pues las llaves que abren el cofre donde se revitalizan los recuerdos se han perdido en el fondo marino de la historia.

Sorprende que en esta era de la comunicación social domine la incomunicación personal, reine el silencio más absoluto en las distancias cortas y miremos con prevención al vecino, mientras caminamos perdidos entre la muchedumbre como fantasmas solitarios, acosados por una gentío que vuela a velocidad de vértigo hacia la nada buscando el arca perdida de la felicidad, sin detenerse a contemplar una flor, dibujar una sonrisa, recrearse en la luz, acariciar el viento y redoblar la canción, recuperando la vocación de ser cada cual.

Lejos queda el placer olvidado que reportaban las complacientes pequeñeces vitales que llegaban envueltas en pétalos de amapolas y violetas silvestres, a ritmo de campana y titilante lamparilla, versos de la vida escritos con pluma de ave humedecida en lágrimas de felicidad compartida.

Lejos quedan los sabores perdidos de vendimias otoñales y primaveral fruta fresca, cuando las uvas hacían el milagro del vino familiar y los tomates, fresas, melocotones y ciruelas, sabían a lo que eran, sin contaminaciones con fertilizantes, insecticidas y pesticidas que adulteraran aromas y sensaciones en el paladar.

Lejos quedan los complacientes pucheros familiares cocinados con mimo, a fuego lento y carbón vegetal, apacentados con agua de manantiales naturales que llegaba a la mesa con la frescura otorgada por el botijo, acompañando la olla común el pan candeal recién horneado al calor doméstico.

Lejos quedan las tertulias nocturnas al fresco en las puertas de las casas, redentoras de la calima veraniega, donde se congregaban los vecinos a conversar y compartir la vida, mientras los chiquillos jugaban al escondite, compartían comba con las niñas y correteaban sin peligro por las callejas.

Lejos quedan las invernales reuniones familiares en torno al brasero cisco, oyendo silbar el viento en la ventana y compartiendo alegrías, dolores, consejos, esperanzas y proyectos. Entrañable diálogo, conversación abierta y vínculo robado al trajín de la jornada, compartido por padres, hermanos y abuelos sobre un hule con sabor a confidencia.