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INFELIZ ANIVERSARIO

INFELIZ ANIVERSARIO

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Durante los años de mi infancia y juventud estuvimos obligados a recordar y celebrar el «Día de la victoria», algo que nunca debió ser recordado ni celebrado, porque el 1 de abril de 1939 concluyó una salvaje guerra civil entre vecinos, provocada desde los despachos como todas las guerras, sin contar con quienes pusieron los muertos.

Ese mismo día comenzó la más duradera dictadura militar en España, que tuvo fragmentado el país durante décadas entre vencedores y vencidos, padeciendo los segundos dolores semejantes a los primeros, porque nada hay más triste que una batalla ganada con sangre derramada de los que conviven juntos.

Recordamos el último parte de guerra de aquella barbarie, firmado por el “generalísimo” con su puño y letra en el Cuartel General, anunciando que el ejército “rojo” había sido cautivo y desarmado por las tropas “nacionales”, patrimonializando con orgullo una victoria de la que todo ser vivo con un mínimo sentimiento fraternal se avergonzaría, y cualquier católico evangélico con obligación de amar a sus semejantes, condenaría tal “cruzada”.

Obligados a recordar esa victoriosa victoria durante tantos años, es bueno recordarla hoy para que nunca más vuelva a repetirse semejante disparate ni reproducirse una matanza entre amigos de ciudad, pueblo o barrio, porque esta proximidad y conocimiento personal de los matarifes por ambos bandos, añade un detestable plus de vecindad a toda locura guerrera.

JORGE GUILLÉN

JORGE GUILLÉN

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Hace hoy treinta y un años que Jorge Guillén nos dejó abandonados al pairo de su Cántico, dejándonos versos del más puro laconismo impregnado de esperanza, para contrariar a los pesimistas versificadores de posguerra, desalentado por la quiebra moral y social que dejó la barbarie en las almas de vencedores y vencidos.

Se fue Jorge Guillén en silencio, ensartando crespones azules en el horizonte del mediterráneo malagueño, sin dar tiempo a que despertaran las mimosas anhelantes de la primavera y dejando en la patena del mar la aflicción del destierro y toda la esperanza abandonada en el pasillo dolorido de sus versos esenciales.

Se fue sin bendiciones, ni cruces, ni responsos, llevándose la indulgencia del agnosticismo en su bondad plena, mientras un coro de voces populares entonaba el Cántico en la noche malagueña, con luna nueva y la certeza del mar haciendo un espacio en el horizonte a este hombre enamorado.

Le oímos un día condenar la guerra incivil y declarar con rabia que matar a otro hombre no era un acto patriótico, sino un gesto de cobardía. También le oímos decir que estaban contados sus días, la víspera de morir.