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LA CARRERA DE DON TANCREDO

LA CARRERA DE DON TANCREDO

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Don Tancredo López se anunciaba como “fascinador ilusionista de toros bravos” en los carteles publicitarios de 1901, famoso personaje de temerario valor que conseguía llenar las plazas de toros plantándose inmóvil ante la cara de un bravo cornúpeta, antes de que los toreros lancearan, banderillearan y estoquearan al cuatreño.

El día que hoy recordamos, esperó nuestro héroe en el callejón a que se despejara el albero y los areneros colocaran en el centro del ruedo, frente a la puerta de toriles, el blanco pedestal correspondiente, al que se subió orgulloso y ceremonialmente el “rey del valor”.

Una vez en lo alto de la tarima, saludó al público que llenaba la plaza, brindándole  la suerte que iba a ejecutar, antes de cubrirse el rostro con una careta blanca y hacer la señal convenida al torilero Albarrán, quien descorrió el cerrojo de chiqueros y abrió el portón de los sustos por donde salió al galope el morlaco “Sacristán” con el número 14 en el costillar, llevado allí cansado de pastar en la finca de Víctor Biecinto, dirigiéndose a don Tancredo con un bufido que silenció los tendidos.

Se acercó el toro jabonero, sucio, corto y apretado de cornamenta al inmóvil temerario, olfateándole con el hocico la cintura, para después girar a su espalda y observarlo atentamente por la espalda, cuando los espectadores comenzaron a aplaudir entusiasmados asustando a la res que envistió al pedestal, obligando a salir corriendo a don Tancredo delante del toro, salvándole de la cornada los peones que arrojaron sus capotes a la cara del animal, permitiendo a la estatua humana saltar la barrera y salir luego al ruedo para recibir la ovación correspondiente, con vuelta al ruedo incluida.

A los tancredos políticos no les ocurre esto porque nadie les aplaude por quedarse inmóviles frente a los problemas, como mérito para salir luego en las fotografías de los carteles electorales.

HIJOS ASILVESTRADOS DE PADRES DESPREOCUPADOS

HIJOS ASILVESTRADOS DE PADRES DESPREOCUPADOS

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Con respeto y delicadeza, invitó el propietario de un bar a un grupo despreocupado de padres a que abandonaran el recinto donde cerveceaban, porque sus asilvestrados hijos molestaban al resto de clientes con sus gritos, disputas, galopadas, llantos y alborotos,

La expulsión del local, provocó el enfado de los papás que se fueron airados y con cajas destempladas, sin comprender lo que entendería cualquier bípedo racional con el mínimo sentido para darse cuenta que la libertad de cada cual no puede sobrepasar la linde del vecino.

Como sufridor de tal circunstancia y testigo de otras parecidas, entre las que se cuentan el atropello con un carro guiado por un niño en el supermercado que casi deja sin tobillo a una señora, o el balonazo que recibió un caballero que estaba sentado en una terraza de verano, propinado por un niño que jugaba al fútbol entre las mesas, me autorizan a dejar en esta página dos reflexiones:

Las normas son expresiones coactivas justificadas por el valor que las sustenta, siendo en este caso la convivencia social el soporte de la norma, primando el cumplimiento de la misma con el razonamiento y la persuasión hasta donde sea posible, tratando de evitar el conductismo para evitar comportamientos socialmente indeseables.

Por otro lado, los irresponsables pequeños vándalos que van atropellando derechos ajenos en lugares públicos no tienen otra culpa que la de ser hijos de sus padres, máximos responsables de la educación moral, cívica, intelectual y social de los hijos, a quienes la ley nada les exige al respecto.

CONCIENCIA Y ESPÍRITU

CONCIENCIA Y ESPÍRITU

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La conciencia es activa, íntima y personal con acceso exclusivo a cada cual, pues tiene reservado el derecho de admisión, para evitar que otras personas conozcan las bondades y malicias que guardamos privadamente en el espíritu que nos define, accesible solo a nosotros mismos.

En cambio, el espíritu es un principio generador, esencial y sustantivo de la personalidad que nos vigoriza, alienta y fortifica en las acciones, dándonos el ánimo, ingenio y valor necesarios para realizarlas.

Tanto una como otro tienen números gramaticales para distinguir la singularidad de sus límites individuales de la plural amplitud derivada de generalizar ambas actitudes a los seres humanos, sin que ello signifique interferencia alguna con las opciones personales.

Así, la conciencia colectiva se relaciona con la opinión general que cristaliza en los medios de comunicación y da vida a la historia de los pueblos, aunque no se vea reflejada en los libros de texto, ocupados estos en destacar la vida y milagros de personajes que han pasado metiendo bulla en la historia.

En cambio, el común espíritu colectivo es más intenso, profundo, sentido y duradero, pues afecta a la vida de los pueblos, conservando en su seno los sentimientos, costumbres, tradiciones y valores compartidos, fortalecedores de experiencias participadas y compromisos eternos con las virtudes sustentadas por el colectivo que las comparte.

Saber cual es la conciencia y el espíritu del pueblo español, dará muchas explicaciones a la situación actual, aunque nos avergüence un poco.

EL VALOR DE LUCHAR

EL VALOR DE LUCHAR

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No hay desventura invencible, ni desgracia duradera, ni contratiempo prematuro, ni fatalidad irredimible que perduren en el tiempo, si alzamos el espíritu por encima de toda calamidad imaginable con el ánimo en bandolera, pues el malhadado azar que conduce a un aciago destino, rinde su poder ante la fuerza de voluntad que enarbola la bandera de lucha por conseguir lo imposible para ganar la vida.

Cuando la vida se empeña en mostrar el azogue opaco de los espejos, no queda otro remedio al infortunio sino romperlos a golpes de voluntad para conquistar el futuro.

Cuando no se tiene escalera para ascender en la vida donde otros llegan remontados con soplos de amistad, hay que hacer de la constancia un taburete y empinarse sobre él.

Cuando la suerte da la espalda a la fortuna y el futuro se oscurece hasta hacerse un punto negro en el destino, hay que mirar de frente al infortunio y obligarle a dar la cara.

Cuando la esperanza es una puerta sin mañana, hay que tirarla abajo con empeño para abrir un camino al porvenir descerrajando los candados blindados por la desgracia.

Y si el destino mantiene fija su mirada en un punto venidero inalcanzable, hay que poner el valor en pie de guerra, fortalecer la voluntad, golpear con sacrificios, apelar a renuncias y perseverar en el empeño de la victoria, para redimir la adversidad de la inmerecida desgracia y prematura desdicha.

IGUALAR A LA BAJA

IGUALAR A LA BAJA

Estamos donde estamos, sin comerlo ni beberlo, por voluntad de quienes nos han empujado al hondón del pozo, mientras ellos se asoman sonrientes al brocal para ver como desaparecemos de la superficie, sin posibilidades de salir a flote pues los que tendrían que reflotarnos carecen del talento, valor y honradez que se necesita para ello.

Es el precio que pagamos por sostener con nuestros votos un sistema caduco donde predomina los sinvergüenzas que tienen la desvergüenza de ocupar portadas de periódicos y carteles electorales, mientras nosotros pastamos adormecidos y a la intemperie en esta decrépita pseudodemocracia.

La decadencia de la vida pública española tiene mucho que ver con la falta de ciudadanos honrados y capacitados para ocupar cargos representativos, ya que los partidos políticos han apostado por la incondicional fidelidad partidista, considerando que administran una finca privada y no el territorio común de cuarenta millones de ciudadanos.

En ese afán dominante han igualado a los cargos públicos por abajo, según el diminuto rasero de familiares, amigos y militantes que se arrastran por el suelo suplicando un sillón que llevarse a las nalgas, sin apartar de sus dientes el carnet del partido.

Esto es lo que pasa cuando se pone un país en manos de políticos desvalidos y desvaídos, permitiéndoles acomodar mediocres posaderas de personas incompetentes y sin escrúpulos en rentables poltronas institucionales, haciendo de la piel de toro un trapo raído e inservible.

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

Durante los cuarenta años de falsa paz impuesta por la dictadura, a los militares jóvenes descendientes de quienes combatieron a bayoneta calada en las trincheras de Brunete y del Ebro, – que no habían participado en guerra alguna -, se les «suponía el valor» en su hoja de servicios. Hoy los militares profesionales de todos los ejércitos parecen acreditar el valor con su presencia en  “guerras pacíficas” donde algunos pierden la vida.

Pero las guerras no hacen valerosas a las personas que en ella participan, siendo así que un ciudadano pacifista puede ser más valiente que otro belicista. Quiero decir que el valor no se adquiere en las guerras ni en academias militares, ni es patrimonio de los ejércitos profesionales. Un pueblo levantado en armas civiles tiene más valor que un ejercito con armas de guerra.

La técnica militar y la disciplina cuartelera no hacen a las personas más valientes que la entereza civil, siendo así que defiende mejor su independencia un pueblo libre sin capacidad de ataque, que otro armado carente de valor cívico, como le sucedió a los atenienses, hoy en desgracia.

Considero al valor cívico como verdadero valor y virtud del pueblo. Pueden los militares poner a prueba su arrojo en la guerra, pero el valor cívico que lleva a la rebeldía y a la revolución, tiene más fortaleza que el de los vehículos blindados y armas de larga distancia.

En los cuarteles no se enseña valor, sino disciplina, subordinación y obediencia. Y el valor militar no consiste en acudir a una guerra, sino en tener valor civil para evitarla. Por eso los conflictos bélicos me parecen actos de cobardía. Y por eso, igualmente, me parecen muy cobardes los caudillos que envían ciudadanos al matadero.

El valor militar se acredita con heridas, mutilaciones y muertes, haciendo a los soldados héroes a la fuerza. En cambio, el valor cívico consiste en dar la vida por la patria sin hacer que el enemigo la dé por la suya. El valor cívico consiste en desvivirse por la nación que se habita. Vencerse a sí mismo en la lucha diaria contra el pesimismo. Perseverar en la batalla por una sociedad más justa. Dominar tentaciones espurias que degeneran la condición humana. Combatir la mediocridad, el nepotismo y la incompetencia. En una palabra, participar en la guerra civil contra todo lo detestable que nos rodea.

El valor cívico consiste en sustituir a los seis soldados que izaron la bandera en la isla de Iwo Jima, por valientes civiles que levanten en nuestra sociedad la bandera de la justicia, la honradez y la solidaridad, como signo de victoria sobre la corrupción, el abuso la explotación y el engaño.